viernes, 30 de abril de 2021

YO FUI JOHNNY THUNDERS. Carlos Zanón. RBA (2014)

Manu López Marañón.

Poeta publicado por Espasa e Hiperión, crítico literario en la revista Ajoblanco y actualmente en El País, y autor de 6 novelas –la última de ellas aparecida en 2019: «Carvalho: problemas de identidad»–, prestigiosos premios nacionales e internacionales (RBA Serie Negra, 2010; premio Brigada 21 a la Mejor Primera Novela del año; premios Giallo e dell Noir –Italia– y Violeta Negra –Francia–; premio Valencia Negra a la mejor novela del año; premio Salamanca Negra 2014; premio Novelpol 2015; y premio Dashiell Hammett 2015) jalonan la trayectoria narrativa del autor de «Tarde, mal y nunca» quien, no sin esfuerzo, ha sabido ganarse el reconocimiento de la crítica mundial. La obra de Carlos Zanón ha sido traducida y publicada en Estados Unidos, Alemania, Francia, Holanda e Italia.


Aprovechando que en este 2021 se cumplen 7 años de su publicación, he querido fijarme en la cuarta novela de Carlos Zanón, «Yo fui Johnny Thunders», un libro de esos que tienen ganada ya la aureola de mítico, y cuya lectura me acuciaba tras haber disfrutado con irrefrenable gozo de «Carvalho: problemas de identidad».


Porque tener la fortuna de dar con alguien que no redacte con plantilla, que desde la primera página agarre a su lector de lo más íntimo llevándolo por donde le dé su real gana y recibiendo el beneplácito de esa «víctima», embelesada por transitar unos mundos ignorados (aunque haya leído mucho), tener semejante fortuna, digo, resulta hoy casi tan difícil como saber cuándo acabará esta maldita pandemia. Este arrebato literario se dispara desde el capítulo 0 de «Yo fui Johnny Thunders», cuando despertamos junto a un tipo evidentemente drogado pregonando el final de una historia, la suya (en la que, adelanto, hubo una esposa harta que lo abandonó, hijos que no le hablaban, títulos de varias canciones que lo marcaron a fuego –sobre todo una: «Live and die»–, sexo, droga y rock’n’roll; y donde, sobre todo, hubo lucha, mucha lucha por salir adelante antes de caer vencido por el peso del inclemente pasado).


Resulta complicado resumir las intensas novelas de Zanón, meter el diente a lo «pasa esto y aquello» porque en ellas todo es esencial, nada sobra. Me ha sucedido con su Carvalho y percibo de nuevo mis limitaciones a la hora de dar con algo que no se haya dicho ya, diferente y que motive a los lectores de Salamandra Negra para adentrarse por los bestiales vericuetos de «Yo fui Johnny Thunders».


Johnny Thunders, 1989 –capítulo 1 de la novela– es un largo flash back. Mr. Frankie se siente pletórico en el escenario del Màgic porque con su guitarra Gibson va a acompañar a Johnny Thunders, leyenda viva del rock que arrastra fama de caótico. Los músicos afinan sus instrumentos a la espera de que salga la estrella. Derrumbado en un sofá Johnny necesita una dosis de speedball (heroína y cocaína mezcladas en una jeringa) para tocar. El grupo tantea una introducción a lo «Sweet Jane» hasta que surge el mesías del rock: camisa negra, pantalones pitillo, viejos zapatos agujereados. Thunders no da una y se equivoca hasta en el estribillo, buscando con la mirada a Mr. Frankie, que hace lo que puede para taparlo con su guitarra. Aunque la novela lleve su nombre, hay que estar atentos porque asistimos a la única aparición del crepuscular Johnny Thunders… Y es que el auténtico protagonista de «Yo fui Johnny Thunders» no va a ser otro que Mr. Frankie (Francis), ese guitarrista con ganas de comerse el mundo en una década tan salvaje como fueron los 80 (con sus festivales, tatuajes cutres, tupés grasientos y vinilos de segunda mano…), aquella época de amigos, novias, grupos, el punk, el dinero y la cocaína, donde la juventud no ponía techo para un talento ambicioso... 


                                                     La guitarra Gibson de Mr. Frankie


Just your friends, 1993 –capítulo 32 de la novela– es otro flash back y presenta un nuevo concierto. Estamos en las tablas de la sala Be Good, donde la banda llamada Rey Pachuco versiona canciones de Mink De Ville con Mr. Frankie a la guitarra acústica. Ensombrecido por el guitarrista principal Francis se siente de relleno, toca desganado, con dedos torpes y considerables desfases:


«El latido se ha detenido, ya no lo oye. Tiene abiertos los ojos sin poder ver nada. Está como dentro de un agujero negro que, en este mismo momento, está succionando la banda, los sueños, los recuerdos. Es el fin de tu mundo, Francis. Eres invisible Mr. Frankie. No eres nadie para nadie».


Pero se produce el apagón que acarrea un momento mágico, la gran epifanía de la novela.


Mr. Frankie con su guitarra rasga los primeros acordes de «Just your friends». El batería acompaña esa voz de gato callejero mientras el cantante del grupo calla respetuosamente. Francis se acompaña con su armónica, un instrumento que lleva en el bolsillo ya más como amuleto. Canta «porque sí, porque hay un lugar donde alguien vive canciones y luego las toca y las canta para regresar al primer instante y el resto, todo lo demás, no importa. Al menos no para Francis» (en estas frases resuena el Johnny Carter de «El perseguidor»). 


Cuando acaba la canción, quizá rehabilitado consigo mismo tras ese genuino momento, Mr. Frankie deja el escenario y sale a una calle fría y abandonada que recuerda al callejón de la basura al que daba la puerta trasera del Gaslight club, en la irrepetible película de los hermanos Coen «A propósito de Llewyn Davis».


Antes de esos conciertos –el de 1989 y 1993– que pautan dos épocas del protagonista, un rosario de recuerdos muy personales repartidos por las páginas de la novela define tanto su tortuosa personalidad como la errante trayectoria por él llevada. Cito algunos. Un viejo disco de Patti Smith; el primero de los Pretenders con aquella Chrissie Hynde que para Francis hubiera sido la novia / amiga perfecta; una montaña de casetes grabados por sus colegas que va desde Gene Vincent a Parálisis Permanente, pasando por los Stones de «Some girls»; las arrogantes fotografías de Johnny Thunders «esas fotos de ángel caído, de yonqui sensible, hijo de puta».


