Manu López Marañón
Jimena Tierra (Madrid, 1979) es licenciada en Derecho por la UAM con postgrado en Asesoría
Financiera. Aunque «Equinoccio» sea su primera novela desde hace un tiempo escribe, y con éxito, relatos y poesía. Así, por su narración corta «Escombros» gana el concurso de Ediciones Saldubia en 2014 y su relato «No fue un verano cualquiera» es galardonado en el certamen Don Manuel de Moralzarzal de 2017. Su segunda novela, «Cambio de rasante», que incluye a personajes de «Equinoccio», ahonda sobre los avances de la ciencia y denuncia las desigualdades sociales del mundo en que vivimos. Jimena Tierra es una de las coordinadoras de Grupo Tierra Trivium, emprendedora editorial que aporta novedosos enfoques al tradicional, y un poco anquilosado, proceso de publicación.
Cualquier introducción de «Equinoccio», novela que se desarrolla durante los primeros meses de 2014, debe adelantar que combina una investigación criminal (la del detective Anastasio Rojo, a la búsqueda del asesino de su hija) con un thriller en el que interviene una secta cuyo satánico líder practica torturas, mutilaciones –e incluso asesinatos de inocentes– destinadas como ofrendas para el príncipe de las tinieblas. Tales barbaridades conducen a un camino de purificación para alcanzar un estadio superior de conciencia que desemboca en una «santidad» bastante macabra, la verdad sea dicha. Los protagonistas aquí son Eduardo Yuste, un estudiante apocado, opositor a judicatura, y, especialmente, Amadeo Figueroa: hombre corpulento de espesa barba al que un rastro de profanaciones y desapariciones lo acompaña adónde va, y que lidera este grupo juvenil encarnando una malignidad sin fisuras.
Rescatando la célebre frase de Hitchcock acerca de que cuanto más conseguido esté el malo mejor resultará la película, de Figueroa destaca su inagotable insidia: lo más logrado de esta novela. «Todos deseamos que triunfe el criminal», dejó escrito De Quincey, «porque el criminal, incluso en su versión más despolitizada y cínica, enfrenta la ley, se enfrenta con los procedimientos brutales del Estado»… En el caso del líder de esta secta lo cierto es que cuesta empatizar con él, pero su aquilatada infamia consigue que prenda en el lector un magnetismo similar al que despierta en sus devotos adeptos.
Eduardo, opositor que desde su ventana controla a una chica que a diario aguarda al bus, se decide a hablarla. Verónica resulta ser «una mujer siempre enferma, apática y siniestra hasta el punto de llegar a contagiar su pesimismo al que tenga al lado». Pero de su mano Eduardo conoce a la pelirroja Carlota (Charly), toda una sacerdotisa satánica y experta bruja por la que se siente irremediablemente atraído. Tras acostarse con ella y seducido por sus malas artes empieza a asistir a reuniones de la secta. Abducido por la carismática personalidad del líder, Eduardo ingiere drogas alucinógenas y participa en orgías. En una dura batalla interna que pugna entre quedarse (por la pasión sexual que siente hacia Charly y la amistad que comparte con Verónica) y las ganas de salirse del grupo (ante los desatinos de Seth, capaz incluso de merendarse a un bebé), el opositor, con apoyos desde dentro de Verónica y de la propia hija de Amadeo, inicia los pasos para dejar ese tinglado diabólico en el que se ha dejado meter, y hasta el fondo, por su debilidad y concupiscencia.
Anastasio Rojo, detective privado con licencia, es el otro gran personaje de «Equinoccio». Tras cinco años en el dique seco, deprimido por el asesinato de su colaboradora –su hija Sonia–, recibe a Juan José Mendoza (eminencia de la bioquímica y el cáncer) que le ruega investigue el suicidio de su hijo. Israel, un veinteañero asocial, adicto a la marihuana, se arrojó desde un undécimo piso hace varios meses. Rojo averigua qué hizo, con quién andaba y qué lo motivo a tirarse en una canónica trama policial hasta que los argumentos de la novela, el detectivesco y el satánico, se fusionan –capítulo 16 del libro primero– al reconocer Rojo, en la casa de Amadeo Figueroa, una foto grupal en la que junto a Seth posa el joven Israel Mendoza.
