Manu López Marañón
LAS MANOS TAN PEQUEÑAS.
Marina Sanmartín. Harper Collins (2022)
Cuatro años se ha hecho esperar Las manos tan pequeñas, última novela de Marina Sanmartín (Valencia, 1977). A El jardín de los sospechosos (Principal, 2018), le habían precedido la ficción lovecraftiana Informe sobre la víctima (2016), El amor que nos vuelve malvados (2014), y su opera prima: La clave está en Turgueniev. Autora también del volumen de relatos La vida después, esta licenciada en Periodismo compagina su carrera como novelista con la gestión de la librería Cervantes y compañía. Desde 2017 Marina Sanmartín tiene una sección propia sobre novela negra –Tinta Roja– en ABC cultural.
El agotamiento de las tramas en las novelas de investigación criminal complica el oficio de algunos escritores que, ocupándose todavía de ellas, intentan dejar su sello frente a esa mayoría que, sin remilgo alguno, opta por seguir –paso a paso– el esquema que Dashiell Hammett les legó para esta rama del noir (muy mayoritaria y popular, y a la que habría que denominar sin ningún temor subgénero). Una estructura narrativa simple da lugar a combinatorias que parecían tener no pocas posibilidades argumentales y que desarrolla situaciones, personajes y acciones de gran variedad, pero explotadas hasta su casi extenuación. Si son buenos algún día copiaré los postulados hammettianos para que comprueben qué sencillo resulta construir una intriga policíaca (regular o mala, eso dependiendo del talento de quien la desarrolle).
Las manos tan pequeñas, esta espléndida obra que hoy presentamos desvela un crimen con una estructura narrativa muy trabajada. Olivia Galván, su protagonista, cuenta en primera persona su historia utilizando dos tiempos narrativos.
Con el primer tiempo verbal la narradora, en la taberna del hotel Andaz en Tokio, se sitúa en un presente desde el que refiere hechos pasados. Durante un diálogo con Gonzalo Marcos, asesor cultural de la Embajada española en Japón, Olivia desgrana la verdad sobre el crimen de Noriko Aya, bailarina hispano-japonesa de fama mundial cuyo cuerpo ha aparecido en los jardines de Hamarikyu, en un tramo que se convierte en bosque. En estos seis capítulos la primera persona se combina con la segunda persona (ya en El jardín de los sospechosos me llamó la atención este uso que ahora alcanza grado de perfección) para dirigirse al interlocutor de Olivia, Gonzalo, cuyos comportamientos y suposiciones, sin interferencias de la narradora, solo conocemos directamente en sus réplicas de diálogo, unas réplicas con los pies en la tierra (ante las abundantes digresiones y suposiciones con que Olivia arma su confesión). El segundo tiempo refiere durante otros seis capítulos y también desde un presente que desgrana –ahora cronológicamente– lo que pasó desde la llegada a Tokio de Olivia y su marido, César Andrade, hasta llegar al capítulo final. «Tres años después» desempeña funciones de epílogo y en él se ponen al día los destinos de los cuatro protagonistas del libro.
Este perspectivismo del «yo narrativo» desarrollándose a gusto con el entrecruzamiento de ambos planos temporales, lejos de solaparlos, los complementa y logra interesar en todo momento. Lo que tan tentador y fácil hubiera resultado, confundir al lector tendiéndole trampas (o peor, aburrirlo con repeticiones), es concienzudamente evitado por Marina Sanmartín, que oculta datos esenciales para el esclarecimiento de la muerte de la bailarina manteniendo un legítimo y conseguido suspense. El misterio se acaba desvelando. Los lectores, con contundencia irrebatible, sin habernos engañado en ningún momento –menos aun sin haber sido tratados de idiotas–, alcanzamos a ver de una vez –y solo cuando la autora lo considera oportuno– la resolución de lo que nos ha intrigado. La vistosa y muy eficaz estructura de Las manos pequeñas es, para mí, su más destacable seña de identidad.