Desde su destruido presente Francis convoca a sus novias, a Ona, pero sobre todo a la loca del pelo rojo –Liz, su primer amor–, aunque sin querer olvidar al resto, un bloque de mujeres que por mucho que se esfuerza no es capaz de individualizar y que solo ahora le hace comprender en qué se traduce el éxito: en su intrínseca soledad.

En 1986, en el Caribou, fastuoso local de la playa de Sant Boi que él elije para plantar a Ona se siente el amo de la barraca. Así le ven:

«Frankie es diferente a cualquier otro. Y eso hace que todo encaje en el último minuto. Es una estrella y lo será mucho más. Fijo. Es un puto cohete. Un superhéroe venido de un planeta a años luz de la tierra. Con superpoderes que le evitarán engancharse, reponerse de todos los golpes, de todas las caídas en este mundo de azoteas, mánagers y supercanciones».


Esas cumbres conquistadas por el talento y con ayuda de las drogas duran poco y por ello resulta feroz el choque con el presente («Yo fui Johnny Thunders» se desarrolla durante el gobierno de Artur Mas en la Generalitat –2010-2016– aunque soy incapaz de concretar el año); ese presente real, de alas rotas y que no tolera espejismos, conduce entre otras cosas al regreso a la casa de un padre a quien el guitarrista detesta. 

Retornar al barrio sacudido por la vida y no poder pensar en cosa distinta que en la imperiosa necesidad de desengancharse no hace feliz a nadie... Cruel panorama el que presenta Zanón. Un padre y un hijo derrotados, ambos desdentados, con sus dentaduras postizas que llagan las encías alineadas sobre el lavabo: ¡qué implacable metáfora del desgaste! Frente al espejo del baño está un irreconocible Francis, fondón de tanto comer y beber alcohol para atenuar el mono, sin un solo traje que le entre para ir al juzgado... Y el autor no tiene misericordia:

«…recuerda la de caricias, golpes y pinchazos que han tenido lugar en este su cuerpo. Ese paisaje de labios, pellizcos y roces, pelos, y metal, un envase ahora vacío que un día escondió algo, un yo, un no sé qué que en las canciones él llamaba alma o rabia».


Resulta frecuente que Mr. Frankie amoneste o aconseje a Francis en segunda persona: «Todo irá bien, le confió Mr. Frankie a Francis. De hecho, aún no has hecho nada que pueda joderte la vida. Robar cuarenta euros es casi una estupidez». Este recurso, el diálogo del hombre arrastrado con la conciencia de sus mejores tiempos, está magistralmente plasmado.


Es esta una novela en la que las referencias musicales abundan. Así sus 4 partes vienen encabezadas por otras tantas canciones («The great pretender» de The Platters; «Come and go with me» de The del-Vikings; «I wonder why» de Dion & The Belmonts y «Love poison nº9» de The Searchers), pero muchos de sus capítulos están asimismo condimentados con títulos como «King creole» interpretada por Elvis Presley, «Just your friends» de Mink DeVille o por esa canción que tiene capital importancia para la relación de Francis con su hijo mayor: «Live and die» de The Avett Brothers.

                                                              The Avett Brothers


Sin embargo, aun reconociendo la importancia de la música, hay que avisar que esta obra no es la biografía –ni menos autobiografía– de un rockero maldito. ¿Entonces? Para mí «Yo fui Johnny Thunders» resulta ser la crónica certificada de unos personajes rotos tirándose a tumba abierta sobre un puerto rebasado de curvas y cunetas con doble intención para así tratar de resurgir de sus cenizas. 


Hay crímenes, desde luego, y robos de todo tipo; sucesos estos que incluyen a esta novela, –quizá a su pesar–, en el género negro.


Pero «Yo fui Johnny Thunders» no se queda ahí.


En efecto, en este libro encuentro inútiles intentos por salirse de la droga, topo con pederastas convertidos en ancianos arrinconados por su tara, me perturba una belleza sin domesticar –Marisol– nacida de una prostituta, la cual, por su mala cabeza, acaba recibiendo la ducha de ácido sulfúrico que le enjareta un moro celoso, tiemblo con el dueño del bingo Verneda, ese sórdido amante de Marisol, «enviagrado» sin descanso y con vocación gansteril, que planifica el asalto a una furgoneta cargada de cocaína (con cuya parte espera Francis ponerse al día con las pensiones que debe a sus hijos), o doy con ese novio de Marisol que no se porta nada bien al dejarla pronto de visitar en el hospital Vall d’ Hebron.


La Barcelona de los 80, 90, y la Barcelona actual, son las épocas en que se desarrolla la novela. Para su ambientación el autor ha elegido Horta-Guinardó –escenario de la juventud de Francis–, pueblo-ciudad dormitorio con puticlubs («putas bizcas y clientes tarados en un mundo de caspa y terciopelo rojo, abrasado de manchas de licor y semen triste»); deprimentes bingos; carreteras apocalípticas; mensajerías como Dit i Fet, tapadera para turbios planes. Incluso los locales en donde Mr. Frankie toca resultan ser antros que sufren apagones y con urinarios superpoblados por zombis recién colocados. Y es que todo el libro no pasa de ser una gigantesca jaula con barrotes kilométricos rebozados en polvo blanco sobre los que sus ciegos prisioneros tropiezan –una y otra vez– sin propósito de enmienda.


En fin, esta novela respira al ritmo seco de un tiro de cocaína o, mejor, al más alambicado del chute de caballo, y debido a ello ofrece poderosísimas imágenes capaces de ser creadas solo por un genio. Grande, muy grande Zanón.


Para los que aún no hayan leído «Yo fui Johnny Thunders» (¡qué envidia!) si mientras lo hacen escuchan las canciones seleccionadas, les aseguro que la experiencia resulta flipante. Más que eso. Imperecedera.


«Las drogas se le habían llevado un montón de hermosos residuos cada vez que arrastraban las redes por el suelo de su cabeza y de su corazón. Y con esas redes, canciones, recuerdos, nombres».


ENTREVISTA CON CARLOS ZANÓN:


1. Cartografía de la derrota

En «Yo fui Johnny Thunders» no puede decirse que te apiades de tus personajes. Un procedimiento para caracterizarlos es transmitir sus estados anímicos a través de las miradas de gente cercana a ellos que generan certeros juicios de valor sobre su situación. Así sobre Paco –el padre de Francis–, un viudo denunciado por abusos, cae una capa de desprecio cuando Francis llega a su casa y lo encuentra solo y viejo. Pero aún es peor cuando lo descubre disputando con los indigentes yogures desechados por un supermercado… Estas miradas del hijo encuentran rápido correlato en las que Paco posa sobre él. Convencido de que vuelve porque está sin un duro, nunca por afecto, al entrar por la puerta del salón, gordo y con esa barba negra y cana, a su padre lo invaden funestos presentimientos.

