Manu López Marañón
VERSOGRAFÍA MALDITA. Paco Gómez Escribano. Grupo Tierra Trivium (2019)
Al autor de «Versografía maldita», el madrileño Paco Gómez Escribano, lo conocí por «Manguis», la mejor lectura mía en aquel 2016, y desde entonces sigo con gran interés su producción, la cual, aun siendo anual, de momento no sufre altibajos; algo de lo que sus lectores nos alegramos porque adquiriendo cada nuevo libro suyo la calidad literaria viene garantizada. 2018 fue el año de «Cuando gritan los muertos», y en 2019 el autor hace doblete: en Editorial Milenio edita «Prohibido fijar cárteles», quinta entrega de su saga ambientada en el barrio de Canillejas, y en Tierra Trivium publica «Versografía maldita», primer poemario suyo de versos y prosas.
Finalizado en la revista amiga Moon Magazine mi trabajo sobre 8 poetas que escriben en Madrid, reseñar este libro, de afilado aliento poético, tiene no poco de epílogo. Además, incorporando a su autor a ese grupo la suma da 9 poetas, igual número que aquel mítico libro de Josep Maria Castellet, «Nueve novísimos poetas españoles», una antología del crítico catalán para promocionar a los más relevantes poetas de la década de los 60. Con Gómez Escribano dentro tenemos nuestros «Nueve novísimos poetas madrileños».
Las dos partes de «Versografía maldita» vienen caracterizadas por un airado nihilismo de barrio que arremete contra todo y contra todos, cubriendo de vituperios y exabruptos a personas, creencias, pensamientos e ideas, hasta plasmar una imagen de la vida y de la sociedad como un infierno de malvados, borrachos, locos y oportunistas en el que los canallas triunfan y donde todo está corrompido o por corromper.
Este poemario, de pesimismo y negrura ciertamente acongojantes, resultaría indigerible si no fuese por la fuerza cautivadora de un lenguaje virulento que no duda en recurrir –como tono habitual– al sarcasmo más incandescente, sarcasmo que transforma los poemas y las prosas de Gómez Escribano en una colección de apocalípticos aquelarres.
Con igual fuerza destructiva del, por ejemplo, Louis-Ferdinand Céline de «Viaje al fin de la noche», no encontramos aquí un solo personaje entrañable, ni siquiera alguno que merezca solidaridad y comprensión, empezando por el propio poeta, compendio de autodestrucción, pereza y mala uva. El mundo que disecciona viene marcado por el resentimiento, el egoísmo y alguna forma de estupidez y vileza. Pero el éxito literario de Gómez Escribano es pleno: sus versos y sus frases imantan al lector, quien no puede apartar los ojos de tantas disparatadas y sórdidas peripecias, abocadas irremediablemente al sumidero del infierno.
La primera parte de «Versografía maldita», del mismo título que el libro, consta de 35 poemas. En ellos, bajo las apariencias de un mundo estático que guarda las formas, Gómez Escribano levanta el velo a toda clase de deformidades, siempre desde una mirada oblicua y sin olvidar que el primer monstruo perfecto es el poeta. En el ánimo de esos espíritus enfermos anida la secreta –y cada vez más remota– esperanza de que algo, alguien, ponga orden en este burdel degenerado en que se convirtió la sociedad, una idea muy de Roberto Arlt.
Para ilustrar este extenso bestiario de la derrota que Gómez Escribano poetiza elijo 11 composiciones ([1], [2], [3], [5], [9], [19], [21], [27], [28], [30] y [35]) que dan cuenta de la vida, definiéndola como una lucha continua en la que sólo contamos con nuestras almas; como una sucesión de delirios de tristeza y amargura que acaban abrazando a la muerte; como algo lleno de oportunidades perdidas; la vida como un fracaso continuo; como un total sinsentido cuyo timón llevan estúpidos de vacías existencias; como procesión de muertos vivientes solo sostenidos por el alcohol; la vida como un vómito de versos malditos para intentar huir de ella; como una sucesión de fracasos resplandecientes; como un espejismo donde ni los potentes guitarrazos de un grupo sirven para escapar de su miseria («Espejismos») o como una sucesión de extrañamientos en lugares inmundos como bares o pensiones, y, también, la vida como una dantesca visión de frustraciones anticipando el infierno.
