viernes, 26 de noviembre de 2021

Maya Velasco presenta Amar a un hombre que mata, de Sonia Rico







El pasado 19 de noviembre nuestra colaboradora Maya Velasco presentó en Madrid la última novela publicada por Sonia Rico, Amar a un hombre que mata.


La presentación se realizó en la librería La buena vida, una librería en el centro de Madrid, en la calle Vergara, 15, que os recomendamos que visitéis ya que es una de las pocas librerías que organizan  presentaciones, debates, talleres y que fue ganadora del Premio Librería Cultural 2018 que conceden las asociaciones de libreros de España (CEGAL)


Fue estupendo volver a asistir a una presentación presencial y poder tomarnos un vino con ya viejos conocidos, asistió mucha gente, en un espacio que olía a libros y a curiosidad.


Tuvimos ocasión de preguntar a Sonia. Nos explicó el proceso de documentación que tuvo que realizar para escribir Amar a un hombre que mata  ya que desconocía aspectos de la vida carcelaria y cómo tantas mujeres podían enamorarse, incluso hipotecar su vida, por personas encarceladas. Lo más interesante de esta conversación fue la importancia que Sonia Rico da a la construcción de sus personajes y a que siempre quiere comprender por qué actúan como actúan. Recalcó el proceso que la protagonista tiene a lo largo de la novela.

Esperamos repetir pronto










viernes, 19 de noviembre de 2021

Somos comunión, de Inigo Bolinaga. Una comunión entre sometidos y vividores en un paisaje idílico

Manu López Marañón.

SOMOS COMUNIÓN. Iñigo Bolinaga. Txertoa (2021)

Iñigo Bolinaga (Elorrio, Bizkaia, 1974) autor de «Somos comunión», que hoy reseño para SALAMANDRANEGRA.COM, es un licenciado en Historia Contemporánea, máster de Periodismo y máster de Estudios Vascos que ha publicado con anterioridad ensayos, entre los que destacan «Breve Historia del fascismo», «Breve Historia de la Guerra Civil Española» y «Breve Historia de la Revolución Rusa», así como el estudio político-sociológico «La Gran Utopía». La editorial donostiarra Txertoa ha publicado también su primera novela de corte histórico, «Sinfonía guerrera» (2013), donde recrea la derrota napoleónica a manos del ejército de Wellington.


En «Los santos inocentes», obra maestra de Miguel Delibes, se retrata la vida del mundo rural en los años sesenta del pasado siglo. En un cortijo extremeño se presentan dos realidades enfrentadas: la de los señoritos y la de sus sirvientes. Los primeros tratan a los segundos sin la menor consideración y los hacen víctimas de sus caprichos. Los segundos, ignorantes, analfabetos, sumisos, arrastran una vida que apenas merece ser vivida.


A la hora de plasmar la realidad del campesinado vasco a finales del siglo XIX, Iñigo Bolinaga crea a la elorriana familia Eguíluz, arrendatarios de uno de los caseríos cuya titularidad ostentan los Luna (Héctor, Elvira y sus dos hijos), bilbaínos adinerados, rentistas gracias a esos tributos recibidos de los caseros. Las condiciones precarias de la vida rural; el trabajo en jornadas sin descanso; el analfabetismo; la falta de higiene; la resignación de esos depauperados vizcaínos (abuelos, padres e hijos) está dialécticamente confrontada con el privilegiado pasar de los Luna, que, si no muestran interés por sus propiedades, menos aún lo sienten por quienes las habitan. Viven solo pendientes de lo que renten sus bienes raíces (también recaudan bienes en especie), y –en cuanto pueden– de subir los arrendamientos con contratos de corta duración para incrementar los pagos sin mucha espera.


 

Caserío vasco

Los señoritos de ciudad, incapaces de entender a sus campesinos (más santos e inocentes que los de Delibes), son obligadamente ignorados por ellos: debido a su absentismo extremo les parecen fantasmas, seres de otra dimensión. Semejante desconocimiento mutuo (buscado uno, impuesto el otro), mantenido durante décadas, acaba generando desprecios que llevan dentro la semilla del racismo.


Con «Somos comunión» se entra en una literatura de realismo acompañada por esa nostalgia provinciana desde cuyo cénit el escritor define la psicología de los sometidos –los campesinos– y la de los vividores –los urbanos–. El tiempo del narrador y el tiempo narrado coinciden en esta obra. Además, en una decisión más trascendente (de la que, en lo literario –que es lo que aquí importa–, sale triunfante) Bolinaga ha descartado la posibilidad de un narrador pretendidamente objetivo, buscando involucrar en sus tramas al narrador-testigo de su novela. No solo eso: esa potente voz, desde dentro –y decididamente–, toma descarado partido por la permanencia del ruralismo antañón, confinado en sus propias limitaciones y en constante puja por sobrevivir. Y desde luego, con tracciones distintas a las que otro autor, usando la tercera persona de manera no tan subjetiva, hubiera insuflado al texto.


Se opta por el dolor puro extraído del coro de campesinos elegido. Para Bolinaga los caseros mantienen su comunión con la naturaleza y llevan impreso en su carácter genético el antiguo orden de cosas que, «a la larga, está destinado a recomponer la legitimidad perdida»… Pero mientras, la diaria existencia de estos oprimidos resulta un drama del que ellos mismos, en su callada y prolongada resignación anterior a la batalla, son apenas conscientes.

 

                                                   Emblema carlista: el aspa de Borgoña 
                                                   con el Sagrado Corazón de Jesús


El narrador describe sin contemplación una familia vasca arquetípica de la época –los Eguíluz– a veces con brutalidad, incidiendo en su incultura, suciedad y acomplejamiento. Martín y Magdalena, los padres, son un matrimonio que lleva trabajando para los señores Luna desde que nacieron. Analfabetos ambos, ni siquiera albergan deseos de que sus hijos escapen de esa realidad: Martín padre, deslomándose con la laya suspira porque su feble primogénito supere pronto sus fatigas crónicas y continúe la recia tradición familiar… La honestidad de «Somos comunión» queda fuera de duda. Es un libro lleno de sonido y de furia, pero, desde luego, no viene contado por ningún idiota.

Sus lectores acceden a un mundo al que algunos –entre los que me incluyo– no solo eran ajenos, también desdeñosos: esos mismos que, tras concluir apasionadamente la novela, lo encontramos cercano, entendible; de repente (por mucho que seamos ciudadanos modernos alejados del agro y sus vicisitudes) casi propio. La buena literatura obra estos prodigios, algo que la historia (la cuente quien la cuente) no.  


Iñigo Bolinaga trabaja en su obra de modo libre, desligándose de cualquier traba. Puede maltratar a los campesinos, acusar severamente a los bilbaínos, sin por ello ceder ante las convenciones del campo o de la ciudad. Es en lo privado donde su voz narradora se empeña en mostrar las contradicciones, las angustias, las prepotencias y remordimientos de unos y otros. Un empacho de razones y pretextos a la búsqueda de un equilibrio complicado que solo los valientes afrontan.