Carlos, ¿te costó dar con esta forma hábil y precisa para caracterizar a tus protagonistas?


Muchísimas gracias por tus palabras. Escribir tiene, al menos para mí, algo misterioso, muy intuitivo: simplemente haces eso, colocas eso de esa manera. Mi forma de acercarme a los personajes siempre es cinematográfica desde los detalles que nos dicen cómo son. Y por otro lado creo que la literatura es amoral, no ha de moverse sino en la ambigüedad moral, no verter moralina nunca. Enfocar desde un lado esquinado te permite jugar con las sombras alrededor de lo que los personajes hacen y piensan o quieren hacer y no pueden.


Marisol, la víctima más doliente de «Yo fui Johnny Thunders», resulta convincente tanto en su papel de adolescente abusada como luego, en el de joven alocada que acaba mal. Al convocar a personajes secundarios como puedan ser Xavi; Niño Mutante –el dealer de Francis–; o el hijo mayor –Víctor– siento que me han dejado tanto poso como los protagonistas, que la fauna de «Yo fui Johnny Thunders», en su conjunto, sigue removiéndome de forma visceral.

¿De dónde procederá ese caudal tuyo a la hora de re(crear) existencias tan vencidas y al límite?


Yo he estado en cierto modo ahí, no he sido uno de ellos pero era gente de mi barrio, gente de derrota, no depresiva pero que sabe que lo mejor de su vida es no perder lo que tienes. Vengo de esos sitios y la redención es salir, querer salir. Hay muchos escritores que juegan a ser truculentos o a hacerse una paja con los matones. Pero la literatura no va de eso. La literatura va de trascender, de no querer estar dónde estás. No puedo escribir sobre gente que puede saltar sabiendo que hay una red abajo. No puedo porque no sé qué es eso. Y los personajes han de ser verosímiles no con la ficción, no basta con hacer fotocopias de la realidad.


Creo que Víctor, el hijo mayor de Francis, es la gran, por no decir única, esperanza de «Yo fui Johnny Thunders». Haberle dado un papel así a este chaval que escucha canciones admirables como «Live and die» presta a tu novela un margen razonable de esperanza.

¿Estás de acuerdo a la hora de esperarlo todo de adolescentes como Víctor?


Víctor es lo único puro de Francis, lo que aún no ha estropeado. Por eso, el final, por eso «Live and die» escuchado a la vez.


2. La novela. 

He hablado de esos «diálogos» entre Francis y Mr. Frankie –en segunda persona–: el sórdido presente y el esplendoroso pasado de la estrella rockera frente a frente. Y también de ese perspectivismo en tercera persona que usas para que tus personajes se definan. Ahora quiero decir que he gozado muchísimo con los flashbacks de «Yo fui Johnny Thunders», dos de ellos magistrales: los que corresponden a esos conciertos en diferentes épocas de Mr. Frankie.

Al hilo de todo esto, no puedo dejar de preguntarte: ¿Cómo teniendo Johnny Thunders tan escasa importancia presencial tomas su nombre para titular la novela?


Bueno, Thunders era una leyenda. En el barrio siempre había aquel que decía que había ido al cole con Loquillo, que había hecho la mili con un futbolista del Barça o que le robó la novia a aquel. Esa noche, un Don Nadie fue Dios. Además trato de cuidar todos los aspectos de un libro y el título es muy importante. El libro se llamó durante mucho tiempo CHIEN ANDALUSIA por los Pixies y mi editorial me propuso PUTA BUENA MALA SUERTE. Molaban los dos pero creo que el que quedó es el mejor.


¿Tuviste claro desde el principio no hacer una ficción autobiográfica?

Todos los libros son autobiográficos en lo importante, en los fantasmas y obsesiones. Pero me gusta mucho disfrazarlos con ficción. 


La novela está narrada en tercera persona (salvo esos ratos que conversan Mr. Frankie y Francis). Sin embargo en «Carvalho: problemas de identidad» has preferido la primera persona (cuando todas las novelas del ciclo de Vázquez Montalbán venían escritas en tercera persona).

No he leído la totalidad de tu obra (dame tiempo), por lo que no sé si escribes más en tercera o en primera persona. ¿Tienes claro al empezar cada libro si a lo que vas a contar sienta mejor una u otra?


Sí, pero a veces has de recular y volver a empezar con otra persona diferente. Es una cuestión técnica. Mi favorita es una tercera persona «tramposa», es decir, que si quiero me meto en la cabeza de los personajes y la tercera muta en primera.


Creo que transfusiones como «Yo fui Johnny Thunders» son las que hacen revivir a un género tan poco dado a la sorpresa como es, por lo menos en España, el noir. Es necesaria –y con urgencia– literatura de sangre, sudor, y que huela a cloaca… Con tu Carvalho te la has querido jugar entrando de lleno en la temática de investigación y, encima, con detective prestado. Todo ello era para echarse las manos a la cabeza…, pero «Carvalho: problemas de identidad» ha resultado ser una novela policíaca con planteamientos absolutamente inéditos por aquí y, de paso, un alivio para quienes temíamos verte naufragar en el intento.

¿No te parece superpoblada la nómina de autores interesada en resolver crímenes, sobre todo si la comparamos con la casi testimonial que formáis tú, Paco Gómez Escribano, Rosa Ribas, Jon Arretxe o Marc Moreno, los poquísimos preocupados porque el género despierte?


Cada uno ha de encontrar su manera de explicarse. Muy pocas novelas procedimentales me entusiasman. Me suele dar igual quién mato a quién. El por qué, el mundo alrededor de la violencia, la soledad, la rabia me interesan más.


He citado nombres que voy descubriendo. ¿Podrías decir para los lectores de Salamandra Negra, desde tu extensísimo conocimiento, autores negros (nacionales y extranjeros) «de cabecera»?

Hay muchos y algunos por unas cosas y otros por otras. A mí me encanta la solvencia y el rigor de Lorenzo Silva por ejemplo o el tono que siempre mete Alicia Giménez Barlett, o la facilidad de encontrar temas de Andreu Martín. Siento debilidad absoluta por Julián Ibáñez. Y por Francisco Ledesma, Toni Hill, Rosa Ribas, Nieves Abarca y Vicente Garrido, Domingo Villar. El último de Ramón Palomar me ha parecido cojonudo. De los de fuera, Jean-Patrik Manchette, Chester Himes, Tana French, Dennis Lehane, Jim Thompson, James Ellroy, Claudia Piñeiro, Leonardo Oyola, Kike Ferrari o Massimo Carlotto. Y seguro que me olvido mil.


