Manu López Marañón
La madrileña Emma Prieto es autora del poemario Radiografía de ausencias (Indie, 2020) y de dos libros de relatos: Extravíos (Caligrama, 2017) y Escamas en la piel (Adeshoras, 2018). Licenciada en Ciencias de la Educación y profesora de educación especial, ha impartido talleres de cuentacuentos en colegios de educación primaria y actividades de cuentacuentos para adultos en librerías y bibliotecas. Eloy Tizón cita a Emma Prieto en su muy aprovechable Herido leve, colección de ensayos sobre literatura que este gran cuentista y novelista reúne tras treinta años de lecturas.
He nombrado varias veces a Emma Prieto cuando selecciono autores y autoras que ejemplifiquen la época de oro por la que el relato pasa en España. Mi enamoramiento literario por esta autora surge al leer y reseñar su anterior libro, Escamas en la piel (2018). Compuesto por diecisiete narraciones en las que la escritora demostraba una insólita madurez a la hora de enfrentarse a un género tan exigente, caí rendido no solo por su originalísima temática, también por el variado despliegue de recursos técnicos y por la habilidad de orfebre que ella exhibe con las palabras.
La necesidad de soledad que sentían –o padecían– los personajes de muchos relatos en Escamas en la piel (escapatoria ante una vida insoportable, o, en otros casos, revelándose su soledad como inapelable sinónimo de la resignación humana) no es ya la temática principal de Mecánica terrestre, aunque aparezca en dos de los veinte relatos de este libro (que comparten con sus precedentes todos los aciertos señalados). En Save the Whales una mujer opta por un retiro radical en una casa campestre, pero los cerdos que la acompañan facilitan el sorprendente desenlace. Y Piedras caldeadas, sin perder el optimismo, refleja las duras tribulaciones por las que pasa en el hospital una enferma sin visitas para no dejar de ser ella misma.
Es la incomunicación el asunto más recurrido por Emma Prieto para este tercer y prodigioso volumen suyo de cuentos. La incomunicación de estas mujeres (hay un casi absoluto protagonismo del género femenino, en cualquier edad) se presenta en diez relatos que abordan el fenómeno en diversas formas y situaciones. Así, en Fragilidad de existir, la falta de diálogo en la vida conyugal se identifica con esa carcoma que asola el domicilio, una alegoría del aburrimiento e inanidad que preceden al final de cualquier relación de pareja. Un rastro de huellas invisibles relata los cuidados que una profesora prodiga a una de sus alumnas, de raza negra, hasta conseguir transformar su marginalidad en integración gracias al trato que le da. En otro relato docente, Un poco de oxígeno, por favor, la redacción que una profesora manda hacer a su clase genera una pieza maestra que la obligará a establecer un nuevo tipo de relación con la joven autora. Ingratitud aborda el duro distanciamiento entre un diplomado de enfermería y una herida, muda a causa de una fractura de mandíbula, a la que él primero socorre y luego rehabilita. En Una verde calma el confinamiento es visto a través de los ojos de la esposa y madre: en este relato sobre la incomunicación familiar la aparición de una perdiz roja, que anima el hogar con su canto, da una nota de esperanza al encierro. En El castigo, otro cuento de casa cerrada, la sufrida protagonista convive con una mujer desconcertante e insensible con la que de poco sirven esfuerzos afectivos. Y Cómo empezó todo muestra a una niña adoptada, muy rebelde, que preserva su individualidad adoptando una existencia pasiva frente a las órdenes de sus nuevos padres. Las serias dudas de hacerse entender, de participar en un código de comunicación técnico –ajeno a ella– cercan a la protagonista de El silbido de la hoja cuando interviene como jurado en un juicio. En Rosado terciopelo una muela que cae dejando su raíz en la encía obliga a una visita al dentista; el odontólogo rompe la barrera de silencio con su paciente descubriéndole un amor por su trabajo que crea en ella admiración. Finalmente, Juego de culpas muestra cómo la fuerza bruta se impone en una discusión entre hermanos.