La casa y el mundo de los Eguíluz queda ajustado en este párrafo extraído del cuarto capítulo de la primera parte:


«Volvieron sus pasos hacia esa casa miserable, tan necesitada de arreglo y tan cargada de malos remaches que hacía las veces de hogar, de granja, huerto, almacén, fábrica de ropa, de cerámica, era, lagar, bodega, confesionario… Su mundo. Su único mundo, a excepción de las contadas ocasiones en las que bajaban al pueblo a vender algún pequeño excedente o a oír misa, o a las fiestas, que también tiempo de divertirse había, aunque escaso y siempre guardando las apariencias que la rígida moralidad exigía».


La idealización de lo real surge con los relatos de la Primera Guerra Carlista (1833-1839) que divulgan campesinos como Melitón, y que suenan, incluso a quienes tomaron parte en ella (así, Martín Eguíluz padre), a cuentos de hadas que, a la larga, dañan a una Causa que se pretende avivar con no desfalleciente constancia. Y es que frente a la conciencia variable y golpeada del señorito de ciudad (bajo una educada fachada Héctor Luna oculta un torrente de lujuria; a su mujer Elvira, cosificada y anulada, le asaltan fuertes melancolías), la del casero permanece opaca, quizás insignificante, pero perdurable.

                                La Última Guerra Carlista (1872-1876) vertebra «Somos comunión». 


De las iniciales y desharrapadas partidas guerrilleras se pasa a unos batallones con instrucción militar, uniformados y que reciben apoyo de la reacción europea. El ejército regular carlista combate de tú a tú contra el liberal, siempre más numeroso (su leva dispone de casi la totalidad del territorio español), equipado con armas modernas y buena artillería, además del apoyo de la Marina.


En paralelo al conflicto, las cuatro aguerridas provincias forales (a través de sus Diputaciones) arman el embrión del Estado Carlista, intento de organización político-administrativa cuyos ministerios –Guerra, Gracia y Justicia, Negocios Extranjeros, Estado y Hacienda–, así como el Tribunal Supremo de Justicia, tienen su sede en la navarra localidad de Estella.

Frente a esa superioridad del ejército liberal, el contacto con una experiencia directa de lo sagrado da la ventaja, no pequeña, proveniente de haber construido un mito sobre la creación del mundo. El tradicionalismo, Dios, los fueros –la ley vieja, en definitiva–, alzan en armas al pueblo contra la ciudad: apoyar al pretendiente Carlos VII a reinar en España despierta el valor de tanto campesino vasco y navarro. Al estatismo de unos meses perdidos tras la frustrante derrota de Oroquieta (mayo de 1872) sigue la pulsión de los héroes épicos, de nuevo puestos en pie por esa asonada general que sigue a la promulgación de la Primera República Española (abril de 1873).  


En esta guerra Bolinaga alaba el valor, la resistencia del soldado carlista. Fervor y arrojo ante episodios dramáticos brotan en cada encuentro con las tropas liberales (pronto alfonsinas), no pocas veces derivando a situaciones surrealistas, chuscas, algo por otra parte típico de cualquier enfrentamiento militar. Pero arrojo y durabilidad resultan insuficientes para ganar una guerra, en todo caso servirán para hacer «provechosa» la derrota. Tras el levantamiento del sitio de Bilbao por el general liberal Concha, las contundentes derrotas en Vitoria y Estella –y el subsiguiente final de la guerra–, el fracaso de la legitimidad del pretendiente carlista acelera en los vencidos una maldición y condenación que afecta de lleno a los Eguíluz.

 

De la segunda batalla librada en Somorrostro (25 de marzo de 1874), un pueblo cercano a la capital vizcaína (en otro intento de acercamiento a un Bilbao sitiado por las bombas del ejército carlista –Villa a la que este en ninguna guerra logra traspasar–), destaco este párrafo del capítulo décimo de la segunda parte en el que se aprecia la fiereza de la lucha:

«Aún recuerdo cómo caían compañeros y contrarios al suelo a mi alrededor, en medio de la pelea, como títeres a los que acaban de cortar los hilos, repentinamente desplegados. Y yo seguía disparando, golpeando con la culata de mi fusil, ensartando a la bayoneta a troche y moche sumido en un mundo paralelo, un tanto onírico, en el que solo cabía matar para sobrevivir».

Adrián Eguíluz, el segundogénito, infatigable soldado carlista, el hermano más intenso, da una insuperable dimensión a su personaje (aunque el primogénito Martín y la hermana Gracia estén asimismo llenos de vida y resulten muy atractivos). Adrián, durante su errático viaje a lo largo de la historia, consigue que de su interior fluya la insaciable necesidad de encontrarse en ese enloquecedor movimiento que da la huida sin pausa.

La pérdida de la legitimidad antigua frente a la nueva, –victoriosa–, conduce a la unidad constitucional de la Monarquía española y a la abolición de la ley foral. Como realista –y desencantadamente– reconoce Martín Eguíluz hijo:

«Con el triunfo de los alfonsinos retornó la privación de los comunales, el predominio del dinero y del interés individual sobre el colectivo, la desprotección sobrevenida por la desaparición de nuestros fueros y la imposición de un sistema político y económico puramente competitivo».


«Somos comunión» es novela de ideas enfrentadas. El hecho de que la voz narradora se decante por el mundo antiguo no resta un ápice de interés y verosimilitud; al contrario. Hay intensas aventuras, extraordinarias escenas de guerra; personajes, en ambos bandos, que pelean con razón por sus idearios.


Partidarios de la vida urbana y acérrimos defensores del arcádico caserío son ofrecidos al disfrute lector en esta espléndida obra de Iñigo Bolinaga, a quien hay que felicitar por su esforzado trabajo para, por encima de todo, desvelar muchos de los entresijos de la ideología carlista (tanto en momentos de esplendor como de derrumbe). Un estado de las cosas aquel que, a tenor del rostro inhumano y materialista mostrado por esta igualitaria sociedad que muchos nos hemos empeñado en levantar, no pocos vascos –sin tener muy claros los motivos– añoran. «Somos comunión» ayuda a entenderlos.


«Nunca fuimos un partido político, sino una comunión de almas entrelazadas por el misterio místico del mismo Dios. Por eso venceremos. Pasaremos por muchas pruebas y lo haremos por generaciones, pero si somos capaces de no alejarnos del camino trazado y con la ayuda de Dios, al final venceremos».


 

El pretendiente carlista al trono español: 

                                                   Carlos María de Borbón, Carlos VII

ENTREVISTA CON IÑIGO BOLINAGA:


En «Somos comunión» eliges la primera persona para los cuatro hermanos (Martín, Adrián, Gracia y Leonardo Eguíluz) alternándola con la tercera para la voz narradora. Con cinco puntos de vista completas un eficaz mosaico de la época, tanto cuando la historia se desarrolla en el caserío familiar como –en menor medida, pero no menos intensamente– al desplazarse a la casa bilbaína donde Gracia sirve de doméstica. Igualmente útil te resulta el perspectivismo para contar las vicisitudes de la Última Guerra Carlista y las que, en paralelo y durante el conflicto, genera la constitución del Estado Carlista.

¿Cómo llegas a esta decisión técnica, tan fragmentada, para tu novela?