Las manos pequeñas es una obra de investigación criminal protagonizada por una autora, precisamente de novelas policiales, y por un asesor cultural de embajada. No son por tanto unos profesionales que al modo detectivesco investigan y desentrañan: el esclarecimiento del asesinato de Noriko Aya no vendrá envuelto en complicadas pesquisas policiales. Aquí lo sucedido se confiesa a través de la mirada y la voz de una mujer muy particular, Olivia, involucrada en unos hechos luctuosos que la atañen y de los que tiene claves para su cabal comprensión. Siempre como atento y a veces desconcertado oyente, Gonzalo se gana su confianza. Ella, segura de su silencio, aclarará –para él y los lectores al mismo tiempo– las motivaciones y complejas causas que desembocan en una carnicería.
La profundización psicológica que sobre sus personajes realiza Marina Sanmartín resulta notable. El esclarecimiento del crimen tira con fuerza del argumento y su fase final es sorpresiva; pronto percibimos cómo la autora se ha esforzado para interesar al lector (consiguiendo, por ejemplo, despertar mi apagado interés hacia estas ficciones). Pero lo que verdaderamente me sacude en Las manos tan pequeñas es el entramado de relaciones personales. Así, la de César Andrade y su mujer Olivia es una relación conyugal sustentada en la dominación/sumisión de la que nos enteramos por las acongojantes y descarnadas confidencias que hace ella sobre cómo –voluntariamente y con morboso agrado– acepta ser humillada por César. Dos psicologías enfermas quedan modeladas: la del masoquista extremo, un profesor especialista en literatura comparada que recorre las universidades del mundo dando conferencias, y la de la autora de una serie negra, quien –a pesar de su inteligencia y éxito– permite ser tratada como una perra.
César Andrade y Noriko Aya tienen una intensa relación amorosa y pasional, obligatoriamente discontinua, sustentada en las actuaciones que la bailarina de fama mundial ofrece en grandes capitales, cosmopolitas escenarios para las citas de la pareja. Agotada su relación con Olivia, el docente maduro encuentra en esta otra mujer (que ha conocido en Madrid) un motivo principal para seguir viviendo. Con el pretexto de impartir unas conferencias en la universidad tokiota queda con Noriko para entregarle un carísimo anillo de oro blanco con tres rubís. Muerta desde el inicio de la novela ella es el personaje más etéreo de Las manos tan pequeñas, aunque su creadora transmite bien la delicadeza, los arrebatos por César y esos vaivenes emocionales a los que la lleva ese descontrol. Hideki Kawaya, novio oficial de Noriko que denuncia su desaparición, mantiene con ella una relación más bien estandarizada pero de la que tampoco puede decirse que quede excluida la efusión.
Por último, Oliva y Gonzalo Marcos, amigos accidentales y recientes en Tokio, intiman durante esos días que pasan juntos recorriendo la ciudad. Entre ellos crece una complicidad que parece ser la puerta hacia el amor…
Marina Sanmartín despierta fuertes –y parece que siempre evidentes– sospechas sobre quienes pudieron asesinar a Noriko: César, Hideki y la propia narradora (El asesinato de Roger Ackroyd anda por ahí). Llevado por varias hipótesis que confluyen durante la lectura, creo que nadie dará con la resolución del inexplicable crimen acontecido en los jardines de Hamarikyu hasta que Olivia lo aclare. Venganzas, celos e incontrolables pasiones agitan con furia este explosivo cóctel.
Alejada de esas narraciones que más parecen una guía turística de la ciudad donde se desarrollan, Las manos tan pequeñas hace que sus lectores respiren Tokio como si hubieran estado allí. La selección de templos (el de Senso-ji), museos (el de Nezu, dedicado a figuras budistas, monedas y telas) edificios (la torre Skytrel, la zona de Roggonpi), el Monkey Cafe (el apartado gastronómico, en ruidosas izakuyas –tabernas–, no está menos cuidado) y librerías (las de la cadena Tsutaya Books), ambientan ajustadamente lo que en cada uno de esos lugares se cuenta. Los jardines de Hamarikyu y esa estrecha calle contra terremotos, escenarios donde se reparten los restos del despedazado cadáver, fueron elegidos con indudable acierto.
