viernes, 10 de junio de 2022

El mentalista de Camila Lackberg y Henrik Fexeus, un libro ligero para entretenerte

 El mentalista de Camila Lackberg y Henrik Fexeus, esperado y ansiado por los seguidores de esta famosísima escritora de novela negra nórdica.

Un thriller muy orientado al mundo de la magia, en el que Camilla ha recurrido a un mentalista muy conocido por actuar en la televisión. El método de escritura a cuatro manos se ha desarrollado así: Camilla escribe un capítulo de la historia y se lo pasa a Henrik, que lo revisa y se lo devuelve con sus anotaciones.

Pero vamos a la historia, en las afueras de Estocolmo, en un parque de atracciones, aparece el cuerpo de una mujer joven. El cadáver está en una caja de mago atravesada con espadas. La policía no tiene ninguna pista más que la evidente relación con la magia y deciden acudir a un mentalista que suele aparecer en televisión, Vincent Walder. Un asesino en serie y una serie de asesinatos que nos dejan helados por su crueldad.

El equipo de policía que lleva el caso se pone en contra del mentalista. Pero Mina y Vincent, los dos protagonistas, se complementan desde el principio. Los dos son personas bastante espaciales, tocs incluidos.

Mina es inteligente y metódica y tiene un trastorno obsesivo con la limpieza. Está sola, no tiene amigos ni familia. Vincent es uno de los mejores mentalistas que hay y su cabeza pasa el día haciendo cálculos mentales que le den un poco de seguridad. Atractivo, casado con una mujer con celos enfermizos. La relación de Mina y Vicent es bastante peculiar.

Los autores incluyen detalles de la vida de todos los personajes, de unos más que de otros, claro, pero hace que tengamos una perspectiva global. Como es lógico, todos guardan secretos que iremos descubriendo a lo largo de la lectura.

Como viene siendo habitual en la novela negra y en especial en la nórdica, tenemos dos líneas temporales, la actual en la que se desarrolla la investigación y la pasada, Kvibille en 1982, en la que nos narran la historia de una madre y sus dos hijos.

Otra característica que se cumple en El mentalista es el carácter triste predominante y que el ambiente frío suele aumentar: “La muerte, la vida… todo era una mierda”

Se detallan muchos artefactos de ilusionismo. Me ha resultado muy curiosa la reivindicación del machismo en este mundo, resaltando que los ayudantes del mago, a los que normalmente se corta en dos, se acuchilla, se encierra, son mujeres. El mago es el dueño de sus vidas y, por tanto, el artífice de sus muertes.

Esta es una novela con un gran componente psicológico en la que nos damos cuenta que los errores se pagan, que la vida de la infancia nos dejará marcados para siempre, lo importantes que son algunos rituales para las personas con trastornos compulsivos: “Todo queda depositado en algún rincón del cerebro, a la espera de manifestarse cuando uno menos lo espera”

Siempre que reseño novela nórdica, los más refinados, me critican porque la consideran superflua. Yo siempre digo que cada libro tiene su momento y su finalidad. Si quieres distraerte, leer un libro ligero que te enganche, que te entretenga… El mentalista cumple tus expectativas.


viernes, 3 de junio de 2022

MECÁNICA TERRESTRE Emma Prieto. Eolas ediciones (2021)


Manu López Marañón

La madrileña Emma Prieto es autora del poemario Radiografía de ausencias (Indie, 2020) y de dos libros de relatos: Extravíos (Caligrama, 2017) y Escamas en la piel (Adeshoras, 2018). Licenciada en Ciencias de la Educación y profesora de educación especial, ha impartido talleres de cuentacuentos en colegios de educación primaria y actividades de cuentacuentos para adultos en librerías y bibliotecas. Eloy Tizón cita a Emma Prieto en su muy aprovechable Herido leve, colección de ensayos sobre literatura que este gran cuentista y novelista reúne tras treinta años de lecturas.


He nombrado varias veces a Emma Prieto cuando selecciono autores y autoras que ejemplifiquen la época de oro por la que el relato pasa en España. Mi enamoramiento literario por esta autora surge al leer y reseñar su anterior libro, Escamas en la piel (2018). Compuesto por diecisiete narraciones en las que la escritora demostraba una insólita madurez a la hora de enfrentarse a un género tan exigente, caí rendido no solo por su originalísima temática, también por el variado despliegue de recursos técnicos y por la habilidad de orfebre que ella exhibe con las palabras.