Si uno no anda con cuidado, la decisión de adoptar un narrador coral, alternando el clásico omnisciente con quienes vivieron los hechos en primera persona, puede ser peligrosa. Sin embargo, bien planteada, enriquece mucho a una novela, ya que muestra una misma situación desde perspectivas muy diversas, lo que aporta una profundidad psicológica que en sí misma incrementa el valor de la narración. Al hacerlo, asumí el riesgo, y este es el resultado. 


La voz narradora toma partido por la vida campesina y luego, ya en guerra, por el bando tradicionalista. «Somos comunión» está contada por un carlista. Literariamente esto da excelentes resultados. Sin embargo, habrá quien eche de menos cómo, si no el narrador, por lo menos algún personaje tuyo hubiera manifestado su aprobación al modo urbano de vida o que luchase con el ejército liberal contando su experiencia… Históricamente tu novela no es un dechado de imparcialidad hacia los mundos que contrapones. 

¿Tuviste en cuenta esta «pega» (no literaria, insisto) y que la decisión de narrar partidistamente puede desconcertar a lectores de hoy en día?

La obra no busca en ningún momento ofrecer una visión mesurada y desapasionada de la guerra carlista, porque eso le haría perder la intensidad psicológica que quería imprimir a la novela. Sin embargo, los hechos históricos que aparecen reflejados en la novela son objetivamente neutros, ciertos y contrastables, pero las razones y circunstancias  están repletas de pasión. Un protagonista que vive una situación concreta no puede ser neutral, de manera que mis personajes, forzosamente han de tener una carga subjetiva en sus declaraciones. A mí a quienes me interesa dar voz es a esos caseros vascos decimonónicos, poco o nada alfabetizados, dotados de tanta sabiduría popular como ignorancia académica, que no pueden sino reaccionar con las tripas ante una situación que les desborda y ante la cual muchos de ellos no ven otra salida que alistarse en las filas de don Carlos.  En este sentido, la novela sigue el argumentario de los carlistas vascos, quienes señalaban al liberalismo.como el principal responsable de la transformación de un mundo que comprendían, el tradicional, por uno en el que no encajaban. Este cambio había llevado a muchos campesinos a la ruina, y a una mercantilizacion de la vida que para ellos era sinónimo de desastre. Es lógico, pues, que los liberales aparezcan retratados como el alter ego social negativo de esta historia, lo cual me parece refescante en cuanto que habitualmente suele presentárselos al revés. Aquí se da voz a quienes en demasidas ocasiones se les ha tachado en los libros de historia como los defensores a ultranza de los derechos feudales, de la soberanía del rey sobre la nacional, de la religión católica en su versión más rancia y de la antimodernidad por definición, lo cual les ha convertido en el imaginario popular en malos o incluso tontos en cuanto que sin saberlo estaban defendiendo posiciones retrógradas y contrarias a sus propios intereses. Esta idea es profundamente injusta. Por eso, en la novela se explican sus razones, son ellos quienes hablan, y ellos no eran tontos, ni malos, ni trabajaban en contra de sus intereses. Simplemente reaccionaban contra un sistema liberal que verdaderamente les estaba perjudicando. Por eso he creído necesario darles voz, dejarles un espacio para que al margen de si tuvieran o no razón, puedan explicarse, y no así a los liberales, cuyas razones ya han sido ampliamente difundidas. 


Soy un vasco de ciudad integrado en las comodidades de vivir en este Bilbao. Antes de ponerme ante tu novela, desde un punto de vista biográfico y vivencial, al mundo rural y sus campesinos no podía sentirlo más ajeno (no he visto un caserío ni de lejos). Que el casero vasco diese un juego novelesco similar al que los mujiks prestan a Fedor Dostoievski o al que los negros del Sur ofrecen a William Faulkner no pasaba en mí de la especulación.

La lectura de «Somos comunión», aparte de meterme de lleno en el caserío Arriaga y hacerme padecer, e indignarme, con su injusto régimen de explotación, me lleva, seguramente por eso mismo, a estar del lado carlista durante la guerra. Decir que una ficción logra que sus lectores comulguen de tan entrañable manera con sus protagonistas significa que el talento logró veracidad. Y eso cualquier escritor lo persigue.

¿Consideras que estas simpatías ante el carlismo hubieran logrado similar calado tras, por ejemplo, leer un ensayo que, ya con las neutrales metodologías de la labor histórica, analizase cómo era la vida, durante el último tercio del siglo XIX, en el País Vasco?

Habría que diferenciar entre el carlismo y los carlistas decimonónicos de caserío. Es en ellos en quienes se posa la simpatía, y no necesariamente en los ideólogos del carlismo, los grandes líderes y demás. Dentro de ese conjunto que denominamos carlismo hubo mucha gente y de todo tipo, cada cual con sus propias razones. Dicho esto, creo sinceramente en la máxima de que los vencedores son quienes escriben la Historia, la grande, la de letras mayúsculas. Vivimos en un mundo en el que han triunfado las ideas liberales, razón por la cual la historiografía, por muy neutral que pretenda ser, ha juzgado siempre estos hechos desde el prejuicio de asumir como progreso la revolución liberal y retraso o privilegio el mundo tradicional, donde se hallaban insertos los fueros vascos.   


Los personajes son la gran apuesta de una novela. En la tuya dudo a la hora de quedarme con uno. Pese a mi identificación con Martín hijo (su delicada constitución física y su acceso a la cultura me es próximo), la empática comprensión hacia la hermana, Gracia, víctima del acoso de un señorito, o la admiración por el hermano más vivales, el benjamín Leonardo, acabo eligiendo el vitalismo irracional «a lo Mitia Karamazov» de Adrián Eguíluz (desbordante de energía e irreductibles ganas de lucha).

¿Con cuál de los cuatro hermanos se identifica más el autor, y de ellos cuál fue el que más problemas dio para su creación?

Todos los personajes tienen algo de mí, otro tanto de personas cercanas o que he conocido y una tercera parte de creación literaria. Esta es la razón por la que soy capaz de identificarme con todos ellos, aunque no especialmente con ninguno. Cada uno de ellos me sirve como excusa para mostrar diferentes mundos dentro de la misma circunstancia histórica: Martín vehicula las tripas del entramado administrativo carlista y del estado alternativo que se crea en torno a él; Adrián me sirve para relatar la forma de vida en el Ejército Regular Carlista y las batallas; Gracia para hablar de Bilbao y del mundo liberal, aunque siempre desde su perspectiva propia, así como para describir el sitio de la ciudad; y Adrián es un hombre que comulga con las ideas carlistas pero muestra un sentimiento tan humano como es el miedo a morir. Todos los personajes tienen una complejidad propia que les hace únicos, aunque si tengo que dar un nombre creo que el más complejo de todos es Martín hijo, cuyos daños y complejos internos piden mayor trabajo para hacer veraz su figura.    