Extrañas situaciones de todo tipo –individuales y colectivas– afectan a las protagonistas de siete relatos. En Síndrome de Estocolmo una hormiga invade el globo ocular de una mujer, la cual, tras varios intentos para desalojarla, acaba aceptando su fatalidad. Y Frío polar muestra a otra mujer que sufre congelamientos parciales en su cuerpo; tras múltiples visitas a especialistas encuentra en ella misma la raíz de su mal. En Confluencias una mujer insomne imagina que presencia el accidente de un motorista; este recuerda luego cómo fue atendido hasta que la ambulancia llegó, y una bióloga, desde su ventana, observa a una vecina socorriendo al herido. Evernia Prunastri narra cómo un hombre que se apoya en un tronco de encina acaba transformándose en musgo arbóreo, pero un musgo diferente, con preocupaciones existenciales. Intensidad de abril es la matizada descripción de un apocalipsis cotidiano que se extiende durante ese mes presentado a través de inquietantes señales. En Cinco centímetros de más o una espléndida cabellera rubia una mujer a la que todo el mundo pide favores recuerda con especial cariño a aquel ex presidiario que le pidió agarrar su mano y a la señora que la confundió con su hija. Movilidad laboral narra cómo los integrantes de un circo se ven obligados a aceptar los nuevos tiempos y a modificar sus actuaciones, creándose los inevitables revuelos y decepciones
Por último, en Cuentos, relatos o lo que sean la escarmentada Emma Prieto pone por escrito dos preguntas que inevitablemente machacan a autores y autoras de este género. La primera es: ¿Para cuándo una novela? y la otra: ¿Desde cuándo escribes para niños? Sus entregados y fieles lectores no criticaremos a esta grandísima creadora de narraciones cortas si algún día opta por emplearse con una narración más extensa… Eso sí, siempre que Emma no deje de lado al género en el que nos demuestra –libro a libro– ser una consolidada maestra.
ENTREVISTA CON EMMA PRIETO:
Cuando informo por ahí que tengo finalizado mi segundo libro (es de cuentos), al haber publicado con anterioridad una novela suelo librarme de la primera afrenta que usted, con más frecuencia de la deseada, soporta; pero respecto a la otra, mi supuesto interés por la literatura infantil (más insólito si cabe por no tener hijos), debo reconocer que no la consigo sortear.
No puedo resistirme a citar estas líneas suyas de Cuentos, relatos o lo que sean: «A veces un cuento es un zumbido suave y otras una boca repleta de dientes picudos, ríos turbulentos o socavones en las aceras, un crujido de madera, un piar de pájaros, fiebre en verano».
Por favor, en nombre de los cuentistas españoles:
¿Cómo podría aclarar a tanta gente que aún se lía que el cuento es un género que admite lectores infantiles y adultos?
Lo cierto es que, a pesar de que somos un país con una riquísima tradición cuentista, con magníficos cuentos para adultos de grandes escritores (Bécquer, Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarin, Ignacio Aldecoa, Carmen Laforet, Mercé Rodoreda, Ana María Matute…) todavía pervive la idea de que el cuento es algo ligado a la vida infantil. A veces cuando usas la palabra relato, sí que se piensa en un público adulto. No sé por qué sucede así, pero lo que sí creo es que en la actualidad el cuento vive una especie de época dorada con grandes cuentistas y que es un género que cada vez va ganado más lectores, lo que es una buenísima noticia.
Julio Cortázar dejó certeras palabras sobre el relato. Estas no recuerdo haberlas copiado antes: «Género de difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario».
Informándome sobre su biografía me entero de cómo también ha publicado, y en fecha reciente, un poemario. Al hilo de las frases de nuestro querido Julio:
¿Se ha sentido cerca de la labor poética mientras abordaba los relatos de Mecánica terrestre?
Sí, desde luego. Intento que en los relatos haya una especie de respiración, un aliento, un ritmo, una música, la búsqueda de la belleza que para mí está cerca de lo poético.
¿Qué le resulta más complicado de parir, poemas o relatos?
Las dos cosas. Dice Fabio Morábito que el cuentista y el novelista siempre saben un poco de lo que están escribiendo, pero el poeta (sin que yo me lo considere) sólo sabe del verso que le tiene ocupado y más allá de él no sabe nada. Los cuentos a veces los escribo o les voy dando forma en la cabeza pero los poemas los vivo de una manera más urgente y necesito escribir cada verso en el momento. Los dos géneros tienen en común la condensación y la importancia de los silencios y yo siento que se encuentran cerca uno del otro.
¿Disfruta igual escribiendo, y leyendo, cuentos que con versos propios y ajenos?
La verdad es que disfruto tanto leyendo cuentos y versos ajenos, (son tantos y tan buenos) que a veces me falta tiempo para escribir los míos. Para mí la lectura es una prioridad absoluta que últimamente hasta me genera cierta ansiedad porque mi torre de libros pendientes no hace más que subir y tiene ya una altura que nunca creí que pudiera alcanzar.