La necesidad de soledad que sentían –o padecían– los personajes de muchos relatos en Escamas en la piel (escapatoria ante una vida insoportable, o, en otros casos, revelándose su soledad como inapelable sinónimo de la resignación humana) no es ya la temática principal de Mecánica terrestre, aunque aparezca en dos de los veinte relatos de este libro (que comparten con sus precedentes todos los aciertos señalados). En Save the Whales una mujer opta por un retiro radical en una casa campestre, pero los cerdos que la acompañan facilitan el sorprendente desenlace. Y Piedras caldeadas, sin perder el optimismo, refleja las duras tribulaciones por las que pasa en el hospital una enferma sin visitas para no dejar de ser ella misma.

Es la incomunicación el asunto más recurrido por Emma Prieto para este tercer y prodigioso volumen suyo de cuentos. La incomunicación de estas mujeres (hay un casi absoluto protagonismo del género femenino, en cualquier edad) se presenta en diez relatos que abordan el fenómeno en diversas formas y situaciones. Así, en Fragilidad de existir, la falta de diálogo en la vida conyugal se identifica con esa carcoma que asola el domicilio, una alegoría del aburrimiento e inanidad que preceden al final de cualquier relación de pareja. Un rastro de huellas invisibles relata los cuidados que una profesora prodiga a una de sus alumnas, de raza negra, hasta conseguir transformar su marginalidad en integración gracias al trato que le da. En otro relato docente, Un poco de oxígeno, por favor, la redacción que una profesora manda hacer a su clase genera una pieza maestra que la obligará a establecer un nuevo tipo de relación con la joven autora. Ingratitud aborda el duro distanciamiento entre un diplomado de enfermería y una herida, muda a causa de una fractura de mandíbula, a la que él primero socorre y luego rehabilita. En Una verde calma el confinamiento es visto a través de los ojos de la esposa y madre: en este relato sobre la incomunicación familiar la aparición de una perdiz roja, que anima el hogar con su canto, da una nota de esperanza al encierro. En El castigo, otro cuento de casa cerrada, la sufrida protagonista convive con una mujer desconcertante e insensible con la que de poco sirven esfuerzos afectivos. Y Cómo empezó todo muestra a una niña adoptada, muy rebelde, que preserva su individualidad adoptando una existencia pasiva frente a las órdenes de sus nuevos padres. Las serias dudas de hacerse entender, de participar en un código de comunicación técnico –ajeno a ella– cercan a la protagonista de El silbido de la hoja cuando interviene como jurado en un juicio. En Rosado terciopelo una muela que cae dejando su raíz en la encía obliga a una visita al dentista; el odontólogo rompe la barrera de silencio con su paciente descubriéndole un amor por su trabajo que crea en ella admiración. Finalmente, Juego de culpas muestra cómo la fuerza bruta se impone en una discusión entre hermanos.


Extrañas situaciones de todo tipo –individuales y colectivas– afectan a las protagonistas de siete relatos. En Síndrome de Estocolmo una hormiga invade el globo ocular de una mujer, la cual, tras varios intentos para desalojarla, acaba aceptando su fatalidad. Y Frío polar muestra a otra mujer que sufre congelamientos parciales en su cuerpo; tras múltiples visitas a especialistas encuentra en ella misma la raíz de su mal. En Confluencias una mujer insomne imagina que presencia el accidente de un motorista; este recuerda luego cómo fue atendido hasta que la ambulancia llegó, y una bióloga, desde su ventana, observa a una vecina socorriendo al herido. Evernia Prunastri narra cómo un hombre que se apoya en un tronco de encina acaba transformándose en musgo arbóreo, pero un musgo diferente, con preocupaciones existenciales. Intensidad de abril es la matizada descripción de un apocalipsis cotidiano que se extiende durante ese mes presentado a través de inquietantes señales. En Cinco centímetros de más o una espléndida cabellera rubia una mujer a la que todo el mundo pide favores recuerda con especial cariño a aquel ex presidiario que le pidió agarrar su mano y a la señora que la confundió con su hija. Movilidad laboral narra cómo los integrantes de un circo se ven obligados a aceptar los nuevos tiempos y a modificar sus actuaciones, creándose los inevitables revuelos y decepciones

Por último, en Cuentos, relatos o lo que sean la escarmentada Emma Prieto pone por escrito dos preguntas que inevitablemente machacan a autores y autoras de este género. La primera es: ¿Para cuándo una novela? y la otra: ¿Desde cuándo escribes para niños? Sus entregados y fieles lectores no criticaremos a esta grandísima creadora de narraciones cortas si algún día opta por emplearse con una narración más extensa… Eso sí, siempre que Emma no deje de lado al género en el que nos demuestra –libro a libro– ser una consolidada maestra.  