El director de cine Julio Medem, en su película «Vacas» (1992), tras retratar con acierto la misma guerra carlista de la que tú te ocupas, traslada las vicisitudes de sus Iriguibel y Mendiluce a la Guerra Civil Española (1936-39). En cine quizá no resulte tan enrevesado exponer el sindiós ideológico que en esa contienda se dio aquí, pero, a la hora de llevarlo al papel lo veo complejísimo. Resumo: gudaris vascos católicos apoyando (porque defiende el primer Estatuto Vasco de 1936) al ateo ejército republicano y en fiera lucha contra los requetés navarros, acérrimos carlistas integrados en el ejército nacional para preservar los valores del tradicionalismo y la santa religión…

¿Serías capaz de desenvolverte, literariamente hablando, durante ese conflicto (bastante más reciente que cualquier guerra carlista) introduciendo en él a una cuarta generación de los Eguíluz?

La Guerra del 36 es uno de los procesos bélicos más interesantes de todo el siglo XX, precisamente por tratarse de una guerra ideológica en la que se entremezclan opciones políticas diversas. Sería muy interesante hacer esa continuidad histórico-familiar que propones, ya que descubriría la evolución política del País Vasco desde el final del periodo foral clásico hasta 1936.  


Dejemos aparte por un momento la siempre atractiva y conflictiva historia de nuestro país. Centrémonos en su literatura:

¿Cómo ves la literatura vasca actual, tanto como en euskera en castellano?

Creo que hay mucho talento, pero pocas facilidades. El mercado vasco es muy exiguo y no da para mucho. 


¿Qué escritores vascos son tus favoritos y cuáles resaltarías del resto del Estado y el extranjero, tanto por posibles influencias sobre tu obra como por tus aficiones lectoras?

Leonardo Padura por su tensión narrativa, Carlos Aurensanz porque en su trilogía de Banu Qasi hizo fácil lo difícil, Max Gallo como maestro y guía de novelística histórica, y Ángeles de Irisarri porque logra hacer cercanos a los personajes sin hipotecar un ápice el sabor histórico de sus textos.    

¿Podrías darme el nombre de tu historiador de cabecera?

Hay tantos… aunque sin duda quienes entrarían en todas mis listas son Paul Preston y Stanley G. Payne, dos hispanistas de primera fila a pesar de su diversa adscripción ideológica. 


Por último y para cerrar la entrevista: 

¿Puedes adelantar para SALAMANDRANEGRA.COM cualquier cosa de tu próximo proyecto? ¿Seguirás alternando libros de carácter histórico con otros más literarios o, por el contrario, pretendes decidirte por una de tales modalidades?

La idea es seguir alternando ensayo histórico divulgativo con novela histórica. Aunque en este momento me estoy centrando algo más en el ensayo, tengo prevista otra novela histórica.  

                                                                       Iñigo Bolinaga

viernes, 12 de noviembre de 2021

Besos usados en hilera, de Maripau González. Doce relatos breves que forman un libro inolvidable

Manu López Marañón


BESOS USADOS EN HILERA Maripau González. Letra Minúscula (2021)

Maripau González, autora de Besos usados en hilera nació en Madrid pero lleva muchos años residiendo en Reus. Escritora de microrrelatos desde 2010, ha quedado finalista de concursos importantes, como Premis Literaris Constantí (2016) y Premis Literaris de Relatos de Nou Barris (2017). Ha publicado relatos para el taller «El Vici Solitari» y en 2018 participa, de manera grupal, en el libro solidario Pasión por la escritura. Maripau González tiene un blog personal de narrativa, Micro-Regalos. En él comparte poemas, microrrelatos, reflexiones y, de vez en cuando, redacta unas maravillosas reseñas sobre libros que le han llegado al corazón.

Julio Cortázar da una definición de relato que debería ser interiorizada por cualquier autor de cuentos: «Género de difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario». Añade Cortázar, en el ensayo que sigue a este enunciado, tres características principales del relato que resumo para los lectores de SalamandraNegra.com.

En primer lugar está la significación. Un cuento es significativo cuando sabe quebrar sus límites con una explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va más allá de la anécdota (por el tamaño, generalmente pequeña) que expone. Aquí se produce una criba inicial entre buenos y malos cuentistas.

Sigue la excepcionalidad. El tema del que sale un buen cuento busca siempre ser excepcional, pero ello no quiere decir que sea algo extraordinario, fuera de lo común. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota cotidiana. Lo excepcional en el tema es ser capaz de imantar al lector, atraerlo a un sistema de relaciones conexas, a una cantidad de nociones, visiones y sentimientos que flotan en la memoria o en la sensibilidad del autor y calan, después, en sus lectores. En este tramo naufragan ya muchos.

La tercera característica para Cortázar es la intensidad. Significación y excepcionalidad carecen de sentido si no las ponemos en contacto con los conceptos de intensidad y tensión, que no se refieren solo al tema sino a su tratamiento literario, a la técnica para desarrollarlo. La intensidad elimina ideas o situaciones intermedias, los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige. En el cuento la intensidad busca convertirse en tensión pura y el autor la logra cuando sabe acercarnos, con su ritmo requerido, a lo narrado. Lejos de saber qué va a ocurrir en el cuento, sin embargo, los lectores no podemos sustraernos a su atmósfera. En unos relatos los hechos, despojados de toda preparación, saltan sobre nosotros atrapándonos. En otros, más demorados, sentimos que los hechos en sí carecen de importancia, que lo bueno viene en las fuerzas que los desencadenan, en aquello que los precede y acompaña. Saber aplicar grados diferentes de intensidad en su acción, dar con la tensión interna del cuento son cualidades producto de escritores –pocos, y a quienes llamamos maestros– con amplio dominio del oficio.

Doce son los relatos que Maripau González regala en Besos usados en hilera. Siguiendo el itinerario cortazariano, hay que decir que iluminación, magnetismo y tensión definen a todos los cuentos de esta gran autora. En efecto, con su libro, la escritora de Reus consigue ponerse a la altura de los grandísimos escritores de cuentos que en nuestro país no cesan de aparecer (por desgracia, de silenciosa manera y con lamentable escasa repercusión). Será cuestión de predisposición, más que de suerte, pero no hay volumen de relatos que caiga en estas manos que no despierte el mayor de mis entusiasmos literarios. El año pasado fueron los del bilbaíno Oskar Bilbao (Historias de la chusma, Kuletxov Factory, 2016) y la madrileña María Jesús Mena (Relatos monocromáticos, Olé Libros, 2020). En este 2021 Maripau González pone altísimo el listón para los que vengan después.

Cabe definir a Besos usados en hilera como un libro donde el amor triunfante, no sin pocas complicaciones –a veces bizantinas– logra protagonismo estelar. En efecto, hasta en ocho cuentos Maripau ofrece sus visiones, de un matizado optimismo, sobre este capital sentimiento humano. 

Más allá de la soledad, más allá de la vida, más allá del sueño, más allá del tiempo, más allá del azar, más allá de las desgracias físicas, e, incluso, más allá de la ausencia –en efecto– el amor para Maripau González nace, se encuentra, resurge y resucita. Solo la violencia deja de ser una dificultad superable. Ella lo deja clarísimo en su noveno relato, de una extrema dureza pero muy necesario si se busca una completa radiografía del sentimiento amoroso durante estos tiempos actuales.