La mitad de estos veinte nuevos relatos están centrados en la incomunicación. Paradójicamente en esta sociedad actual, con tantas posibilidades para iniciar un diálogo, se empeña usted en mostrar diez maneras –todas diferentes y bastante arquetípicas– en las que sus personajes pelean con inagotable tesón para hacerse escuchar (lográndolo a veces y otras no).
¿Qué le ha llevado a un tema a la vez tan peliagudo y paradójico?
Es muy cierto, en la era de la comunicación seguimos estando igual o incluso más solos que antes. La soledad te hace especialmente vulnerable. Y todos, de una manera u otra, estamos solos. Tal vez por eso la soledad es un tema recurrente en mis relatos.
¿Por qué las mujeres protagonizan mayoritariamente este grupo de cuentos (y los otros también)?
La verdad es que yo no sabía, o no era consciente, de que iba a ser así. La escritura de este libro me duró unos tres años, los voy guardando en una carpeta del ordenador y cuando comencé a recopilarlos me di cuenta que todos estaban protagonizados por mujeres y muchos de ellos en primera persona. Y luego mientras los corregía una y otra vez me dio la sensación que todas esas mujeres en permanente equilibrio (o desequilibrio), luchando por mantenerse a flote, podrían confundirse unas con otras o incluso parecer la misma
Respecto al grupo que se ocupa de sucesos realmente extraordinarios, quisiera preguntarte:
¿Cómo logra acercarlos tanto a sus lectores, cómo hace para transmitirnos una proximidad que suscita siempre la beneficiosa duda de si realmente no le habrán sucedido a usted calamidades tan bizarras?
Pues, me alegra mucho si, como dice, los lectores sienten esa proximidad. La verdad es que, no sé por qué, atraigo un poco los sucesos extraños. Pero también me interesa explorar el límite entre realidad y ficción porque creo que es muy difuso. En algunos de los cuentos de Mecánica terrestre lo que podría pasar por ficción no lo es y al contrario. Creo que lo común convive con lo extraordinario. Lo cotidiano tiene también mucho de misterio. Pero nos da como miedo y tratamos de no reparar en ello. Dice el gran poeta Novalis que estamos más conectados a lo invisible que a lo visible y yo creo que es cierto.
Dos de los relatos que más me han gustado, «Piedras caldeadas» y «Una verde calma», tienen lugar en hábitats cerrados: un hospital y un domicilio confinado. Y no son los únicos de atmósfera claustrofóbica…
¿Se la puede considerar, por lo menos en Mecánica terrestre, una escritora que medita mucho y trabaja a fondo los espacios en los que ocurren sus relatos?
Me parece una pregunta muy interesante. A veces esa sensación de claustrofobia (incluso en los cuentos que no suceden en lugares cerrados) creo que viene dada por las dificultades que encuentran los personajes en lidiar con la misma vida. Tienen que salir adelante pero no encuentran la manera, un poco más abajo se encuentra el precipicio. Me gusta acudir al verso de Gil de Biedma «Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido»). En cuanto a los cuentos que cita, desde luego «Una verde calma» lo escribí en el confinamiento y sí que quise centrarme en esa situación no sólo de encierro, sino también de pura desolación que todos vivimos. «Piedras caldeadas» sucede en un hospital: me interesa mucho la tremenda fragilidad que la enfermedad suscita, los cambios que provoca en cada uno y las distintas formas de adaptarse o desadaptarse a ese espacio cruel pero necesario que son los hospitales.
¿Exhibe usted sus mejores armas literarias encerrando a los personajes?
No lo sé. A veces es complicado encontrar la salida y siento la necesidad de contarlo.
Para terminar me gustaría que nombrara para los lectores de SALAMANDRANEGRA.COM autores de cuentos que tienen influjo sobre su actividad creadora. También conocer, ya a la hora de leer, algún escritor favorito, con independencia de que haga relatos.
Pues sería una larga lista pero citaré a Anton Chejov, John Cheever, Clarice Linspector, Ana Blandiana, Natalia Ginzburg, Eloy Tizón, Joy Williams, Amy Hempel, Juan Carlos Onetti, Carlos Castán, Alice Munro, Patricio Pron, César Martín Ortiz. Y también: Clara Obligado, Pedro Ugarte, Fleur Jaeggy, Laura Ferrero, Valeria Correa Fiz, Justo Sotelo, Almudena Sánchez, Elvira Navarro, María José Beltrán, Javier Morales,… me dejo a muchos, claro, pero tampoco quiero cansar.
Emma Prieto