Narraciones como esta suponen una renovación del género y marcan el camino a seguir. Las manos tan pequeñas es una excelente novela policíaca. Al mismo tiempo es una obra literaria, –a secas y sin etiqueta comercial–, de enorme calidad que interesará a cualquier lector de exigente criterio; a ese lector escéptico y bien alejado de aquello que no trasciende el resobado código hammettiano. Marina Sanmartín con su quinta novela evita la mediocre abundancia y da el salto hacia la gran literatura. Bienvenida al selecto club.
«La memoria es una máquina extraordinaria y actúa como una mesa de edición cinematográfica sobre la que, desordenados e inflamables, descansan a la espera de ser elegidos centenares de pequeños fragmentos de celuoide».
ENTREVISTA CON MARINA SANMARTÍN:
La estructura de su novela, articulada en torno a la conversación que en una taberna de hotel comparten Olivia Galván y Gonzalo Marcos, me ha recordado a la que mantienen Zavalita y el zambo Ambrosio en la que –para mí– es la mejor novela que se haya escrito en Latinoamérica. Me refiero, claro, a Conversación en La Catedral. Que para renovar y hacer más atractivas las ficciones criminales autores como usted (¡qué pocos son!) puedan inspirarse en grandes modelos literarios es una gran noticia no solo para el noir, también para la literatura en general.
Da la sensación de que al planteamiento formal de Las manos tan pequeñas no se llega en un momento de inspiración.
Dígame, ¿le ha costado mucho tiempo organizar así la trama de su quinta novela?
La trama de la novela es una mezcla de inspiración y horas de trabajo; la estructura, más de lo primero que de lo segundo, porque desde un principio tuve claro que esta novela era realmente una confesión, el desahogo de Olivia Galván, que encuentra en Gonzalo la manera de desprenderse de todo el lastre emocional que la atormenta. Teniendo claro este punto de partida, no podía narrarse de otra manera.
Ha corrido un riesgo enorme al utilizar el yo narrador de la protagonista (Olivia) en los dos tiempos narrativos de su novela. Duplicar la información, trampearla o, peor aún, aburrir al lector no hubiera resultado descabellado en manos de una autora menos capaz que Marina Santamaría.
¿Cómo se hace para salir victoriosa de un reto tan complicado y para mantener el interés hasta el sorprendente final?
No aburriéndose a una misma y repasando el texto una y mil veces, pero sobre todo manteniendo mi propia tensión.
Olivia y su completa sumisión (no solo sexual) hacia su marido César es otro gran hallazgo de Las manos tan pequeñas. No le negaré que al principio yo veía exagerada una entrega de semejante calibre, pero acabo aceptando cómo en la vida de hoy se pueda dar una monstruosidad así. El fino y frío autoanálisis de ese matrimonio, «la crónica de mi descenso, de una renuncia progresiva a todo lo que no fuera obedecer y soportar», según palabras de Olivia, resulta ser un habilidosísimo recurso para cincelar las perturbadas mentes de la pareja.
¿Padeció metiéndose hasta el fondo en unos terrenos tan escabrosos para moldear de esa brutal manera a Olivia y César?
Le mentiría si dijera que padecí. No soy de esa clase de autores, a los que respeto tremendamente, que lloran con su ficción porque la sienten como real. Si uno de mis personajes muere, cuando llega la hora de apagar el ordenador y olvidar la novela hasta mañana, yo no continúo compungida. Tengo claro que lo que cuento es mentira, que es una historia que me invento y que, precisamente por eso, es inocua. Solo así se pueden abordar temas como la sumisión de Olivia y analizarla sin que la vergüenza ajena o la incomprensión… sí, principalmente la incomprensión, hagan el ejercicio insoportable. En este sentido, mentir nos permite aprender.