ENTREVISTA CON EMMA PRIETO:


Cuando informo por ahí que tengo finalizado mi segundo libro (es de cuentos), al haber publicado con anterioridad una novela suelo librarme de la primera afrenta que usted, con más frecuencia de la deseada, soporta; pero respecto a la otra, mi supuesto interés por la literatura infantil (más insólito si cabe por no tener hijos), debo reconocer que no la consigo sortear. 

No puedo resistirme a citar estas líneas suyas de Cuentos, relatos o lo que sean: «A veces un cuento es un zumbido suave y otras una boca repleta de dientes picudos, ríos turbulentos o socavones en las aceras, un crujido de madera, un piar de pájaros, fiebre en verano». 

Por favor, en nombre de los cuentistas españoles: 

¿Cómo podría aclarar a tanta gente que aún se lía que el cuento es un género que admite lectores infantiles y adultos?

Lo cierto es que, a pesar de que somos un país con una riquísima tradición cuentista, con magníficos cuentos para adultos de grandes escritores (Bécquer, Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarin, Ignacio Aldecoa, Carmen Laforet, Mercé Rodoreda, Ana María Matute…) todavía pervive la idea de que el cuento es algo ligado a la vida infantil. A veces cuando usas la palabra relato, sí que se piensa en un público adulto. No sé por qué sucede así, pero lo que sí creo es que en la actualidad el cuento vive una especie de época dorada con grandes cuentistas y que es un género que cada vez va ganado más lectores, lo que es una buenísima noticia.

Julio Cortázar dejó certeras palabras sobre el relato. Estas no recuerdo haberlas copiado antes: «Género de difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario».

Informándome sobre su biografía me entero de cómo también ha publicado, y en fecha reciente, un poemario. Al hilo de las frases de nuestro querido Julio: 

¿Se ha sentido cerca de la labor poética mientras abordaba los relatos de Mecánica terrestre?

Sí, desde luego. Intento que en los relatos haya una especie de respiración, un aliento, un ritmo, una música, la búsqueda de la belleza que para mí está cerca de lo poético.

¿Qué le resulta más complicado de parir, poemas o relatos?

Las dos cosas. Dice Fabio Morábito que el cuentista y el novelista siempre saben un poco de lo que están escribiendo, pero el poeta (sin que yo me lo considere) sólo sabe del verso que le tiene ocupado y más allá de él no sabe nada. Los cuentos a veces los escribo o les voy dando forma en la cabeza pero los poemas los vivo de una manera más urgente y necesito escribir cada verso en el momento. Los dos géneros tienen en común la condensación y la importancia de los silencios y yo siento que se encuentran cerca uno del otro.

¿Disfruta igual escribiendo, y leyendo, cuentos que con versos propios y ajenos?

La verdad es que disfruto tanto leyendo cuentos y versos ajenos, (son tantos y tan buenos) que a veces me falta tiempo para escribir los míos. Para mí la lectura es una prioridad absoluta que últimamente hasta me genera cierta ansiedad porque mi torre de libros pendientes no hace más que subir y tiene ya una altura que nunca creí que pudiera alcanzar.

La mitad de estos veinte nuevos relatos están centrados en la incomunicación. Paradójicamente en esta sociedad actual, con tantas posibilidades para iniciar un diálogo, se empeña usted en mostrar diez maneras –todas diferentes y bastante arquetípicas– en las que sus personajes pelean con inagotable tesón para hacerse escuchar (lográndolo a veces y otras no).

¿Qué le ha llevado a un tema a la vez tan peliagudo y paradójico?

Es muy cierto, en la era de la comunicación seguimos estando igual o incluso más solos que antes. La soledad te hace especialmente vulnerable. Y  todos, de una manera u otra, estamos solos. Tal vez por eso la soledad es un tema recurrente en mis relatos.