Aunque Jimena Tierra entrecruce con acierto ambas tramas sosteniendo su interés hasta el desenlace, no olvidamos cómo los altibajos son prerrogativa de casi cualquier novela (frente a la tensión sostenida y continuamente exacerbada del cuento o el poema). En «Equinoccio» –para quien esto escribe– la inevitable imperfección pudo haberse fácilmente minimizado al venir dada por un exceso de documentación, satánica sobre todo. Y es que encuentro sobreabundancia de actos vandálicos, robos, tráfico de obleas consagradas, biblias satánicas, esoterismos, manuales de ocultismo, ofrendas a Lucifer, profanaciones, misas negras y orgías, descrito con gran lujo de detalles. Esta apuesta porque nada falte induce a pensar que la autora desestimó hacer una criba con vistas a que «Equinoccio» ganara en ligereza lectora. Por ejemplo Ira Levin en su novela «La semilla del diablo», e incluso el no pocas veces excesivo Roman Polansky en la adaptación al cine, manejaron la tentadora escenografía satánica con un rigurosísimo criterio de selección.
Un punto a favor de «Equinoccio» es saber crear opresivas atmósferas. Al grupo gusta celebrar sus reuniones (como pasaba en «Los sin nombre», la novela de Ramsey Campbell) en edificios abandonados: sanatorios para tuberculosos; psiquiátricos; casonas como la de Cangas de Onís…, emplazamientos, en fin, sobre los que las fuerzas sobrenaturales (muchas veces convocadas a golpe de Ouija) parecen más propicias a aparecer y que logran en ellos ese adecuado clima de terror psicológico inspirado en los relatos góticos. Cuando la novela se desarrolla en Madrid Jimena Tierra actualiza los escenarios y presenta una ciudad suburbial, de centros comerciales; una urbe asfixiante, de ajetreos y extraños, que aumenta la ansiedad. Pero la autora no es de las que dan más importancia a los escenarios que a la acción y esto, en una obra de grueso tamaño, siempre es de agradecer.
La tortura psicológica ejercida por Amadeo Figueroa sobre Eduardo y Verónica (quien, desequilibrada por el satanismo, se debate entre la ilusión y la desesperanza, desgajándose lentamente del mundo) impide a estos jóvenes casi discernir ya entre la realidad y los ensueños de sus alienadas mentes, algo que, potenciado por la ingesta de drogas, va peligrosamente in crescendo.
El 30 de abril –cumpleaños de Lucifer– se celebra la Noche de Walpurgis: en esa propicia oscuridad espectros, duendes y espíritus se presentan para llevar a cabo las más espeluznantes francachelas. El grupo de Amadeo Figueroa pretende hacer coincidir la onomástica con el definitivo pacto de Eduardo con Satán. Por su parte Anastasio Rojo, conocedor de cómo Israel formaba parte del Grupo de Seth, esconde varias cámaras por la iglesia del Sordo, lugar previsto para la diabólica alianza. Este doliente padre pero efectivo detective vive obsesionado con desenmascarar y detener al malvado Seth (motivos muy personales no le faltan…). Durante esta inminente Walpurgisnacht, sobre la que todos los personajes han puesto –en un mayor o menor grado– sus expectativas, tendrá lugar un deux ex machina de los que hacen época.
En «Equinoccio» predominan las sombras ante cualquier luz de esperanza. La autora nos sirve una descorazonadora historia sobre el ser humano y su incomprensible fascinación por la violencia más brutal. A Amadeo Figueroa lo domina la hybris, esa arrogancia de quien desafía a los dioses y encuentra su propia ruina. A ese tipo de personalidad perturbada y narcisista no la destruyen agentes externos: es de adentro de donde provienen los embates más fuertes contra ella. «Amadeo ha conseguido hacernos salir de la ignorancia con su sabiduría sobre la vida y la muerte», explica Carlota a Eduardo, sentando cátedra: «él conoce los límites de la realidad y lo que hay más allá de nosotros mismos». Lograr que sus adeptos se traguen sandeces de este calibre es el mayor logro de estas mentes nacidas para dominar y exterminar, y Jimena Tierra lo refleja con indudable acierto.