ESPEJISMOS
Buscar en el fondo de un vaso de whisky
los trozos de existencia
que perdiste hipotecando tu voluntad.
Vivir en el infierno
mientras las guitarras y el contrabajo
desgarran el aire que respiras.
No tienes fuerzas
ni para abandonar el vestíbulo de tu miseria.
Y sin embargo crees vislumbrar
esperanza en la penumbra.
Sin darte cuenta de que los espejismos
son miserablemente recurrentes.
Calles y bares de barrio, enmarcados muchas veces por música, son localizaciones ideales para que de ellas brote la más desquiciada poesía. En [7] encontramos unas calles tristes habitadas por espectros y regadas con sangre; los parterres del parque están asimismo abonados con sangre de yonquis muertos [10]; el vacío existencial de las calles del barrio envuelven voluntades torturadas [11], y esas calles húmedas destinadas al desagüe universal son tan tristes como las barras de los bares [12]. Unos bares en los que el sombrío cerebro del poeta encuentra prolongación, como aquel que tan buena música ponía [8] o ese otro, también clausurado, símbolo de días muertos que tienen hoy continuación en las alcoholizadas ideas del poeta [14]. Las barras de los bares están heladas por pensamientos muertos de los parroquianos, ahogados en sus desgracias [31]; el deseo del poeta de ser barman para hacer de su pasión oficio queda sin realizarse [32]; la joven borracha y solitaria que baila en el último bar de madrugada refleja el no future actual [33] y los vasos de whisky servidos con un blues de fondo son bálsamo para el dolor, ayudan a sentirte menos solo [34]. Una música que revolotea sobre el alma en forma de canción que habla de naufragios [22]; pero también –sobre todo la horrible de hoy– poniendo banda sonora a la tristeza, congelando cualquier amago de sonrisa [24] o anticipando sueños eternos de tumbas góticas («Conciencias en el filo») [25]. En [29] el jazz acompaña a ese espectro que aguarda el momento de ser incinerado.
CONCIENCIAS EN EL FILO
Trazas de sangre coagulada,
en un asfalto huérfano,
heridas manchadas de rabia,
una barra de bar vacía,
en la calle del silencio,
bajo unas nubes grises
que opacan conciencias,
en el filo de la vida,
donde se mueren los besos,
y la racionalidad es la nada,
tatuajes de malaventura,
almas errantes que vomitan bilis,
mientras una canción triste
horada cada grabado de desventura,
en tardes que nunca acaban,
en sueños de tumbas góticas,
y en cada esquina un cuervo,
que se ríe más allá de lo grotesco.
A la segunda parte, en prosa, de este poemario, «Mi banco del parque», aun manteniendo el pesimismo de la precedente, la encuentro más sosegada en su desarrollo, con menos directos y ganchos, como si el autor-boxeador, mientras baila sobre el ring, intercalase algún preciso golpe sobre el lector dándole (no demasiado) tiempo para respirar.
En su primera novela, «El pozo» (1939), Juan Carlos Onetti decía: «Soy un hombre solitario que fuma en un sitio cualquiera de la ciudad». Los monólogos del protagonista, impregnados de amargura, transmitían la decadencia de aquel Eladio Linacero paseando obsesivamente por su cuarto, más bien habitáculo. Gracias a los sueños que se contaba escapaba de su mediocre realidad inventándose otra personalidad y hasta otro mundo.