Quiero saber algo de tus proyectos. ¿Habrá más casos de este Carvalho tuyo que tan gratísimo gusto ha dejado en la afición (y en la crítica)?


No lo sé. Ahora estoy en blanco. Igual no hay más. A veces se me pasa por la cabeza. Igual ya está y habrá estado bien.


3. La música.

Sorprende cómo para unas tramas que acontecen durante las décadas de los 80, 90, y la actual, no hayas tirado de grupos combativos como los que abundaron en aquellas épocas de ruptura generalizada. En vez de eso, optas por encabezar cada parte de tu libro con melodías norteamericanas doo-wop de los años 50 o, ya más «rompedor», por los melódicos The Searchers, grupo británico de comienzos de los 60 a cuyo lado The Beatles parecen Iron Maiden.

Dime, ¿eres consciente del profundo contraste existente entre esta música y las tramas a las que acompaña? Pasados 7 años, ¿estas satisfecho del resultado logrado o cambiarías algún tema?


Mi propósito era que la música fuera orgánica, no una banda sonora. Esa música que se siente en las tripas, que te trasciende, no la que te pones para limpiar la casa. La música que te hace creer que puedes escapar. Las canciones que están molan.


Carlos Zanón no solo ha usado canciones para pautar las partes de su libro, hay otras más que «suenan» a lo largo de 47 capítulos. Está, por ejemplo, Elvis Presley con su «King creole»; pero destaco dos títulos fundamentales en «Yo fui Johnny Thunders». El primero es «Just your friends», soberbio tema de Mink DeVille grabado en 1978. El capítulo 32 jamás hubiera alcanzado tan altas cotas de desconcierto sin la rasposa versión que Mr. Frankie hace de él.

Desconocía a Mink DeVille y haberla descubierto es otra de las cosas que debo a tu libro. ¿Es esta banda californiana (y su líder y cantante Will DeVille) una de tus favoritas?


Mink DeVille fueron una barbaridad de banda. Te corrijo. Eran de Nueva York. Hace mil años le robé un disco al hermano mayor de una amiga. Escribí una biografía y todo. Lo conocí. El puto Rey Pachuco.

The Avett Brothers y su excepcional «Live and die», esa canción que Víctor, el hijo mayor, descubre a su padre y logra que su relación se deshiele… ¿Cómo llegaste a ella? 


Me tropecé con ella y me enloqueció. Estaba muy, muy jodido y zas, apareció. Me salvó y salvó la novela.


4. Final

Para terminar mi colaboración, decir que es esta una novela que, desde hace 7 años, no deja de ganar lectores.

Dime Carlos: ¿qué lugar en importancia ocuparía «Yo fui Johnny Thunders» en el conjunto de tu obra? ¿No cuesta un esfuerzo sobrehumano empezar otro libro tras haber publicado algo tan descomunal? 


Sí, pero yo tampoco supe que iba a tener esa trascendencia. La haces. Creo que puedo hacer otras obras. Creo que Taxi es más ambiciosa aunque más compleja y menos directa que Thunders. Y Carvalho tiene su punto.



sábado, 24 de abril de 2021

Los que merecen morir, de Carlos Salem. Nadie mata a los culpables

Maya Velasco


Los que merecen morir de Carlos Salem es la primera novela que leo del autor, pero no la última. Me ha gustado mucho, me ha atrapado, me ha divertido, me ha intrigado. Vamos, que lo tiene todo para ser una gran novela.

¿La trama? Un misterioso asesino que se autodenomina Nadie, está matando a personas inmersas en algún tipo de corrupción o culpables de un delito que no han pagado. El Gobierno decide crear una Brigada suicida, ya que no esperan que el caso se resuelva y necesitan poder arrastrar por el fango a algún responsable:

“¿Te das cuenta lo que supone esta serie de muertes? No está matando a personas, está matando estereotipos. ¡El tal Nadie está ejecutando gente que, a los ojos del populacho, merecían morir¡”

El protagonista, Severo Justo, (el nombre ya lo dice todo), se convierte en un policía de éxito, tras dejar el sacerdocio. La muerte de su esposa y su hija, atropelladas, le volvió loco y si cabe, más estricto en su trabajo. Así que le apartaron a Bruselas para quitárselo de encima.

Su antagonista, Nadie, un personaje desconocido hasta el mismo final de la novela, inteligente, preparado, concienzudo. Nadie se cree un dios que controla la vida de los demás y decide quién vive y quién muere. Pero juega con ventaja porque primero estudia con paciencia de hormiga a todos sus objetivos. Y ahora Severo, Dalia y los demás componentes de su brigada, están en su punto de mira.

Dalia es un personaje de muchísima fuerza. Fue la psicóloga de Severo y lleva una vida de lo más extraña. Una mujer de bandera podríamos decir: competente, conocedora de técnicas de lucha, muy inteligente, promiscua y mucho más.

Para dar un toque más cómico a esta historia, el hacker elegido por la Brigada es la abuela de uno de los policías, que lo mismo descubre secretos indescifrables de las redes como les prepara croquetas de boletus.

Como en las novelas de Agatha Christie, iremos poniendo nombre a Nadie, hasta que se demuestra que ese personaje no es Nadie. Porque vamos sospechando de unos y de otros. Y sí, efectivamente, Nadie está en la baraja de personajes que se nos presenta.

El juego casi poético del poeta Salem, con el nombre del asesino Nadie, y las frases en que se utiliza la palabra nadie, resulta muy atractivo y hasta divertido según vas avanzando en la novela.

“Nadie está furioso. El tiempo se mueve de un modo torpe. Humano, adecuado a las necesidades de los que no hacen con él más que dejarlo ir, Nadie tiene un plan porque durante años lo estuvo amasando en la mente, un juego de la imaginación, la coartada de convencerse que era solo un ejercicio intelectual, aunque siempre supo que acabaría por hacerlo, un castigo metódico y justo contra una sociedad enferma y sin capacidad para entender la belleza”

A lo largo de la novela Carlos Salem va creando historias secundarias que de alguna forma son ramificaciones de la principal de forma que la intriga se va ampliando más y más. El lector no puede dejar de leer, ¿Quién es Nadie? ¿Realmente es un justiciero de una sociedad depravada? ¿Quién es Olga? ¿Qué esconde Dalia? ¿Quién será al próximo?

Ojalá esta sea  la primera parte de la saga de la Brigada de Severo Justo.



viernes, 23 de abril de 2021

Las Salamandras negras os desean feliz Día del libro y os recomiendan algunos...

Almudena Natalías.