«Superpuesta a la ciudad espectáculo que inmortalizan las guías, otra ciudad en la sombra, silenciosa y anclada en el pasado, como un bosque oscuro que todavía no se hubiera descubierto».
La ciudad de Tokio juega importante papel en Las manos tan pequeñas. Leyéndola me parecía imposible reflejar esta megalópolis sin que usted hubiera estado en ella, tal es el grado de perfecta ambientación, siempre en el justo equilibrio, para reflejar los escenarios donde se desarrolla la trama y sin caer en un exhaustivo repertorio. Al final del libro me entero de que usted viajó a Japón en 2018.
Para tanto autor incapaz de cribar la documentación reunida, en este caso sobre ciudades con múltiples atractivos (como pueda ser Tokio), ¿cómo se procede a una selección tan ajustada –y encantadora– como esta que usted hace para describir los espacios narrativos de una urbe tan atractiva (y más para quien procede de Occidente y que inevitablemente colisiona con ese nuevo mundo)?
Con esto la estructura me resultó de gran ayuda, al decidir no asociar más de dos escenarios a un día. Creo que en la literatura, quien crea, debe ser muy estricto marcándose límites, porque el riesgo de perderse en la dispersión siempre es frecuente, y más cuando hay que seleccionar aspectos de un lugar tan atractivo y rico en posibles ubicaciones como Tokio.
En las páginas 112-113 de Las manos tan pequeñas leemos: «La buena literatura sin música, no existe. No importa que la historia sea triste o cruel o sangrienta, hay un ritmo irrepetible y único en toda narración, y de encontrarlo depende la gloria de la novelista».
En mi caso he encontrado su obra, más por la ambientación que por su trama, entroncada al universo cinematográfico de Wong Kar-Wai (a quien cite Lost in translation como referencia habría que pasarlo por las armas). Los violines de Michael Galasso en Deseando amar pautaban de manera no tan inconsciente mi lectura de Las manos tan pequeñas dándole su ritmo propio.
Para usted, ¿qué música acompaña a su novela de inmejorable manera?
Podría contestar a la pregunta, pero no lo haré. En esto no tengo duda: cada lector debe encontrar su propia música.
Lograr un imparable y sinuoso ritmo narrativo en una historia formada desde la palabra, ¿será la mayor evidencia de que se salió triunfante del empeño?
Imagino que sí, aunque Las manos tan pequeñas no es un thriller, porque su ritmo es mucho más lento y no contiene escenas de acción trepidante. Lo que sí se desborda como un torrente y en ese sentido acelera nuestra lectura es la declaración de Olivia, que se sincere por fin… eso es lo que atrapa y mantiene nuestro interés y nos obliga a pasar una y otra página, sin parar, hasta el final.
Dado su lato conocimiento sobre el género negro, no me resisto a preguntarle:
¿Cómo ve el noir actualmente, tanto en España como en el resto del mundo?
Creo que la salud comercial del noir nacional está garantizada, pero no tanto la literaria, aunque la salvan una lista reducidísima de nombres.
¿Qué escritores son sus favoritos y cuáles resaltaría tanto por posibles influencias sobre su obra como por sus propios gustos lectores?
Patricia Highsmith, Daphne du Maurier, Iris Murdoch, Ernesto Sábato, Stieg Larsson, Alicia Giménez Bartlett, Dominique Dunne, Ryu Murakami, Natsuo Kirino, Joan Lindsay, Leonardo Sciascia, Petros Màrkaris, James Ellroy, Jo Nesbø… podría seguir sin parar durante horas.
Por último y para cerrar la entrevista:
¿Puede adelantar para SALAMANDRANEGRA.COM algo de su próximo proyecto literario?
Estoy trabajando en un ensayo que nada tiene que ver con la novela negra y el cambio de registro lo estoy disfrutando mucho.
¿Seguirá escribiendo ficciones criminales o, por el contrario, pretende cambiar de tercio con alguna nueva temática?
Intuyo que, aunque escriba otras cosas en un futuro, nunca abandonaré del todo la ficción criminal.