En Geranios en azul Aníbal, un solitario feo, gordo y sentimental conoce en un recital de poesía a Eva, una culta mujer llena de inquietudes culturales incomprendida por su recio marido. La fuerza del amor cuenta cómo Alfonso, muerto hace 10 años, regresa del más allá para un encuentro con la chica asmática que fue su gran amor. En Mujer de blanco varios encuentros en Barcelona de Lope y Lola, a mitad de camino entre lo onírico y lo real, van urdiendo el clima propicio para superar cualquier tipo de interferencia y obstáculos. Las infidelidades que dos cónyuges se provocan articulan Paula y los caprichos del azar, un relato plagado de matices y recovecos sobre el sentimiento amoroso, a cuyo desenlace colabora una imprevista figura del pasado. En Cita a ciegas, verdadera cita a ciegas entre el varón experimentado y trotado y la señora acostumbrada a saber defenderse en un mundo hostil, un zapato sin tacón y una función teatral se alían para soplar a favor de este complejo romance. En Eulalia se reinventa, la protagonista, arquetípica madre de familia aburrida sin demasiado horizonte, y Daniel, bohemio pianista de jazz, se encuentran en un vagón de tren y acaban liándose; el imprevisto embarazo de Eulalia les abrirá nuevas perspectivas vitales. Natalia y su Ulises narra la historia entre el feo Josep, amante de las focas monje, y Natalia, arquitecta; la descubierta pasión común por la Odisea de Homero pone en bandeja lo que parecía una dispar relación. En Besos con caracola una caracola portadora de miles de besos acaba siendo el instrumento conductor (y benefactor) para esta muy cortazariana historia donde se mezclan espacialmente planos reales e imaginarios. 

Como he avisado, al margen de estos ocho relatos, pero sin desgajarlo del grupo, como tremendo reverso de su optimismo imperante, encuentro, como punzante recordatorio, Pero eso ya es historia. La convivencia del matrimonio formado por Miriam y Lucas consigue realmente acongojar a los lectores por los malos tratos («solo» psicológicos al principio, físicos más tarde) infligidos por él hacia ella. El inevitable divorcio de esta pareja no será el fin de tantos tormentos infernales para Miriam, por desgracia.

Independizados del grupo principal, mostrando personalidad propia, encuentro tres estupendos cuentos más en Besos usados en hilera. Haciendo de atractivo contrapunto al otro grupo, desde un humor muy británico, están protagonizados por oficios muy variados entre ellos. Desde su diferencia se asiste, gracias a quienes deciden ponerlos en práctica, a diferentes riesgos profesionales que incorpora su desempeño cotidiano.

Barbero vocacional, con un sarcasmo saludable e irresistible, relata la  inopinada tentación sentida por un barbero de rebanar el cuello a su bellísimo cliente. En La mujer escultural de Daniel un joven mago frustrado reconvertido en esforzado escultor, modela en arcilla, con paciencia y fervor dignos de encomio, una estatua femenina que va a terminar con él en una clínica. Y en Escritor a tiempo completo un hombre que decide dejar trabajo y mujer para tratar de ganar el premio Planeta descubrirá la profunda soledad del oficio de escribir desde ese desangelado apartamento que le presta un conocido, en una Costa Dorada fuera de temporada y particularmente desangelada.

Una escritora capaz de lograr magistrales relatos como «Mujer de blanco» y «Pero eso ya es historia» presenta sus credenciales de cuentista grande que, desde ahora, va a requerir mi especial seguimiento. 

Recomiendo a Maripau González con el júbilo de quien es un ferviente convencido en el porvenir de un género aún tan joven y disponible como es el cuento en este país. Un porvenir que veo esgrimido aquí, en este libro inolvidable que ha resultado ser Besos usados en hilera, por una mano repetidamente certera que logra debutar con maestría en la publicación. 


ENTREVISTA CON MARIPAU GONZÁLEZ:


De ser una experimentada escritora de microrrelatos, para tu primer libro publicado eliges al cuento como género para debutar. ¿Te ha resultado complicado dar el salto?

No, en realidad eran textos que por su extensión hacían imposible su publicación en el blog. Eso no es óbice para que dos de ellos ya los hubiera publicado. Los quise rescatar porque disfruté mucho con ellos. 


Aparte de la diferente extensión, ¿qué otras diferencias encuentras entre microrrelato y relato a la hora de crearlos?

El microrrelato es casi una instantánea, algo así como un paréntesis acotado, sobre algo en particular, donde el principio y el desenlace son muy abiertos. En el relato intento que la raíz da la trama y su desenlace, más o menos, se perciban. Los doce cuentos peregrinos de García Márquez podrían dar para una novela, pero su elección me parece magistral. En parte porque cuento y novela pueden ir de la mano. 


¿Quedas igualmente satisfecha, como autora, con los resultados que consigues en ambos formatos de relato breve?

En el blog uso formatos muy pequeños, a veces con menos de cien palabras y casi siempre quedo satisfecha con lo que plasmé, porque recoge lo que quería mostrar. En estos relatos optimistas también creo haber plasmado esa historia de la manera que imaginé, porque para escribir, yo imagino, casi siempre poniéndome en el lugar de los protagonistas. 


He definido Besos usados en hilera como un libro donde triunfa el amor. En ocho de sus doce relatos, el amor, tras superar diversas pruebas y obstáculos, vence. ¿Consideras que en la vida real un sentimiento humano tan capital como es el amor prevalece?

Rara vez, pero es muy deseable. Por eso se llama «besos usados», porque he conocido más relaciones que no llegan a buen puerto que con final feliz, pero para eso están las nuevas oportunidades, en esa búsqueda del amor. Que nunca llega tarde, y que es eterno mientras dura, como dice Sabina.


¿Cómo escritora, qué te lleva a estar tan esperanzada?

Precisamente esa capacidad del ser humano de seguir persiguiendo un sueño tal vez. Esa inmunidad al desaliento. Ese no renunciar a los anhelos, (que en parte nos vendieron con el «y comieron perdices». Bien es cierto que el cuento acaba donde empieza la convivencia, así que nos quedamos sin saber el final) 


Se ha repetido infinidad de veces que los finales felices resultan poco estimulantes desde un punto de vista literario… Besos usados en hilera, en su conjunto, viene a demostrar lo contrario. ¿Te has propuesto con este libro acallar esas bocas contrarias al happy end?

Salvo en el texto del maltrato, basado en una noticia de hace un año, sobre dos cuerpecitos en Medicina Forense, porque el marido quiso hacer daño su ex, creo que hay que dar una oportunidad a la vida. Que por muchas vueltas que dé, puede traer un renacer tras cada fracaso.


El relato «Pero eso ya es historia» da un contrapunto tremendo a los otros ocho relatos amorosos. En su brutalidad, a mí me parece uno de los mejores cuentos de tu libro. ¿Consideras que la violencia de género es una barrera insalvable, quizá la única, en cualquier relación amorosa?

La violencia, da igual de quién, no puede darse en una relación amorosa. Entre homosexuales también la hay y es igual de penosa que si ocurre de una mujer hacia un hombre. Es una línea roja.