El autor innominado que redacta «Mi banco del parque» fuma en un banco, iluminado por una farola, al que acude siempre de noche. Lo acompaña, indefectiblemente, la soledad, metafísica dama con quien, sin embargo, dialoga, riñe y en ocasiones hasta ríe. Esta es la base invariable para los 31 fragmentos en prosa. Sobre ella, el poeta combina otras tantas variaciones. Las más abundantes vienen dadas por sus reflexiones (noches en las que nunca fue feliz, errores del pasado, vanidad, combate entre demencia y cordura, melancolía, inmanencia, mutismo, remordimientos, la nada y lo transitorio de la vida, o su inutilidad), los recuerdos del pasado o de episodios vitales (que lo transforman en un espectro o condenan, como Sísifo, a la repetición de ritos) y la muerte (se pregunta si al morir, al haber dejado toda su sustancia en el banco del parque, no se convertirá en otro espectro; o se siente un cadáver viviente desnudando su alma en el banco; el parque le recuerda a un cementerio sin tumbas que huele a muerto, y la soledad echa su capa sobre el poeta, que al final del poemario se desvanece bajo ella). Aparecen motivos para la sonrisa (la soledad hace un collar con los pensamientos del poeta o se ríe frente a sus intentos de socializarse o hasta cuando le ofrece la mano para bailar), para el aburrimiento (las salmodias del poeta acaban hartando a la soledad, que se va del banco), o la misantropía (el poeta comprende que su única compañía es la soledad, más misántropa que él) y la angustia (provocada por las rarezas del poeta, que renuncia a entenderse).
I (Reflexiones)
[…] Suspiro por las noches antiguas en las que nunca fui feliz. La muerte me pregunta al oído por la dama que me acompaña y ella le da un zarpazo que la hace huir. Para mí que se ha puesto celosa […].
V (Recuerdos)
[…] Estoy cansado de coleccionar episodios vitales infecundos. Al final, después de todo, cada noche acabo sentado en este banco del parque viviendo mi verdadera vida y a mi lado se acomoda la soledad, fiel como un amor verdadero […].
VII (Muerte)
[…] Ignoro si cuando yo deje este valle de lágrimas seré un espectro, creo que sí, pese a que tengo demasiado apego a este banco. Creo que he dejado impregnada aquí toda la sustancia inherente a mi ser […].
XXI (Motivos para la sonrisa)
[…] Las sombras me rodean y me invitan a su baile nocturno. Declino la invitación y vuelvo a sentarme en el banco, junto a la soledad. Por una vez ella me sonríe y mantiene ese rictus en el rostro durante unos instantes que podrían ser varias eternidades […].
XXIII (Aburrimiento)
[…] Exhalo hacia el vacío el humo de mi última calada para sufrir en silencio el plomizo estado de ánimo que me atenaza. La soledad se marcha […
XXVII (Misantropía)
[…] Esta noche me rodean los fantasmas de tiempos pasados. Los he invocado con mis inclinaciones estériles y ahora que los tengo delante no sé qué hacer excepto presentarles a las sombras y los espectros. La soledad ha declinado mi invitación. No obstante, fue ella quien me inculcó el no querer conocer a nadie más […].
XXX (Angustia)
[…] La angustia preside mi estado de ánimo esta noche. No hay motivo aparente y conociéndome como me conozco no tiene por qué haberlo. Son muchos años metido en este cuerpo sin encontrar sentido a nada, aguantando mis rarezas […].
No creo haber leído libro que se sumerja tanto –y con este empeño– en la mugre humana. Gómez Escribano no tiene intenciones críticas frente a la obtusa humanidad, que describe con el conocimiento de quien sabe de lo que habla. Para Paco el mundo es así, los seres humanos están hechos del mismo barro fangoso que el poeta pisa bajo ese banco de parque las noches de lluvia, y nada ni nadie los mejorará. Como bien dice Pedro de Paz en su prólogo a «Versografía maldita»: «las sentencias de Paco, a modo de versos, son como trallazos directos al corazón, disparos en los que no falta ni sobra una palabra».
ENTREVISTA CON PACO GÓMEZ ESCRIBANO:
Antes de comenzar «Versografía maldita» especulaba con la posibilidad de encontrar un libro tuyo menos amargo que los hasta ahora leídos por mi («Manguis», «Cuando gritan los muertos» y «Prohibido fijar cárteles»), violentísimas novelas negras de barrio y en las que pocos protagonistas sobreviven.
¿Cómo surge la idea de un poemario tan insólito como resulta ser esta «Versografía maldita»?
Bueno, para mí no es tan insólito. Mi perspectiva sobre la vida, sobre lo que nos rodea y acontece tiende a ser muy real. No me gusta lo que veo y tanto la novela negra como la poesía maldita me parecen dos herramientas muy certeras para protestar.