Es complicado elegir un solo libro para regalar, o para regalarnos, en el Día del libro, así que os voy a recomendar dos.

El primero que os diría que leyerais es la novela de nuestro compañero Manu López Marañón y, a pesar de que os la hemos recomendado ya muchas veces, aprovecho para recordaros que Alcohol de 99ª es una novela de iniciación, una novela picaresca, una novela de barrio, pero principalmente es una novela que refleja la lucha de dos perdedores que, rodeados de otros perdedores, emprenden un viaje para buscar una vida mejor. Pero la mala suerte persigue a Artur y a Asís. Una tragedia griega en los años 80 y ya se sabe que en los 80 todo era posible.

Por otro lado, quiero recomendaros Panza de burro de Andrea Abreu. Es también una novela de iniciación, en este caso dos chicas que pasan un largo verano en un pueblito de Tenerife. Una historia de una amistad que es todo menos idílica, una historia de dominio y sumisión, una historia de amor enmarcada por las nubes bajas en una isla que es casi un paraíso. Es una novela que me ha recordado la literatura chicana del siglo XX, como Y no se lo tragó la tierra, de Tomás Rivera o la obra de  Rolando Hinojosa-Smith. Novelas que casi pertenecen a la literatura oral, que reivindican una manera de ser, una manera de ver la vida, un lenguaje propio, novelas que tenemos que leer…

Maya Velasco.

Entre mis recomendaciones para el día del libro de 2021, no puede faltar Alcohol de 99º de nuestro compañero Manu López Marañón, ya mencionado por Almudena.

De mis últimas lecturas, recomiendo Vais a decir que estoy loco de Andreu Martín. Una gran novela donde confundimos los desvaríos del protagonista con la realidad, donde nada es lo que parece. Divertida, triste, alucinante, realista... lo tiene todo.

En cuanto a novela histórica, Tierra de esperanza de Juan Antonio Rodríguez, una novela ambiciosa que desgrana la historia de Irlanda y de Estados Unidos a través de una familia.

Y como novedad, la última novela de Sonia Rico Trujillo, Amar a un hombre que mata, un thriller psicológico que nos plantea una pregunta: ¿Puede una mujer enamorarse de un asesino encarcelado? Para saberlo, nada mejor que leer esta novela.

Felices lecturas

Manu López Marañón.

Para este día del libro quiero recomendar "Los buenos hijos", la novela de Rosa Ribas recién publicada por Tusquets. Tiene como protagonista a una peculiar familia de detectives, los Hernández. Varios casos nos muestran el día a día de una agencia de detectives. Rosa Ribas aprovecha estas investigaciones llevadas a cabo por los miembros de la familia para profundizar en sus personalidades; sobre todo en la de las hijas (Nora y Amalia) y el hijo Marc, a cada cual más compleja en recuerdos y motivaciones. El suicidio de una adolescente acaba complicándose y requerirá, para su solución, la participación de toda la familia y sus colaboradores. Con esta novela compleja y maravillosamente narrada, Rosa Ribas vuelve a dar en la diana y hace entrar al género policíaco por la puerta grande de la literatura. Un regalo inolvidable.


viernes, 16 de abril de 2021

En lo profundo de la noche, de J.A. Beckett y Daniel L. Hawk. El tratamiento modélico de la violencia

Manu López Marañón.

La coyunda autoral entre el filósofo y escritor J.A. Beckett (Granada, 1968) con el disc jockey, diseñador gráfico y miembro de un gabinete jurídico, Daniel L. Hawk (Sevilla, 1969), ha incrementado su prole literaria. Protagonizada por el detective David Abaco, bebedor compulsivo y amante del blues como primera seña de identidad, y desnortado sin remedio («siempre perdido, buscando una salida en ese mundo oscuro y vacío») como segunda, esta saga de thrillers con elementos policíacos atraviesa su gran momento. A «Entre las hojas muertas» y «Loft. La muerte sabe a Blues», se añadió, hace un par de años, «Perdición: el asesino de la Polaroid» (editada por PG editores –y ya reseñada en Salamandra Negra–). Con la cuarta entrega, «En lo más profundo de la noche», mis autores noir favoritos desembarcan en la Colección Solo Novela Negra, de igual nombre que la revista que ambos dirigen: Solo Novela Negra.


Para que el lector no se fatigue con la incesante presencia de un detective desmadejando un asesinato se requiere de aquel una personalidad capaz de superar el creciente tedio de las visitas, los interrogatorios y las decepciones que, habitualmente, suelen surgir de un misterio que termina siendo mediocre. Todo esto vuelven a superarlo, y con creces, Beckett y Hawk en «En lo más profundo de la noche».


Su detective David Abaco se nos presenta rodado y con una personalidad configurada. Vuelve a hechizar a sus lectores con su efectiva mezcla de impúdico pesimismo y férrea voluntad por salir adelante en esa vida –más bien perra– que arrastra, y de la que no parece poder (¿querer?) salir. Ejemplos del primer ingrediente de la mixtura los tenemos en varias perlas negras, confituradas a lo largo de la novela. Esta misma puede valer:


«Odio. Odio todo lo que soy, odio todo lo que de humano invade mi vida. Odio porque la tierra no merece tener a un solo hombre sobre ella, porque lo mejor que le puede pasar a este universo es que desaparezcamos en la nada más absoluta, que dejemos de ser lo que somos para convertirnos en fósiles, antiguos restos de una vida que nadie pueda conseguir rescatar del olvido».


El segundo ingrediente, su arrojo a prueba de balazos a quemarropa y afilados cuchillos, es el que Abaco despliega para demostrar su inocencia en el crimen cometido sobre la persona de Dana, una escort rubia de altos tacones y falda estrecha que aparece, cual lasciva epifanía, en el Perdición: local favorito del detective, casi su omphalos (ombligo o lugar de nacimiento, pero también centro cósmico). Un pub en el que, ya sabemos por otras novelas de la saga, él colma su doble e insaciable sed: la del blues y la más tóxica del bourbon.


«La guitarra elevaba las notas impregnando cada rincón del Perdición de una tristeza infinita. Esa tristeza que despierta la vida y que te ayuda a pensar lo solo y perdido que te encuentras en las noches profundas como aquella».


Tras ese impensable ligue con la rubia cañón (hasta dudamos sea producto de alguna alucinación), al despertar tras una noche apasionada, Abaco la encuentra en su bañera, salpicada de sangre, convirtiéndose en el único sospechoso de esa muerte por hallarse el apartamento cerrado desde dentro.