ENTREVISTA CON JIMENA TIERRA:
Tu novela combina investigación detectivesca con thriller satánico, curiosa mezcla en el desgastado noir ibérico. Dinos Jimena: ¿cómo surge la idea de «Equinoccio»?
Estaba estudiando la carrera de Derecho cuando leí la noticia de que en Tenerife la policía había frustrado un intento de suicidio de más de 30 personas. Aquello me sorprendió.
¿Con cuál de las dos tramas arrancas y, narrativamente hablando, cuál te lleva mayores esfuerzos?
La trama del adolescente que se introduce en la secta es dura, mucho más que la del detective. La investigación que llevé a cabo para reproducirla me quitó el sueño en varias ocasiones.
¿Entrecruzar las tramas te originó muchos quebraderos de cabeza?
Ninguno. Sabía lo que quería escribir desde el primer momento. Para generar una atmósfera de tensión al lector era fundamental introducirle en ambos ambientes y ligar el hilo conductor en el momento justo.
Al comienzo de tu libro avisas de cómo está inspirado en hechos reales, de que «todas las referencias e invocaciones que se mencionan han sido extraídas de diversos manuales ocultistas y religiosos». La verdad, leyendo aterradoras páginas de «Equinoccio», cuesta aceptar que en todo momento te hayas limitado a registrar sucesos acreditados. A mí, y creo que a ninguno de tus lectores, no nos molestaría que desvelaras si en tu novela hay algo –o bastante– de recreación, de legítima exageración: al fin y al cabo distorsionar la realidad para llevarla a su terreno es algo innato para cualquier escritor. Sincérate para el Terrario: ¿Hasta qué punto se ajustan a lo real tus misas negras, las profanaciones y, sobre todo, esas espeluznantes ofrendas?
Absolutamente todo está documentado. De hecho, en mi investigación tuve que filtrar mucha información para que al lector le llegara en forma de trama narrativa. Analicé movimientos de diferentes grupos, tanto en Sudamérica como en Europa, y fruto de esos operativos es la secta que presento y que unifica muchos de los rituales estudiados.
Que la documentación que manejas esté empleada con hiperrealismo brutal (en no pocas ocasiones parece que estemos ante una película de Michael Haneke, «Funny Games» por ejemplo) otorga una de sus principales señas de identidad a «Equinoccio». Habrá lectores con la sensibilidad a flor de piel que tengan problemas para continuar la lectura. A este crítico, que está hecho ya a todo, le ha resultado fuerte conocer desde sus entrañas, y con aplastante lujo de detalles, las barbaridades que se pueden cometer en una secta satánica. ¿Cómo llegas a este tipo de documentación sensible y, supongo, no fácil de conseguir?
Difícil, cruel, absolutamente diferente a cuanto estamos acostumbrados. Internet es una fuente abierta en todos los sentidos. Escuché y leí autobiografías, reuní noticias de la hemeroteca, hablé con sacerdotes… resido a pocos kilómetros del hospital abandonado de La Barranca donde, curiosamente, se realizan ritos satánicos. Esta semana ha sido noticia que un grupo de jóvenes ha ido a pasar la noche allí y uno de ellos, de 29 años, ha caído al vacío y está con un traumatismo craneoencefálico. Se están investigando los hechos.
¿Te resultó complicado hacerte con los manuales de esoterismo y ocultismo que muestras o adquirir incluso esa biblia satánica que detallas?
No especialmente. Desde niña he sentido fascinación por lo oculto. En la universidad leía el tarot mientras los compañeros jugaban al mus en la cafetería, y se me daba bastante bien. La Biblia Satánica no obra en mi poder.
¿Aportaron datos para la construcción de «Equinoccio» novelas y películas que hayan abordado antes el tema de las sectas?
En realidad… no. No me he inspirado en ninguna película concreta (que yo recuerde).
