Manu López Marañón
MUERTE EN EL CARLTON.
Javier Sagastiberri.
Erein (2021)
Al autor de Muerte en el Carlton, Javier Sagastiberri (San Sebastián, 1959), aun disfrutando no poco con sus anteriores novelas (la tetralogía de las ertzainas Arantza Rentería e Itxiar Elkoro, iniciada en 2016 con El asesino de reinas y a la que, en 2019, Una tumba sin nombre puso punto final), le he solido señalar, en reseñas publicadas en otras revistas, cómo un exceso de páginas en sus libros (fácilmente evitable) lastraba los logros globales de estos, unos logros que, a pesar de semejante pega, dejaron siempre en mi boca el grato sabor que emana de la buena literatura.
Subtramas no sin interés, pero que quedaban sin acoplar en la historia principal (como ocurría en Perversidad) o prólogos prolijos dilatando innecesariamente el arranque de lo que luego se convertía en una imparable y magnífica narración (Una tumba sin nombre, mi favorita) son ejemplos palmarios de aquella objeción.
Y lo primero que estoy obligado a decir sobre Muerte en el Carlton es cómo, estructuralmente hablando, resulta ser el título más completo –hasta la fecha– del escritor donostiarra. Sin cambiar de registro, trabajando de nuevo sobre la rama principal del noir –la investigación criminal– a la quinta novela de Sagastiberri no sobra un solo párrafo: sus 250 páginas resultan imprescindibles para contar, sin desmayos, la resolución del asesinato cometido sobre Juan Artolabe en el bilbaíno hotel Carlton, lugar elegido por este principal empresario vizcaíno para celebrar, rodeado de familia y amistades, la fiesta de su 70 cumpleaños.
Pésimo marido (se separa de su abnegada mujer –Cristina– para iniciar la campanuda relación con una bella treintañera amiga de la famila –María Azkoitia–), peor padre si cabe (minusvalora al primogénito que solo vive para servirle –Jon–; ignora a su única hija –Beatriz–, y menosprecia en público, por ser gay, al único hijo con vocación artística –el bailarín de fama mundial Asís Artolabe–), cínico y reiterado causante de graves traiciones a compañeros de ideología; traiciones destinadas más tarde, también, a quienes colaboraron para que llegase a lo más alto en sus negocios: así, Juan Artolabe no duda en prescindir de Gonzalo Erdosain (un ex Inspector de Hacienda por él contratado para sortear los muchos escollos legales de su entramado empresarial), para, sin mediar palabra, reemplazarlo por Nacho, el hijo preferido pese a ser este un redomado inútil sin preparación alguna al que solo interesan las mujeres y el surf.
Desde luego personas con ganas de cargarse a este empresario «modelo» y motivos de todo pelaje no faltan en Muerte en el Carlton…
Huyendo de los tópicos del crimen cometido en un lugar cerrado, no obstante, detecto sobre esta trama el vuelo de Asesinato en el Comité Central (Manuel Vázquez Montalbán) y también el de Asesinato en el Orient Express (Agatha Christie) aunque –no se sorprendan– para mí la influencia más obvia provendría de Fuenteovejuna, el clásico de Lope de Vega que se desarrolla fundamentalmente en exteriores.
Decir que el aristocrático y señorial barrio de Neguri (perteneciente al ayuntamiento vizcaíno de Guecho) ejerce una recurrente fascinación para este guipuzcoano no es novedad. Aquel Jacobo Macallister Olarizu, abogado especializado en fiscalidad, un muy religioso padre de familia que dos años antes de morir decide salir del armario (en Perversidad), o el penalista Borja Pérez de Martingala, gran conocedor de delitos financieros de «cuello blanco» que resultaba acaparar todos los vicios habidos y por haber (en Un dios ciego), tienen ahora vistoso sucesor en la primera, y principal, víctima de Muerte en el Carlton: ese Juan Artolabe que, al tiempo que le toca sufrir el macabro rol asignado, desarrolla a la perfección el papel de malo.
Si al innato talento, y a la perspicaz psicología y capacidad de observación de Sagastiberri, sumamos la inclinación a despeñar a esos endiosados neguríticos, sus víctimas preferidas de la alta sociedad vizcaína, pozos sin fondo de deseos, lujurias y ambiciones (que, al igual que los personajes de Francis Scott Fitzgerald, tampoco tienen segundos actos en sus vidas), obtenemos el sólido armazón moral de esta buena novela que es Muerte en el Carlton.
Otro acierto es la profesional construcción temporal con la que se articula el argumento. Narrado en todo momento usando la tercera persona, en las cuatro partes de esta quinta novela de Javier Sagastiberri el tiempo en presente sobre la investigación del principal asesinato (a la muerte de Artolabe sigue otra más y hasta un suicidio) se alterna con el tiempo en pretérito que disecciona, –hora por hora–, la extensa secuencia cronológica que abarca desde la llegada de los invitados al hotel hasta el descubrimiento del cadáver en los baños. Desplegados así los hechos, al detalle, gracias a un perspectivismo que nunca duplica ni repite lo que el interesado lector va descubriendo, los complementarios puntos de vista son ofrecidos por el amplio abanico de quienes acuden a esa lujosa cena con fiesta posterior en el hotel bilbaíno, marco incomparable que el escritor explota para sus fines con gran habilidad.
Un variado despliegue espacial contribuye a hacer dinámica la lectura, pero –y esto voy a dejarlo muy claro– nunca desmandándose en plan «thriller internacional» y sí aportando localizaciones cuyas idiosincrasias acompañan adecuadamente la resolución del caso (así esos viajes a Galicia de Juan Artolabe y Gonzalo Erdosain, para reunirse con los hermanos Fouzán –los capos de la droga Gabriel y Matías– a los que siguen conexiones colombianas y holandesas imprescindibles para poner en marcha ese tráfico ilegal). No puedo dejar de citar aquí esos flash-backs espacio-temporales a la violenta Euskadi de 1980 que aportan datos sustanciales para desvelar el misterio de la riqueza del empresario vizcaíno, cuyos impenetrables orígenes tardan en aclararse.
Respecto al modus operandi de la investigación, llevada por Ana Larburu (suboficial de la Unidad de Investigación Criminal de la Ertzaintza en Erandio) y su jefa –Idoia– una guipuzcoana que viene a ocupar en la UIC el puesto dejado por el anterior jefe –Xabier Arcelus– diré que se desarrolla con el oficio y la profesionalidad a los que ya nos tiene acostumbrados este cuerpo policial vasco.
Para quien esto escribe ambas mujeres quedan lejos de atesorar el atractivo que Javier Sagastiberri insuflaba a su anterior pareja policial: las inolvidables Itxiar y Arantza. Quizás se deba a que los nuevos personajes acaban de nacer y necesitan más casos para cuajar, pero, al menos de momento, me resultan un tanto planos. Por poner un ejemplo, las relaciones de la agente viuda, Ana Larburu, con su único hijo –el adolescente Álvaro– que a lo largo de la novela consiguen pasar (gracias al fútbol) de la incomunicación a la complicidad, no logran interesarme, menos emocionarme, como sí lo consiguieron hacer el pasado heroinómano de la carismática y «salvaje» Arantza Rentería o sus coqueteos con ETA previos a su ingreso en la Ertzaintza.
Pero para quienes debuten con Muerte en el Carlton en la narrativa de Javier Sagastiberri darán con una novela perfectamente construida, sin relleno de ningún tipo y que responderá con creces a sus expectativas de lectores de género. Las nostalgias por las anteriores ertzainas quedan reservadas a quienes seguimos a Javier desde sus comienzos.
Javier Sagastiberri