¿Por qué las mujeres protagonizan mayoritariamente este grupo de cuentos (y los otros también)?

La verdad es que yo no sabía, o no era consciente, de que iba a ser así. La escritura de este libro me duró unos tres años, los voy guardando en una carpeta del ordenador y cuando comencé a recopilarlos me di cuenta que todos estaban protagonizados por mujeres y muchos de ellos en primera persona. Y luego mientras los corregía una y otra vez me dio la sensación que todas esas mujeres en permanente equilibrio (o desequilibrio), luchando por mantenerse a flote, podrían confundirse unas con otras o incluso parecer la misma

Respecto al grupo que se ocupa de sucesos realmente extraordinarios, quisiera preguntarte: 

¿Cómo logra acercarlos tanto a sus lectores, cómo hace para transmitirnos una proximidad que suscita siempre la beneficiosa duda de si realmente no le habrán sucedido a usted calamidades tan bizarras?

Pues, me alegra mucho si, como dice, los lectores sienten esa proximidad. La verdad es que, no sé por qué, atraigo un poco los sucesos extraños. Pero también me interesa explorar el límite entre realidad y ficción porque creo que es muy difuso. En algunos de los cuentos de Mecánica terrestre lo que podría pasar por ficción no lo es y al contrario. Creo que lo común convive con lo extraordinario. Lo cotidiano tiene también mucho de misterio. Pero nos da como miedo y tratamos de no reparar en ello. Dice el gran poeta Novalis que estamos más conectados a lo invisible que a lo visible y yo creo que es cierto.

Dos de los relatos que más me han gustado, «Piedras caldeadas» y «Una verde calma», tienen lugar en hábitats cerrados: un hospital y un domicilio confinado. Y no son los únicos de atmósfera claustrofóbica…

¿Se la puede considerar, por lo menos en Mecánica terrestre, una escritora que medita mucho y trabaja a fondo los espacios en los que ocurren sus relatos? 

Me parece una pregunta muy interesante. A veces esa sensación de claustrofobia (incluso en los cuentos que no suceden en lugares cerrados) creo que viene dada por las dificultades que encuentran los personajes en lidiar con la misma vida. Tienen que salir adelante pero no encuentran la manera, un poco más abajo se encuentra el precipicio. Me gusta acudir al verso de Gil de Biedma «Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido»). En cuanto a los cuentos que cita, desde luego «Una verde calma» lo escribí en el confinamiento y sí que quise centrarme en esa situación no sólo de encierro, sino también de pura desolación que todos vivimos. «Piedras caldeadas» sucede en un hospital: me interesa mucho la tremenda fragilidad que la enfermedad suscita, los cambios que provoca en cada uno y las distintas formas de adaptarse o desadaptarse a ese espacio cruel pero necesario que son los hospitales.

¿Exhibe usted sus mejores armas literarias encerrando a los personajes?

No lo sé. A veces es complicado encontrar la salida y siento la necesidad de contarlo. 

Para terminar me gustaría que nombrara para los lectores de SALAMANDRANEGRA.COM autores de cuentos que tienen influjo sobre su actividad creadora. También conocer, ya a la hora de leer, algún escritor favorito, con independencia de que haga relatos.

Pues sería una larga lista pero citaré a Anton Chejov, John Cheever, Clarice Linspector, Ana Blandiana, Natalia Ginzburg, Eloy Tizón, Joy Williams, Amy Hempel,  Juan Carlos Onetti, Carlos Castán, Alice Munro, Patricio Pron, César Martín Ortiz. Y también: Clara Obligado, Pedro Ugarte, Fleur Jaeggy, Laura Ferrero, Valeria Correa Fiz, Justo Sotelo, Almudena Sánchez, Elvira Navarro, María José Beltrán, Javier Morales,… me dejo a muchos, claro, pero tampoco quiero cansar.

                                                              Emma Prieto

jueves, 2 de junio de 2022

El ciclo de entrevistas con autores que participarán en Galapanoir termina con Javier Menéndez Flores. Maya Velasco habla con él

Siguiendo con la serie de entrevistas de los autores que participan en GalapaNoir, hoy contamos con Javier Menéndez Flores, sobradamente conocido periodista cultural que impactó con su novela Todos Nosotros. Un thriller en que encontramos desde desapariciones de jóvenes, canciones, noticias y un repaso a la sociedad del momento, los años 80 en Madrid, para pasar a la actualidad donde se termina de cerrar el caso.