En «En lo más profundo de la noche» David Abaco vuelve a interesarnos con la fuerza que lo logran los héroes chandlerianos o hammettianos. De ambos toma rasgos: al pesimismo y voluntad ya apuntados se añade su despreocupada, en ocasiones temeraria –casi suicida– actitud a la hora de investigar…, además de beber en cantidad parecida a la del Nick Charles en The thin man. Con semejantes aditamentos el protagonista de la saga de Beckett y Hawk entra en el ranking de la escuela americana de la novela policial.


Las novelas paridas por este insólito tándem de escritores andaluces ofrecen un premio añadido al «pagar» a sus lectores horas de turismo en ignotas ciudades, de no gran tamaño, norteamericanas. No es poco conocer de primera mano el ritmo de vida, las aficiones y manías, los horizontes de los americanos, aquí mayoritariamente de clase media. Gracias a este paisanaje magistralmente descrito y movido, el lector reposa, a ratos, de la ansiedad del «¿quién fue?» fomentada por unos siempre vibrantes montajes narrativos. En este caso, las figuras de médicos, enfermeras, escorts o sacerdotes –por no hablar del equipo de investigación (junto a David Abaco repiten el teniente Porto y el sargento Lister)–; toda esta galería de un mundo bien lejano (pero reconocible gracias a la literatura y el cine) proporciona a «En lo más profundo de la noche» buenas dosis de desahogo y legítimo entretenimiento.

                                      La revista que codirigen los autores Daniel L. Hawk y J.A. Beckett

Con los crímenes rituales de familias enteras, cometidos por un psicópata convencido de encarnar a un ángel vengador para realizar la misión de Dios en la Tierra, la cuarta entrega de la saga de David Abaco entra en una imparable dinámica en la que brilla la capacidad de sacrificio, llevada al límite, de nuestro arrojado detective. Con menos protagonismo que en «Perdición: el asesino de la Polaroid», Porto y Lister aguantan bien un segundo plano, matizados por el cegador duelo –de proporciones épicas– que van a protagonizar Abaco y el inductor de las matanzas, un viejo conocido del detective (y también de quienes seguimos la saga).


Cada uno tiene sus referencias lectoras, y a mí, por intensidad y violencia, este inolvidable téte à téte, con vencedor y vencido, que arranca en el capítulo [22] (impresionante, se lee con el aliento entrecortado: lo mejor del libro) y finaliza en el [32], a bordo de un barco, me retrotrae al enfrentamiento entre dos personajes míticos de la literatura universal: Sherlock Holmes y su antagonista, el ex catedrático de matemáticas James Moriarty. Una prolongada brega la suya a lo largo del tiempo cuyo desenlace sigue dejándonos helados. No tan alargada temporalmente, más concentrada también en el espacio, Abaco y su enconado rival pelean compitiendo en odio y usando todos los medios disponibles a su alcance.


Quedan dos capítulos (el [33] y el [34]) para atar los cabos de «En lo más profundo de la noche», algo que Beckett y Hawk realizan con su solvencia habitual. La que viene siendo una grandísima saga que revitaliza el mustio thriller nacional ha quedado limpia de polvo y paja para su nueva –y ya esperadísima– nueva entrega.


«Todos tenemos una noche en la que nos sentimos perdidos. Todos tenemos una noche en la que los lobos de la vida nos devoran poco a poco, donde no hay piedad ni perdón para el perdedor. Todos hemos pasado por ese camino plagado de espinas que acaban clavándose en el corazón».


ENTREVISTA CON DANIEL L. HAWK y J.A. BECKETT:


En «En lo más profundo de la noche» David Abaco entra en escena rodado y con una personalidad sugestiva y bien trazada tras protagonizar vuestras anteriores novelas. Creo que esta cuarta será recordada por un duelo que abarca 10 capítulos y que a mí me ha parecido, hasta el momento, lo mejor de vuestra saga. Arriesgáis mucho, y salís victoriosos, en ese estremecedor encuentro que se produce en el pub Perdición durante el capítulo [22]


¿Suscitó muchas controversias decidiros por este arriesgado cruce, a la vista de todo el mundo, a pie de una barra de bar, entre dos enemigos irreconciliables que pelearán a muerte hasta el final?


DANIEL L. HAWK: Es una escena que tenía clarísimo que debíamos afrontar. La tensión que se genera cuando dos enemigos mortales se encuentran en un lugar «sagrado» donde ninguno puede ejercer la violencia sin generar daños colaterales, nos parece simplemente de lo más excitante. Lo hemos visto en otras ocasiones, en mi caso se me quedo grabado como en «Los inmortales» de Russell Mulcahy, los guerreros tienen prohibido luchar en terrenos sagrados, como iglesias y cementerios, me pareció un recurso genial.


J.A. BECKETT: Pensé que era una escena necesaria. Había que enfrentar a los protagonistas, con esa batalla de palabras, de personalidades, reconociéndose uno en el otro, sabiendo y sintiéndose muy lejos, pero también muy cerca. Porque nuestro enemigo o nuestro rival es aquel que siempre acaba colándose dentro de nosotros, le abrimos la puerta a nuestro interior. Y es que nuestro enemigo es importante porque ha conseguido algo, ha conseguido invadir nuestro pensamiento y este es el principio de una derrota.


El tratamiento de la violencia en esta nueva entrega de la saga vuelve a ser modélico. Por su brutalidad y espectacularidad habéis ideado algunas maneras de morir que, por extraño que parezca, todavía resultan nuevas. Pero uno no puede evitar pensar que se os haya podido agotar el filón.


¿Os quedan nuevas maneras de acabar con vuestros personajes?


DLH: Con imaginación todo es posible. Está claro que cada vez cuesta más innovar, que parece que ya esté todo inventado, pero a veces se te enciende esa bombillita de pequeña originalidad. Tengo que reconocer que algunas de ellas son escenas cinematografías grabadas en mi subconsciente que me marcaron y a las que les doy una vuelta y que a veces actúan casi como un homenaje.


JAB: La muerte es una, pero los caminos que conducen a ella son innumerables. Solo intentamos profundizar en la escena, buscamos que la muerte tenga siempre un sentido, una explicación, una génesis, un contexto. En nuestro libro nada es circunstancial, cada escena pretende explicar algo, pretende profundizar en alguien. En el caso de la muerte, esta siempre nos indica la ventana que tenemos que abrir o la puerta que tenemos que cerrar. La muerte siempre nos habla de aquel que muere y de aquel que mata.