¿Tuviste claro desde el principio que los poemas y los fragmentos en prosa que componen el libro podrían ser interpretados como continuación del aterrador panorama reflejado tus novelas suburbiales? ¿Qué le dirías al lector de tu poemario que extraiga esa conclusión?
Los lectores, al menos los míos, son muy inteligentes, y son varios los que ya me han hecho llegar esta perspectiva que desde mi punto de vista es acertada. Tanto en los poemas como en los fragmentos en prosa hay protesta y malditismo, una actitud que siempre me llamó la atención a la hora de afrontar la vida.
¿No te rondó la tentación de incluir algún poema, digamos, no tan pesimista o sarcástico?
En absoluto. El libro es rotundo, por tanto, no podía permitirme el lujo de alterar su esencia con alguna composición que rompiera el tono general.
¿No tuviste la tentación de dejar alguna puerta abierta en tus poemas para que el lector tenga un momento de respiro entre tanto agobio?
No, no suelo administrar placebos a mis lectores. Quienes se acercan a mis libros saben lo que buscan. Y si bien es cierto que en mis novelas hay elementos como el humor que dulcifican un poco por así decirlo, la narración, aquí no hay tregua. En los poemas no hay tiempo para el descanso o la distracción. O lo tomas o lo dejas.
La voz del poeta, tanto en estrofa como en prosa, por lo que dice y por su tono, puede corresponder perfectamente a la de algún protagonista de tus novelas como, por ejemplo, el Mochuelo o el Tijeras (descartamos que al Torre de «Manguis» lo sacuda semejante vocación…). Pero ante la catarsis tan personal y desencantada que supone verter así al papel aspectos de un mundo siniestramente egoísta (al que parece no esperar otra escapatoria que el infierno) no pocos pensarán otra cosa…
¿No te preocupa que haya lectores que crean que eres tú directamente quien retrata con tal grado de crudeza y sin ningún paliativo a tu barrio?
No. Sé demasiado bien dónde he nacido y todo lo que he visto. Y todo aquel que tenga dudas que tire de hemeroteca.
Para quien no lo conozca, avisar que Versografía maldita juega en la misma liga de otros escritores y pensadores tradicionalmente pesimistas como puedan ser Sartre, Schopenhauer, Cioran, Celine, Arlt, Onetti... Hay que decir que en no pocas ocasiones el pesimismo de Paco supera al de esta cuadrilla.
¿Qué poetas conoces que puedan señalarse como antecedente al descarnado nihilismo que muestras en tu primer poemario?
Siempre me han gustado Leopoldo María Panero y David González, pero también Benedetti y Alberti, pero de ahí a considerarlos antecedentes, no sé. Eso deben decirlo los lectores.
¿Cómo ves el nivel de la poesía actual en España y, más concretamente, en Madrid?
La verdad, siempre encuentras por ahí gente con talento, y creo que las actuaciones en directo que han ido proliferando por muchos garitos han contribuido a la diversidad y a generar tendencias, así como movimientos como el rap.
¿Qué te ha parecido el revuelo organizado tras la concesión del premio Espasa al poeta venezolano Rafael Cabaliere?
La verdad es que leyendo alguno de sus presuntos poemas te quedas un poco ojiplático, la verdad. Pero bueno, Espasa no es precisamente hoy uno de mis referentes en poesía. Apuesta por el mercantilismo. La calidad les da absolutamente igual.
¿Escribir otro poemario figura entre tus más inmediatos proyectos? ¿Leeremos alguna vez versos amorosos de Paco Gómez Escribano?
Los versos amorosos solo los lee mi mujer, todos son para ella, y no se comercializan. Hay un nuevo proyecto que sale en diciembre con la misma editorial, Tierra Trivium. Se titula «La vereda de la derrota» y cuenta con una primera parte compuesta de poemas y una segunda parte que es una novelita corta en donde la metáfora y la alegoría campan a sus anchas. Está entregado y me han dicho que han flipado. Esto es primicia.
Gracias miles por intuir que me encantaría la reseña y aún más está poesía maldita de Paco, me he quedado con unos deseos incontrolables de leerlo más, gracias, exquisito. Felicidades a ambos.
ResponderEliminarGracias a ti!
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