ENTREVISTA JAVIER MENÉNDEZ FLORES

Javier, eres sobradamente conocido por haber escrito varias biografías y por tu labor como periodista en medios tan importantes como El Mundo, Interviú o Rolling Stone, además de varias novelas. Todos nosotros es una obra de una gran envergadura, ¿cómo surgió esta historia?

No fue una historia que surgiera en un momento concreto y del tirón. Muchos de los elementos que tienen peso en esa novela llevaban años rondándome, me acompañaban como una obsesión. Un día esbocé un borrador en el que apunté una serie de ideas, pero una vez que me puse a escribir, a darle forma a todo aquello, además de lo que ya tenía en mente, fueron surgiendo nuevos caminos y personajes, y la historia se ensanchó. Digamos que ha sido un proceso de largo aliento, muy meditado, no una revelación creativa y su consiguiente materialización.      

En Todos nosotros tenemos dos líneas narrativas que se entremezclan. La primera, el thriller, el lado oscuro y criminal y la segunda, la narración de la transformación de España, y en concreto de Madrid en la Transición.

Esa novela es, ante todo, una narración policíaca, una historia criminal. En cuanto a la segunda línea narrativa que apuntas, tuve claro desde el principio que esa historia criminal, enteramente ficticia, debía desarrollarse sin embargo en un escenario reconocible y en un contexto histórico y social muy concreto, y elegí para la primera parte el Madrid de la Transición porque siempre me ha parecido una época muy atractiva, de gran efervescencia social y tremendamente salvaje. Fue a partir de ahí cuando España comenzó a entrar de forma paulatina en la modernidad. Esa primera parte tiene, más allá de la trama policíaca, mucho de crónica social, y eso me exigió ser muy riguroso y documentarme muy bien. 

Al hilo de eso, Todos nosotros contiene también dos líneas temporales, los 80, la Movida y el 2002. ¿Has querido narrar el cambio, el proceso seguido después de la dictadura hasta la sociedad de hoy en día? ¿Cómo describes este cambio?

Sí, me pareció interesante mostrar el contraste de esas dos españas tan distintas. La primera parte de Todos nosotros transcurre en el último mes de 1981, el año en el que hubo una intentona golpista y el ruido de sables era una amenaza constante. Es decir, que el mantenimiento de la democracia era un desafío. En ese año las formas del Régimen anterior seguían demasiado vivas en nuestras instituciones, en la policía, por ejemplo, porque nuestra democracia tenía aún las patas muy frágiles. Sin embargo, el Madrid de 2002, que es el telón de fondo de toda la segunda parte de la novela, es ya una ciudad plenamente integrada en Europa, moderna, con una democracia plenamente asentada.   

La narración es sorprendente desde el minuto uno. Impacta especialmente el principio en el que un coche atropella a una chica que huye desnuda en medio de la nada. Otras van desapareciendo después de haber estado en un bar de copas. Esto da pie a que recorramos contigo el Madrid de la Movida, que escuchemos sus canciones y vivamos ese tiempo que tú defines como una primavera. ¿Querías de alguna manera acercar aquella época a las generaciones posteriores?

La agitación cultural de aquel momento, tan potente, no ha vuelto a darse en este país. Tras la represión propia de una dictadura, la democracia trajo consigo el despendole, las ganas de ocupar los espacios públicos, de vivir. Ese es un período que siempre me ha interesado. De hecho, mi último libro es un diccionario cultural de la Movida, Madrid sí fue una fiesta, en donde también hablo del clima político y social. Y en cuanto al comienzo de Todos nosotros, tenía claro que debía enganchar al lector desde la primera página, porque yo, como lector habitual de novela negra y policíaca, es eso lo que le pido a ese género, que su ritmo e intensidad me obliguen a leer un capítulo detrás de otro.     

Si hubiera que definir de alguna manera Todos nosotros, yo diría que es una novela con mucho trabajo de fondo. Por una parte, nos sorprende la prosa tan trabajada, tan precisa. Y por otro el trabajo con los personajes.  ¿Qué te ha costado más?