La pregunta valdría para cualquiera de los doce relatos de Besos usados en hilera pero quiero hacértela sobre este cuento tan desabrido. ¿La labor de documentación te ha llevado mucho tiempo? ¿Te has entrevistado, por ejemplo, con mujeres maltratadas? 

No me he documentado casi nada. Eran textos casi locales, ubicados en Barcelona o Tarragona, y sobre temas muy universales. 


Todos tus relatos dan sensación de vividos, de estar ahí, de ser una privilegiada testigo de los acontecimientos. ¿Cómo logras transmitir de manera tan eficaz tu cercanía con lo narrado y en tan distintos niveles? 

Es ponerse en la piel, no hay más misterio. Ahora ando con una escritora de novela romántica que se transforma al extremo de escribir novela negra, porque se muda a un edifico de Barcelona con mucha historia, secretos y un inquilino que acaban por asesinar entre tres de los ocho vecinos.  


A todos los autores de cuentos os preguntan lo mismo, algo que, supongo, llevaréis con resignación. Yo, lo siento, no voy a ser la excepción. ¿Te planteas dar el salto a la novela? 

Ando con los pañales de esa novela que te digo, de esa escritora, en cómo se transforma, o evoluciona, de cajera de supermercado a novelista imitadora de Las Sombras de Grey para verse envuelta en una casualidad que parece confabulación para matar a un impresentable. La trama pide diferentes personajes, con historias variopintas, que confluyen. Sería imposible abarcar lo que quiero plasmar, la evolución de una mujer que acaba siendo escritora, sin ese formato largo. Borges no escribió ninguna novela, les recuerdo a veces a quienes menosprecian relatos o cuentos. 


Para terminar esta entrevista me gustaría que dijeras a los lectores de SalamandraNegra,com qué autores de cuentos han podido influir más sobre tu actividad creadora. También saber alguno de tus escritores favoritos, con independencia de que hagan relatos.

Influir no sé, porque cuando escribo algo que me suena a otro, lo modifico. Favoritos tengo bastantes. Leonardo Padura, con su personaje Mario Conde, es una maravilla cubana.  De Cortázar me gusta todo. Su imaginación en primer lugar. De Gabo me apasiona cómo describe lo más onírico como cotidiano, por ejemplo. Tony Hill me encanta también. Eduardo Sacheri me resulta refrescante. John Vernon me deja siempre maravillada por la personalidad en su Dave Gurney. Pero Almudena Grandes ahora, con sus episodios de una guerra interminable me ha resultado el prototipo del escritor que yo aspiraría a ser.


                                                                    Maripau González

viernes, 5 de noviembre de 2021

Dostoievski en la hierba, de Mar Aísa Poderoso. Una novela negra fuera del estereotipo

DOSTOIEVSKI EN LA HIERBA. Mar Aísa Poderoso. Editorial Siníndice (2018)

Manu López Marañón

Mar Aísa Poderoso (Zaragoza, 1967), autora de «Dostoievski en la hierba» que hoy reseño para SALAMANDRANEGRA.COM, está de actualidad por haber publicado el pasado junio «¿Quién ha visto a una sirena?» (Bohodon Ediciones, 2021). Ambas novelas constituyen, de momento, el corpus literario de esta licenciada en Filosofía y Letras. Residente en Logroño desde 1995, ejerce allí como profesora de Geografía e Historia y Filosofía. Mar alterna la docencia con labores de formación del profesorado.

Cuando, tras prolijas gestiones, adquirí el que debió de ser último ejemplar de la edición de «Dostoievski en la hierba» (una tan esforzada como amable librera de la Casa del Libro de Bilbao removió Roma con Santiago para conseguírmelo), lejos estaba de imaginar que iba a leer una ficción criminal en clave de novela de detectives... «Otra más», me dije al descubrirlo, no demasiado animado. Aunque haya reducido drásticamente mi afección a esta rama del noir, el empacho de hace unos años, cuando si no a todos (imposible dada su proliferación) leí a muchos de sus autores españoles, aún me dura.

Pero reconozco que mis ahora esporádicas incursiones en la investigación criminal suelen saldarse con notables éxitos. Así, enterado el pasado año del excelente estado de salud que goza la saga de Belvilaqua y Chamorro, creada en aquel lejano 1998 por Lorenzo Silva (publicada en 2020, «El mal de Corcira» es –junto a «La niebla y la doncella»– la mejor entrega de la serie), o sorprendido por la irrupción de esa particular familia de detectives –los Hernández– fruto de la feraz imaginación de la novelista Rosa Ribas (A «Un asunto demasiado familiar» ha seguido este 2021 «Los buenos hijos», joyas no ya del género, sino de la literatura), con Mar Aísa Poderoso y su opera prima acabo de incrementar el grupo de autores policíacos que llama mi atención.

«Dostoievski en la hierba» se inicia con el hallazgo de un cadáver, durante las fiestas de San Mateo, en el logroñés parque de la Ribera. Hoy día, para no fatigar al lector con la incesante presencia de un detective desmadejando un asesinato se requiere de este una personalidad capaz de superar el creciente aburrimiento de las visitas, los interrogatorios y las posteriores decepciones que lleva esclarecer un misterio a la postre mediocre. 

                                                            Parque de la Ribera. Logroño


Mar Aísa Poderoso se las apaña para que el subinspector de policía Diego Cárdenas y su hermana, la traductora Lucía, cada uno desde sus profesiones, desenreden una complicada trama (desprovista de cualquiera de los atributos del tedio), que ha llevado a la muerte a Svetlana Yurievena Lebedeva, experta violinista de la Orquesta Nacional de Bielorrusia a punto de ser fichada por la Chicago Symphony Orchestra.


                                                        Orquesta Sinfónica de Bielorrusia

Una vez aparecido el crimen, las malas novelas negras responden al enigma con esquemas previsibles. Solo los escritores buenos son capaces de dar a la construcción de la intriga algo que vaya más allá del simple suspense o de la resolución de un problema. Mar Aísa Poderoso innova en el género creando una doble investigación: la profesional que lleva la policía y otra –en paralelo– a cargo de Lucía y el compañero que trabaja con ella, traductor de lenguas eslavas. A diferencia de tantos escritores de hoy que no evitan caer en el solapamiento –algo que a mí me indigna–, las pesquisas de Diego y Lucía Cárdenas, complejas y que requieren escenarios en varios países (California, Minsk) así como la recreación de épocas bien alejadas del presente (la Guerra Civil española, la URSS en la que ha triunfado la Revolución,...), resultan, siempre, oportunamente complementarias. 


Con tal juicioso dinamismo la autora logra que sus lectores nos sintamos activos, parte de la investigación (y no meros espectadores, tratados de cretinos, a los que se deben repetir dos –y hasta tres veces– datos y desvelamientos ya expuestos). Este doble enfoque, profesional y aficionado, magistralmente ensamblado a la hora de enfrentarse al misterio acaba por resultar la principal baza de «Dostoievski en la hierba». 

Las novelas negras que empiezan con un muerto son comerciales, juegos de artificio policial: por eso abundan. Y como no pueden permanecer invariables y aplicar siempre un único y mismo patrón, cada vez resultan más complejas, más absurdas..., más insoportables. 