Por su forma adusta y cínica de ser, y también por razones laborales, David Abaco parece estar irremediablemente condenado a amores venales. En esta novela el aparentemente blindado corazón de Abaco se resquebraja. Al principio con Dana, y al final con Carmen. Ambas mujeres, rubia y morena, descritas sin dejar nada de la iconografía noir, resultan ser escorts…


¿Os planteáis poner algún día en solfa la soltería de vuestro protagonista con, por ejemplo, alguna mujer amante del orden y las virtudes domésticas?


DLH: No veo a ninguna mujer capaz de sentirse arrastrada al continuo desaliento y falta de confianza en su futuro y en sí mismo, como para no caer en depresión a la semana siguiente de la boda. No, creo que Abaco tras el enamoramiento inicial tampoco se sentiría a gusto atado a una sola mujer.


JAB: Abaco es un solitario, un apátrida del corazón, no pertenece a nada ni a nadie. Pero se deja llevar siempre por la emoción del momento, por los sentimientos impetuosos, vive por y para el ahora. Por eso, sin duda, sería difícil encontrarle un acomodo en brazos de una mujer. 


El maridaje entre thriller y policíaco os resulta de una gran efectividad. En «En lo más profundo de la noche» ambos territorios narrativos vuelven a fundirse de forma silenciosa, casi imperceptible.


¿Os ha costado más en esta entrega llegar a una fusión tan natural entre ambos géneros?


DLH: La verdad es que ni siquiera lo pensamos, al ser dos, eso surge con espontaneidad. En mi caso soy «más thriller» mientras que Jota, tiene un alma más oscura y negra a la hora de escribir. Eso hace que nos complementemos sin apenas esfuerzo. En mi caso, intento vestir de oscuridad esa parte de thriller intenso y Jota, le da ese toque especial, sobre todo filosófico, que creo que le da esa alma especial que tienen nuestras novelas.


JAB: Es cierto, es una mezcla que pretende sobre todo hacer que el lector pase un buen rato. Nos apropiamos de las técnicas narrativas y argumentales de estos dos géneros para crear una manera de explicar las cosas, una manera de escribir, una manera de narrar.


La figura del pobre hombre que enloquece creyéndose un ángel vengador que ejecuta órdenes divinas es ya un lugar común en thrillers tanto literarios como cinematográficos. Nos habéis ahorrado que Peter, vuestro enfermero de urgencias, se sepa de memoria la Biblia, pero, salvo esto, sigue un patrón de comportamiento que me resulta lo menos original de la novela.


¿Habéis construido a este secundario con mimbres reconocibles porque no deja de ser un medio para llegar cuanto antes a ese cura que lo maneja como un títere; un cura que –para mí– es el gran personaje de «En lo más profundo de la noche»?


DLH: Peter es un personaje secundario, y sí, con un perfil muy reconocible, los cinéfilos pueden que se acuerden de Silas, de «El código da Vinci» de Dan Brown. Un personaje que me encantó y que me sirvió de inspiración. Además, no podía ser un personaje muy fuerte, no pretendíamos que hiciera sombra a nuestro asesino. Era solo un naipe en nuestra baraja, y que sabíamos que íbamos a descartar.


JAB: Es un personaje secundario, pero necesario. Me interesaba explicar cómo se puede manipular a la gente, como se puede influir utilizando herramientas persuasivas, como se puede modificar el comportamiento de una persona simplemente con cambiarle su manera de pensar. La inteligencia es un arma muy poderosa y se imponen siempre escarbando en el alma de aquel a quién quiere esclavizar. Nuestro «ángel vengador» no duda, no piensa, no razona, solo actúa y ese es su gran error.

«Cuanto más conseguido esté el malo mejor es la película», dijo Alfred Hitchcock. Tenéis un malo insuperable, lleno de encanto en su perfidia. En la reseña apunto que, por su capacidad de manipulación y su ubicuidad,  me recuerda no poco a James Moriarty…


¿Qué sería de vuestra saga sin este inolvidable sujeto?


DLH: Eso mismo me pregunto yo, siempre decimos que el antagonista del héroe ha de ser más potente que el propio héroe. En nuestro caso, creo que la relación entre ambos ha casado perfectamente, dos seres inteligentes y sarcásticos, constantemente en lucha. Una lucha a muerte. James Moriarty ha sido uno de los grandes «malos» de la historia, como puede ser Hannibal Lecter del «El silencio de los corderos», son personajes que se graban en tu subconsciente, si quieres un «malo» potente, estudia como es este último. Roza la perfección, siempre a mi parecer, claro.


JAB: Desde mi punto de vista, si es importante tener un buen protagonista, más importante aún es tener un muy buen antagonista. Creo que en una novela como la nuestra hemos buscado la presencia de esos dos mundos tan distantes. Creemos, y esa ha sido siempre mi teoría, que hay que contar con un malo con mucha presencia, un personaje muy rico que pueda equilibrar la balanza, que pueda enseñarnos que en los libros como en la vida siempre hay donde elegir.

 

Para terminar esta entrevista.

¿Podéis adelantarnos algo de la nueva entrega de la saga de David Abaco?

¿La tenéis adelantada?

Si algún día la dais por acabada esta saga, ¿entra en vuestros planes cambiar de género u os veis explorando nuevos territorios dentro del thriller?


DLH: En estos momentos, estamos trabajando en la reedición de «Entre las hojas muertas», hemos recuperado los derechos y no sé si por suerte o por desgracia, una editorial, que nos la jugó a base de bien, se la quedó, firmada, para casi guardarla en un cajón. Es una historia muy potente, y ahora que ya tenemos un pequeño grupo de lectores fieles, queremos hacérsela llegar. Porque creemos que vale la pena… También basada en hechos reales como «LOFT – La muerte sabe a blues», pero esta vez, con la historia de fondo de los represaliados de la dictadura chilena. Además, tenemos en mente, otro par de proyectos a cuál más loco, una obra de teatro y una idea de Jota que nos adentraría en la ciencia ficción. Retos tenemos, tiempo, ya no tanto. Poco a poco. Finalmente, agradecer a Manu sus impecables reseñas, no solo las nuestras, si no las que ejecuta con mano de bisturí en Bajo la doble lupa de… para nuestra revista, con la compañía de Anna Miralles (a la que también sumamos el agradecimiento) y que son siempre espectaculares y le dan un toque de calidad a Solo Novela Negra.

JAB: NO quisiera terminar sin agradecer a Manu López Marañón esta entrevista. Es un honor para nosotros poder dialogar contigo. Y en cuanto a la pregunta, decirte que a la vida hay que nutrirla de proyectos, hay que tener ilusiones y sueños para seguir avanzando, para seguir creciendo, para dotarla de sentido, y por muchas veces que besemos la lona siempre habrá una voz que te dice: «levántate». Por eso nuestras alforjas van cargadas de proyectos, esos proyectos de los que ha hablado Dani y a los que yo solo tengo que sumarme.







viernes, 9 de abril de 2021

Tierra de invierno de Kim Faber y Janni Pedersen, una novela negra nórdica repleta de sentimientos

Maya Velasco


Tierra de invierno de Kim Faber y Janni Pedersen ha sido una verdadera revelación en Dinamarca. Ya se
está preparando la película. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial?