Siempre he creído que una mala historia bien contada puede funcionar, pero una buena historia mal contada, fracasa. De ahí que la forma sea para mí muy importante. Además ¿qué es lo que diferencia, en todos los géneros literarios pero más aún en novela negra, a unos escritores de otros? El estilo y el modo en que el autor desarrolla la historia. Los argumentos son finitos; es más, muchas de las novelas que leemos tienen prácticamente el mismo argumento. Es el estilo del autor el que establece la diferencia. Y los personajes, en una novela, son, claro, importantísimos, capitales, porque deben ser como los buenos actores, que te olvidas de que están interpretando un papel: son aquello que ves.  

Otra de las fortalezas de la novela es el trabajo que has hecho para reflejar los puntos de vista de las víctimas, de los investigadores y del culpable. ¿Cómo has conseguido meterte en la piel de todos ellos?

He dicho muchas veces que para dotar de vida a los personajes, un novelista debe hacer un ejercicio de transformismo: tiene que ser todos y cada uno de los personajes que crea, meterse en su piel, en su psicología, transmitir sentimientos y emociones reales al lector. Es un poco de locos, pero es así. En Todos nosotros he sido varias víctimas, he sido un asesino y he sido varios investigadores de policía, y he tratado de que todos ellos tuvieran el mismo grado de verosimilitud. ¿Cómo se hace eso? No lo sé, no tengo ni idea, pero ahí está la novela. Que sea el lector quien juzgue si lo he conseguido. 

Hay un claro homenaje a las actuales fuerzas de seguridad del Estado, en contraposición con las del pasado. Inteligencia, trabajo, entrega en contraposición a fuerza bruta, imposición.

Si dijéramos que todos los policías españoles de hace 40 años eran unos brutos que basaban su trabajo en la violencia física estaríamos mintiendo, porque entonces también hubo buenos policías que no empleaban la fuerza para resolver los casos en los que trabajaban. Pero es cierto que hubo también mucho cafre proveniente de la policía del franquismo, y que, sin embargo, hoy en día esos métodos son inencontrables en nuestra policía. Y creo que los buenos policías merecen ser elogiados, puesto que se juegan la vida por nosotros a cambio de un sueldo que no está a la altura (ninguno, por alto que fuera, lo estaría) de los altísimos riesgos que corren. Todo buen policía es vocacional, como todo buen médico. No puede ser de otra forma.   


Esta es una novela de violencia psicológica muy dura, en la que claramente te esfuerzas por separarte de los detalles escabrosos. ¿Es una forma de mostrar una realidad social manteniendo el respeto a las víctimas y al lector?

Tiene que ver, fundamentalmente, con el hecho de que creo que insinuar, dar a entender algo que va a suceder pero sin llegar a cruzar el umbral, tiene más fuerza y poder de sugestión que lo que se nos muestra con todo detalle. No me gusta la explicitud, el gore, y cuando insinúas, permites al lector que deje volar la imaginación, y el efecto psicológico puede ser aún más fuerte. Es como la radio y la televisión: la primera deja lugar a la imaginación; la segunda no, porque te lo está enseñando todo. También serviría la diferencia entre el erotismo y la pornografía: mientras que el primero te sitúa en un contexto y te permite imaginar situaciones, la segunda te lo da todo hecho y no deja margen alguno para imaginar. 

Dentro de la novela negra ¿qué autores son tus favoritos?

Novela negra o policíaca. Aparte de los clásicos, te diría que Philip Kerr, James Ellroy, Donald Ray Pollock, John Connolly…

¿Para cuándo tu próxima novela? ¿Has comenzado un camino en el que nos encontraremos de nuevo a Diego y sus colegas?

Estoy trabajando en una novela policíaca de larga extensión que espero poder concluir pronto, y es posible que en ella aparezcan personajes que ya estaban en Todos nosotros y que, creo, aún tienen recorrido.