La gran baza de «Equinoccio» son sus protagonistas varones: Amadeo Figueroa, Anastasio Rojo y Eduardo Yuste. Creo que Figueroa es uno de los malos más pulidos que haya encontrado en la literatura española y quiero felicitarte por dar vida a un sujeto tan lleno de conocimiento y rebeldía, una rebeldía canalizada para hacer el mayor daño tanto a la sociedad como a los propios miembros de su secta. ¿Cómo prende en tu clarividente cerebro de abogada semejante monstruo al margen de toda ley?
Esa es la clave. No era capaz de comprender cómo una persona podía incitar a suicidarse a treinta, sin ningún tipo de coacción, únicamente usando su carisma como arma de fuego. Después de aquella noticia hice un seguimiento exhaustivo respecto a lo que publicaba la prensa. Resultaba tan sorprendente como fascinante.
¿En algún momento lo pasaste mal desarrollando a Figueroa? ¿Sería tu creación favorita de «Equinoccio»?
Figueroa es un personaje, en cierto modo, estereotipado. Siempre lo he imaginado culto pero no repelente, atractivo pero no guapo, convincente pero no categórico. A ello se le junta una infancia marcada por un mal uso de la religión, algo habitual en el desarrollo de este tipo de conductas. Me costó trabajo profundizar en él dado mi conocimiento frugal del terreno.
Respecto al abúlico Anastasio Rojo decir que, partiendo de unos estereotipos de detective privado, crece a lo largo de la novela y termina convirtiéndose en un hombre de acción fundamental a la hora de perseguir a Figueroa. Similar proceso se da en el opositor Eduardo, un joven bastante parado al comienzo y al que das un potente impulso convirtiéndolo en alguien audaz que cobra importante protagonismo en el desenlace. ¿A Anastasio y Eduardo los creas como previsto contrapunto a la maldad ilimitada de Amadeo, o, por el contrario, tenían un desarrollo autónomo hasta que las tramas se entrecruzan?
Buscaba paralelismos. Pretendía escribir algo que entretuviese pero que informase. Para mí era fundamental plantear los diferentes puntos de vista de los implicados y, en cierto modo, el terror que somete a cada uno de ellos estando tanto dentro, como fuera.
Mujeres como Verónica y Carlota tienen su enjundia en «Equinoccio». ¿Qué puedes decir de ambas chicas, tan diferentes pese a ser miembros de una misma secta y estar sometidas a idénticos tormentos?
La mujer es un elemento clave como símbolo de fertilidad en cualquier tribu. Con independencia del machismo o el feminismo. Era crucial aportar diferentes perspectivas de un mismo problema para mantener la objetividad del lector.
En tu novela más reciente, «Cambio de rasante», participan Verónica y Anastasio. ¿Tiene esa obra puntos de contacto con «Equinoccio»?
Se trata de una nueva investigación, absolutamente diferente, pero con personajes que tienen una relación más profunda dado su pasado.
¿Qué puedes adelantarnos de ella?
«Cambio de Rasante» plantea al lector dudas sobre las limitaciones de la exploración científica.
¿Estaremos ante el inicio de una saga? ¿Cuáles son tus planes literarios para el futuro?
No estoy segura. Imagino que si vuelvo a enfrentarme a la escritura presentaré a estos nuevos personajes, es algo que me gustaría, pero no tengo claro el formato que los daré. En la actualidad estoy sumida en el texto de un nuevo libro de no ficción que verá la luz en mayo de 2021.
Por último, contéstame a una curiosidad. No estropeo nada si desvelo que la Walpurgisnacht tiene su importancia en esta primera novela tuya… Jimena, ¿no crees que titularla precisamente así, La Noche de Walpurgis, hubiera sido más indicado, y hubiera dado más fuerza al libro que llamándolo «Equnioccio»?
Creo que La noche de Walpurgis es demasiado conocida y se ha usado en varias ocasiones. La palabra Equinoccio, precisamente, no le lleva al lector directamente a la maldad, sino que da lugar a diferentes interpretaciones.
Jimena Tierra
Hola!!
ResponderEliminarEstá interesante de leer, gracias por la reseña.
Besos💋💋💋