Un atentado terrorista en un mercado de Navidad en el centro de Copenhague desata una intrincada búsqueda de los culpables. Los temas que nos trae esta bomba son muy variados y muy comunes en nuestros días.

El mundo del terrorismo yihadista, la captación de jóvenes de todo el mundo, su entrenamiento y su ensañamiento. Y por consiguiente los prejuicios contra todo lo que huela a musulmán.

EL problema de la inmigración ilegal que llega a Europa sin medios, sin documentación. EL rechazo de los europeos hacia estas personas, entre las que, a veces, se esconden, terroristas y asesinos.

EL horror de las residencias de ancianos, locales devastados por el tiempo donde se concentran la tristeza, la falta de futuro y la cercanía de la muerte.

La imposibilidad de cuidar a nuestros mayores y la tristeza de su final.

La pareja de policías, Signe y Junker, está en este momento separada. Junker ha sido enviado a la ciudad en la que creció como castigo por un tropiezo que también le traerá la separación de su mujer. Allí se enfrenta a los problemas creados por un centro de menores extranjeros no acompañados. Pero la aparición de una pareja cruelmente asesinada le llevará a una investigación insospechada en una ciudad tan pequeña.

Mientras tanto Signe, lucha por desentrañar la verdad del ataque bomba.

Los dos casos están alejados en el espacio, pero en un momento dado, era de esperar, confluyen, juntando de nuevo a los dos compañeros.

Podríamos decir que Tierra de invierno tiene todas las características de una novela negra nórdica: el frío atmosférico intenso que nos transmite una densa sensación de frío emocional, los paisajes amplios, las casas aisladas del resto del mundo. Pero lo que me ha impactado de verdad en esta novela es la profundidad de los sentimientos de sus personajes. Junker sufre por su reciente separación matrimonial. Su vida con un padre que tiene una severa demencia senil, le hunde día a día. No sabe cómo ayudar a un padre con el que nunca tuvo una buena relación. Observa su cuerpo deteriorado, su falta de aseo, su aislamiento, su soledad.

Signe en cambio no nos muestra casi nada de su vida personal. Está inmersa en su trabajo y nos rebela el horror que le producen los acontecimientos que vive día a día. Una terrible tristeza ante la masacre en un mercado de Navidad, una botas de niño abandonadas, un video de torturas… “construyó una celda dentro del alma donde poder colocar lo insoportable, donde quede encerrado por dentro y no pueda filtrarse y contaminar la vida exterior al otro lado de la pared”

Tierra de invierno es una novela negra nórdica repleta de sentimientos, que además de la acción puramente policial nos hace reflexionar sobre las cuestiones importantes que nos ofrece el día a día: la cercanía de la muerte, las relaciones padre hijo, los sentimientos encontrados hacia los extranjeros, la imposibilidad de la vieja Europa por arbitrar una solución justa a la inmigración ilegal…

Nº de páginas: 448
Editorial: ROCA EDITORIAL DE LIBROS
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788418417191
Año de edición: 2021
Plaza de edición: ES
Traductor: RODRIGO CRESPO
Fecha de lanzamiento: 18/02/2021

viernes, 2 de abril de 2021

Solo que Marla no volverá, de Bela Braun. Amor, billar, alcohol y sangre

Almudena Natalías.

Hoy os traigo la segunda novela publicada de Béla Braun, Solo que Marla no volverá (Drácena 2020),
una novela cruda y amarga, cargada de humor negro que los lectores del género negro van a agradecer.

El protagonista, un perdedor de manual, está viviendo una ardiente historia de amor con una joven, Marla, de la que apenas sabe nada. Él sobrevive vendiendo artículos de billar en la enorme ciudad de México y es feliz con los ratos que pasa con Marla. Pero un día ella no vuelve y él no sabe dónde buscarla. Obsesionado con el porqué del abandono, descubre que Marla ha desaparecido. Queriendo recuperarla se enfrenta al oscuro mundo de la trata, de la mafia y de los callejones oscuros de la degeneración.


Siempre he pensado que la corriente de escritores mexicanos de novela negra retrata perfectamente una situación difícil empapada de extorsión y de corrupción donde las mujeres son solamente objetos de los que cualquiera puede disponer con total impunidad. El género negro no es solo una historia de detectives, es una crítica de una sociedad corrupta en la que los individuos, sobre todo las mujeres, son los peones de los poderosos. Elmer Mendoza, Bernardo Esquinca, Paco Ignacio Taibo y Béla Braun se han convertido así en cronistas de la sociedad mexicana.

Leyendo Solo que Marla no volverá, el lector espera encontrar a la joven desaparecida, pero, de repente, se encuentra inmerso en garitos con el pestilente olor a humo y sudor que exhalan los jugadores de billar y quiere algo más. Junto con las bolas de billar, el protagonista es golpeado contra los márgenes de la sociedad y, casi manejado por invisibles manos, pasa de la oscuridad de las salas de juego a la luz cegadora de las playas de México. Sombra, oscuridad y luz que nos acompañan en la búsqueda de Marla. Los personajes, y nosotros, somos solo peones sin apenas identidad que queremos encontrar a Marla al precio que sea.

Todo está aquí mismo y ha perdido su nombre. Tampoco nosotros tenemos nombre. Nuestros nombres no tienen sentido cuando los pronunciamos.


La novela está narrada en primera persona por lo que, desde el principio, solamente conocemos las cosas desde los ojos del amante de Marla. EL lenguaje es casi lo único fresco de la novela. Los lectores de fuera de México necesitamos 238 pies de página para entender el discurso del narrador, pero ninguno de nosotros entendería esta historia sin este lenguaje tan rico y tan brillante.

Desde luego agradezco a Babelio y a la editorial Drácena la oportunidad de volver a leer a un autor mexicano porque después de Solo que Marla no volverá no sé si voy a poder volver a los thrillers escalofriantes. El billar, el sexo, la violencia y la búsqueda del amor platónico en un mundo hostil, me ha dejado un regusto amargo y la necesidad de sumergirme en la negrura más oscura. 

Nº de páginas: 208
Editorial: DRACENA
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788412180763
Año de edición: 2020
Plaza de edición: ES
Fecha de lanzamiento: 14/07/2020