Muchas gracias, Javier. Nos vemos en Galapanoir


miércoles, 1 de junio de 2022

Hablamos con Inés Plana sobre la saga del guardia civil Tresser y quedamos con ella en Galapanoir

Hoy hablamos con Inés Plana, una de las autoras de novela negra más reconocida. Nació en Barbastro (Huesca). Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y desde el principio desarrolló su carrera profesional en Madrid. Ha trabajado en diversos medios de prensa escrita y también en el terreno editorial. Morir no es lo que más duele (Editorial Espasa) fue su primera novela y cosechó un gran éxito de crítica y público. Fue finalista a mejor novela en Valencia Negra y Morella Negra y nominada a mejor novela negra novel en la Semana Negra de Gijón. En 2019 publicó Antes mueren los que no aman, con un nuevo caso policial del teniente de la Guardia Civil Julián Tresser. La novela fue finalista a mejor novela en Cartagena Negra 2020. Inés Plana ha sido miembro del jurado en las tres últimas ediciones del Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro. El 10 de noviembre de 2021 publicó también con Espasa su tercera novela: Lo que no cuentan los muertos.

ENTREVISTA INÉS PLANA

En tus anteriores novelas tratas temas sociales como la violencia de género, la trata de personas, el tráfico de drogas. Esta vez, en Lo que no cuentan los muertos se muestran las consecuencias sociales que la crisis financiera del 2008 tuvo en la población. ¿La novela negra tiene que reflejar los problemas de la sociedad? Y si es así, ¿el autor tiene que opinar?

La novela negra, como en los demás géneros, tendría que fluir libre en la mente de su autor, sin corsés ni anclajes. No es una convención obligada la denuncia social, pero es cierto que se trata de un género en el que se acomoda especialmente el reflejo de las contradicciones y el espejo de los sótanos más oscuros de la sociedad, puesto que suele haber crímenes, maldad, corrupción –política, financiera, policial– y violencia. En mi caso sí considero imprescindible una mirada crítica sobre la realidad, como periodista y como escritora, y esa mirada propia la he ido plasmando en mis tres novelas protagonizadas por el teniente y luego capitán de la Guardia Civil Julián Tresser.  

En Lo que no cuentan los muertos. notamos una gran evolución del protagonista. Julián Tresser ha ascendido, se ha incorporado a la UCO, trabaja en equipo, pero lo más importante es que ahora tiene que cuidar de su hija Luba, una hija que necesita mucho de él. ¿Has notado tú si también has evolucionado a ese ritmo en tu  manera de escribir?

Por supuesto que sí, Tresser y yo hemos evolucionado juntos, él como personaje y yo como escritora. A medida que he ido escribiendo he querido arriesgarme más, porque escribir es un aprendizaje intenso y continuo, siempre es un reto, jamás es o debe ser un trabajo acomodaticio que reproduzca fórmulas ya experimentadas, o yo al menos lo entiendo así. El teniente Tresser de Morir no es lo que más duele es distinto al capitán de la UCO que es en Lo que no cuentan los muertos, y esa evolución ya comienza a emerger en mi segunda novela, Antes mueren los que no aman. Sin dejar de ser él mismo, con sus marcadas singularidades, es también una persona diferente, sobre todo porque tiene una hija y mantiene una relación sentimental con la psiquiatra Adelaida por la que debe luchar.  


La culpa sobrevuela todas y cada una de las tramas de la novela. Rita Marí y Eduardo Molaro, tras sobrevivir a un accidente aéreo padecen el llamado síndrome del superviviente. Una vez que han desaparecido, sus familias también se sienten culpables por no haber estado a su lado. ¿Crees que el ser humano tiende a culparse de todo por la educación recibida o que simplemente es una emoción generada cuando existe una base real para el remordimiento?

La tradición judeocristiana, fuertemente arraigada en la sociedad occidental, forma parte de nuestra cultura. El pecado, el remordimiento por haberlo cometido y el arrepentimiento necesario como liberación es algo que hemos aprendido desde pequeños. La culpa forma parte de nosotros, está anclada a nuestro ADN, y no es necesaria siquiera una base real para que nos asfixie y nos aniquile. Incluso cuando nos van las cosas muy bien, sentimos culpa por esa buena fortuna y tememos que se acabe la buena racha. Lidiar con este sentimiento no es fácil, porque tiene una estructura muy compleja que irradia tanto desde lo social como de lo emocional. Literariamente es un sentimiento atractivo porque sitúa a los personajes al límite, como los lectores podrán comprobar en Lo que no cuentan los muertos, donde dos supervivientes de un accidente aéreo se sienten culpables por haber salvado milagrosamente la vida.  