La autora zaragozana se ha preocupado de aunar comercialidad y calidad literaria, algo que honra a un género tan devaluado por la flagrante ausencia de esta última. Al patrón canónico policíaco no lo combate con complejidades argumentales, bizarros detectives conservados en alcohol y violencias gratuitas. Todo lo contrario: tanto Diego como Lucía son personajes reales, con las aficiones y los problemas que pueden tener un recién separado y una viuda; la trama interesa desde la aparición del cuerpo de la violinista; los cambios de escenario siguen una lógica narrativa, alejada de esos otros virajes incomprensibles con que tanto thriller pretende salir adelante... En fin, lo absurdo, la complejidad gratuita, quedan al margen de «Dostoievski en la hierba», un título que, aportando las dosis necesarias de violencia, se hace merecedor de que retengamos el nombre de su autora.

Numerosas novelas de deducción decepcionan a la curiosidad cuando el detective ata los muchos cabos sueltos con la invencible pericia de quien despeja un teorema. Ante esa contundente solución lógica pierdo el placer de seguir dudando. En la obra de Mar Aísa Poderoso, cada hallazgo que lleva a la resolución del caso viene duramente peleado: tanto el trabajo en equipo liderado por el subinspector Diego Cárdenas (a sus órdenes tiene a dos oficiales efectivos, Sofía Virumbrales y Sebastián Jubera), como la labor detectivesca que, por cuenta propia, aunque informalmente supervisada por Diego, llevan Lucía Cárdenas, el traductor sueco Lars Erik y el padre de Lucía (el jubilado Francisco), acaban dando sus frutos. Pero nadie les regala nada, cada pista –y los lectores somos apasionados testigos de ello– viene lograda por el sudor y el riesgo.

                                                                        Un violín Stradivarius

De estar solo ante un «caso», una historia abierta y sin sentido como las que proliferan en la crónica roja de los diarios, «Dostoievski en la hierba» genera suficientes remedios para que un género con convenciones, fórmulas y líneas temáticas tan definidas y estereotipadas como las de la novela policial respire con mayor libertad. 

Mar Aísa Poderoso se incorpora a la lista de solventes autores que resuelven asesinatos: Lorenzo Silva, Rosa Ribas, Alberto Pasamontes, Alexis Ravelo, Esteban Navarro y tres vascos en los que tengo puestas mis expectativas: Javier Sagastiberri, Anton Arriola y Aritza Bergara. Que siga creciendo.


ENTREVISTA CON MAR AÍSA PODEROSO:


                                                              Fedor Dostoievski (1821-1881)


La literatura rusa es una de las señas de identidad de «Dostoievski en la hierba». «Crimen y castigo» tiene un papel primordial en el arranque de las investigaciones sobre la muerte de la violinista. Además, los aficionados a los escritores rusos hallarán también un guiño en tu obra a una de las grandes novelas de León Tolstoi y algunos de ellos –esto ya es para nota– descubrirán, en un personaje tuyo maravillosamente trazado, la enrevesada personalidad de Iván Karamazov (uno de los inmortales hermanos creados por Fedor Dostoievski...)

¿Cómo llegas a la novela rusa y cuál ha sido su influjo en tu caso?

Desde muy niña he sido una lectora voraz. Tuve la gran suerte de que mi padre tuviera una biblioteca muy bien nutrida y variada en donde podías encontrar desde Zane Grey hasta Colette, Zweig, Dumas o Dostoievski. Ello hizo que ya en la adolescencia fuera leyendo a autores muy distintos. Recuerdo que me llamaba mucho la atención un volumen que llevaba por título «Crimen y castigo»; sentía hacia él una atracción especial. Fue mucho tiempo después cuando me atreví a adentrarme en él. Sentí como un golpe en el estómago, creo que fue algo casi físico. Me enamoré del alma rusa, tengo que confesarlo. Así es como llegué a Dostoievski y luego a Tólstoi. Con «Anna Karenina» quedé rendida para siempre. Años después, tuve la oportunidad de estudiar ruso en la Escuela Oficial de Idiomas de Zaragoza y vivir pequeñas temporadas con familias en Bielorrusia y Ucrania. Aproveché para visitar mercadillos y librerías de libros de segunda mano en donde adquirí algunos ejemplares antiguos preciosos  y muy baratos de autores como Pushkin. Leerlos en su lengua original me resultó bastante complicado, pero me animé a comprarlos en español y así fueron llegando otros autores como Gógol, Turgueniev, Pilniak o Bulgákov.

Rusia y la cultura rusa me han facinado desde siempre y especialmente después de convivir con sus gentes. Nunca olvidaré esa noche de 1994 en la que llegamos por primera vez en tren a Minsk y bajamos en una estación que parecía una fotografía en color sepia, como si hubieramos entrado en un tunel del tiempo. Después de ese impacto inicial, descubrí un pueblo extraordinario que ama la cultura: la literatura, la danza, el circo, la música... Fue una experiencia inolvidable que me marcó para siempre. 

La falta de motivación emocional de los personajes de Dostoievski hace que muchos de ellos parezcan locos que hacen cualquier cosa sin que les afecte la memoria afectiva... Desde que Fedor crea para «Crimen y castigo» a Rodion Romanovich Raskólnikov ningún escritor de novela policíaca puede ya resistirse al influjo de un personaje totalmente original para su época y que hoy sigue más vigente que nunca.

Dinos, hasta dónde puedas,... ¿Hasta qué punto consideras a alguno de tus personajes «hijo» de Raskólnikov?

Creo que muchos lectores hemos sucumbido al influjo de Raskólnikov y seguramente esto haya hecho que como escritores haya estado presente en nosotros de forma inconsciente. Los escritores somos consecuencia de nuestras lecturas. Todas ellas forman parte de nuestro bagaje personal y de forma inevitable emergen al escribir. Es un personaje ambivalente, como lo somos todos, como lo son la mayoría de los personajes. En realidad, la novela plantea, más allá de la trama, algunas reflexiones sobre las que efectivamente se extiende la larga sombra de Raskólnikov. Pero no podemos contar nada más, simplemente que los lectores se atrevan a descubrirlo. 


«En las novelas policiales hay una situación de lectura que define el género mismo, el lector sabe o imagina lo que le espera al leer ese libro, y lo sabe antes de comenzar». Esta frase de Ricardo Piglia (uno de los escritores que mejor teorizó sobre el género negro) resume a la perfección el aplanamiento que muchos sentimos al iniciar la lectura (por afición u obligación) de cualquier investigación criminal.

En la reseña trato de aclarar cómo con tu «Dostoievski en la hierba» consigues desemarcarte, –y muy bien–, del canon policíaco; cómo durante su lectura no hay cabida para el aburrimiento.

Me gustaría saber si al iniciar tu novela tenías ya claro el objetivo de buscar para ella un mayor grado de originalidad (tanto en el argumento y ambientación como en el plano estrictamente técnico de la escritura) o si, por el contrario, esta fue surgiendo de manera espontánea.

Esta novela surgió una noche de verano, después de cerrar un libro de Donna Leon. Pensé que sí Venecia tenía su inspector Brunetti, por qué Logroño no podía tener su propio detective o policía. Y así surgió el subinspector Diego Cárdenas. Pero es cierto, que pronto tuve la idea de acompañarlo con otro personaje que imprimiera cierta singularidad a la investigación, alguien que interviniera con otras aportaciones y perspectivas; así surgió su hermana Lucía. Quería escribir una novela con personajes con cuerpo y alma. De hecho, muchos de los lectores y críticos me decís que mis novelas son de personajes.  Los dos hermanos forman un buen tándem. Son muy distintos, pero se complementan. Diego está tratando de salir de un divorcio mal encajado y Lucía se encuentra en una situación de absoluto desconcierto personal ya que su marido desapareció tres años atrás en un accidente de aviación en la frontera entre Colombia y Venezuela. Son dos personas heridas que unen fuerzas para seguir adelante. 

Por otra parte, tenía claro que quería escribir algo más que una mera trama policiaca. En la novela hay aspectos que se introducen y se entremezclan como historia, literatura, música, filosofía, arte o cine, que no son habituales del género y que le aportan singularidad. Asimismo, he cuidado también la palabra, la forma. La literatura tiene sus propios códigos, su propia manera de  provocar en el lector la emoción y la evocación. Otorga al lector el poder de imaginar, de decidir cómo quiere que sea un personaje o un lugar. Cuando el libro llega a las manos del lector convierte a este en protagonista activo del proceso creativo. Ahí reside la magia y creo que en parte esa magia está llegando a los lectores cuando me dicen que tienen ganas de llegar al final para descubrir el misterio, pero que por otro lado, no quieren que las novelas terminen porque se sienten muy a gusto y felices dentro de ellas. 

Antes un relato, para ser policíaco, exigía que la función de investigar se encarnase en un sujeto que solo se dedicaba a dilucidar enigmas como  el Auguste Dupin de Poe o el Sherlock Holmes de Conan Doyle (y su sucesión de epígonos y descendientes)… En el siglo XX, sobre todo gracias a la novela negra norteamericana, se rompe con esa tendencia, y, aparte de policías o detectives, investigador puede ser ya cualquiera. Así, una de las líneas de investigación en «Dostoievski en la hierba» viene protagonizada por dos traductores y un jubilado.

Como he dejado escrito, la conexión del subinspector Cárdenas con Lucía y su equipo resulta modélica (tanto a nivel argumental como de estructura) a la hora de ir arrojando luz sobre el caso. 

¿Te ha llevado mucho tiempo conseguir que las evidencias a las que llega tanto la policía como los traductores cuadren tan bien y de forma nada artificiosa, sin el menor rastro de solapamiento?

Cuando empiezo a escribir parto de una idea que me llega a modo de fogonazo. En el caso de «Dostoievski en la hierba» todo comenzó con la imagen de la traca final de los fuegos artificiales de las Fiestas de San Mateo. Ese momento único en el que después de haber permanecido absortos contemplando el espectáculo se van encendiendo poco a poco las luces y parece que todo empieza a resurgir a  cámara lenta. A partir de ahí, imaginé a un grupo de niños jugando que  encontraban por sorpresa un cadáver. En este caso, el de una mujer joven vestida con ropas de prostituta, una máscara de lobo de cuento sobre el rostro y a su lado una extraña nota con un texto en alfabeto cirílico. Este fue el punto de partida de la historia que fue surgiendo día a día al sentarme a escribir. Aunque la historia fue fluyendo, no dejó nada al azar; casi desde el primer momento intuyo el final al que quiero llegar. Es evidente que si no sabes a dónde vas puede que no llegues a ningún sitio, pero me gusta también dejarme sorprender.

Por otra parte, soy muy minuciosa en las correcciones para que todo tenga sentido y encaje. Para mí es un proceso importante, muy interesante e intenso como escritora. Es un tiempo de dedicación y concentración plena en el que la novela se convierte en un todo, toma cuerpo. Es solo después de este trabajo cuando lo doy a leer a mis lectores cero para recibir las primeras impresiones antes de enviarlo a la editorial.    

Tienes tu nueva novela, «¿Quién ha visto a una sirena?», recién sacada del horno. No creo que sea el único que, tras terminar tu opera prima, tenga ganas de hacerse con ella… 

Para quienes vamos a comprarla: ¿Es también novela policíaca? ¿Comparte algún personaje de «Dostoievski en la hierba»? ¿Qué puedes adelantar de su argumento?

«¿Quién ha visto a una sirena?» es un segundo caso de los hermanos Cárdenas que se puede leer de forma independiente de «Dostoievski en la hierba». Los personajes tanto principales como secundarios son los mismos. El escenario principal continúa siendo Logroño y, por supuesto, también hay escenas en Zaragoza, mi ciudad natal, que siempre va a aparecer; en este caso llevo a los personajes al barrio de la Magdalena, bohemio y cosmopolita, que tiene una torre mudéjar impresionante. En esta novela, como novedad respecto de la anterior que se vinculaba a Minsk, hay una parte de la trama que se desarrolla en París, una ciudad que me encanta y que va a jugar un papel relevante en la resolución del caso. 

La novela empieza delante de la hermosa iglesia de San Bartolomé, la más antigua de Logroño, cuando Lucía reta a sus sobrinos a encontrar a una sirena. Curiosamente esta iglesia también tiene su torre mudéjar.

Del argumento puedo decir que el caso comienza unos días antes de Navidad cunado una pareja de ancianos es encontrada muerta en su domicilio de Logroño en un aparente caso de violencia de género. Sin embargo, tras una segunda inspección más minuciosa, se encuentran escondidas en un tocador una agenda con unas misteriosas citas con una pitonisa y unas cartas en francés dirigidas a la esposa por un anticuario parisino que nos llevarán al mayo del 68 y a la época de la Transición española. A partir de ahí, Cárdenas dará un giro a la investigación a pesar de la oposición de sus superiores. 

Es una novela en la que se tocan muchos temas de actualidad, con más de veinte personajes interactuando y en la que la pintura impresionista y el cine clásico juegan un papel destacado. 

Para acabar me gustaría que los lectores de SALAMANDRANEGRA.COM accedan a tus gustos literarios, tanto en tu faceta de (supongo) lectora devoradora como a la hora de convertirte en rigurosa escritora de noir.

Dinos, ¿Aparte de Dostoievski, qué autores influyen más sobre tu actividad literaria?

Son muchos los que me han ido acompañando en mi andadura vital y que forman parte de mí: Jane Austen, las hermanas Brontë, Balzac, Tolstoi, Flaubert, Stendhal, Wilde, Emilia Pardo Bazán, Agatha Christie, Colette, Pearl S. Buck, Edith Wharton, Scott Fitzgerald, Némiróvsky, Carmen Martín Gaite, Isabel Allende, Paul Auster, Pierre Lemaitre, Donna Leon, Fred Vargas…tantos y tantos que me han hecho y me hacen muy feliz y que han contribuido a ser lo que soy como lectora y como escritora.  


                                                    Mar Aísa Poderoso