Tanto el personaje de Rita como el de Tresser no son personajes demasiado simpáticos y sería lógico pensar que el lector no va a empatizar con ellos. Sin embargo, ambos tienen una cara solidaria que hace que muchos nos solidaricemos con sus problemas. En tus novelas no hay personajes buenos y malos, todos tienen aristas. ¿Es algo buscado?

Sí, lo es, porque la condición humana está dibujada con trazos claroscuros y el mero hecho de afrontar la vida cada día ya nos coloca ante encrucijadas y dilemas que ponen en marcha las diferentes versiones que tenemos de nosotros mismos y que pueden empujarnos a cruzar alguna línea roja. En el caso de Julián Tresser, su dilema entre cumplir con su deber de guardia civil  y encajar a la vez sus sentimientos en ese puzle emocional le mantienen en un difícil equilibrio. Nunca cruza línea roja alguna, ama su oficio y está muy entregado a él, pero es un personaje poliédrico y con no pocas contradicciones. En cuanto a Rita Marí, su ambigüedad moral me pareció interesante para construir el personaje y disfruté mucho haciéndolo. Ninguno estamos hechos de una sola pieza. Somos más bien engranajes de varias.  

La documentación supongo que ha sido fundamental al escribir Lo que no cuentan los muertos.. ¿Tanto para escribir el momento del accidente aéreo como para desarrollar la investigación en sí te has necesitado el consejo de expertos?

Es fundamental para dar verosimilitud a la historia y también es fuente inspiradora. En Lo que no cuentan los muertos me asesoré con un amigo comandante de vuelo, Miguel Ángel Sagüés, para narrar el accidente aéreo que aparece en las primeras páginas. Por supuesto, en mis tres novelas me han asesorado guardias civiles que se han convertido en grandes amigos míos. Gracias a ellos no solo he podido plasmar el trabajo investigador de Julián Tresser y su equipo, sino también comprender e interiorizar la labor de la Guardia Civil, cuya vocación de servicio y sus valores son realmente admirables, como lo es también su entrega, a pesar de esa falta de recursos endémica que sufre el Cuerpo desde siempre. Han sido y son muy generosos conmigo, mi gratitud hacia ellos es absoluta, y mucho más aún tras haberme concedido la Cruz de Plata de la Orden del Mérito por mi contribución a difundir su trabajo a través de mis novelas. Es un orgullo inmenso y un honor lucir esa medalla, uno de los grandes y más hermosos acontecimientos de mi vida. 

En esta tercera novela de la saga de Tresser aparecen muchos más personajes que en las anteriores. Sin embargo, cada uno de ellos aporta algo a la trama y ninguno queda desdibujado. ¿Ha sido complicado escribir una novela coral sin que queden flecos sueltos?

Mentiría si te dijera que no ha sido complicado, pero va en el equipaje del escritor: la complicación. De lo contrario, no merece la pena el esfuerzo. Ha sido un trabajo intenso y he corrido riesgos, como lo es el hecho de crear una gran galería de personajes que apoyan y hacen avanzar la trama sin que el lector se pierda o se sienta confundido. En cada novela acepto nuevos desafíos porque voy aprendiendo en todas y el afán de superación me parece imprescindible, tanto en la escritura como en la propia vida. 

¿Vas a seguir escribiendo la saga de Tresser?


Tresser forma parte de mí. Le queda aún mucho recorrido, así que por supuesto que seguiré con él y continuaremos evolucionando juntos. En Lo que no cuentan los muertos cierra una etapa y a la vez se abre otra en su vida que quiero perseguir en nuevas novelas y nuevas aventuras del ahora capitán de la UCO.  

¿Qué opinas de la proliferación de festivales negros. ¿Son demasiados o son necesarios para darse a conocer a los lectores?

La novela negra vive un momento extraordinario y hay que aprovecharlo. Ha pasado de ser antaño un subgénero literario a convertirse en uno de los más vendidos y con obras de calidad y con voluntad literaria. Los festivales negros, como bien apuntas, nos ayudan a difundir nuestras obras y a conectar con nuestros lectores en vivo y en directo, y eso siempre es muy gratificante y aporta mucho a los autores y a los festivales en sí. No tengo la sensación de que sean muchos, incluso los que se celebran en localidades pequeñas nos permiten conocerlas y difundir sus encantos, que todas los tienen y hay que apoyarlas en estos tiempos de la España vaciada.  

Muchas gracias, Inés. Nos vemos en Galapanoir.