Manu López Marañón
A Carlos Pérez Merinero (Écija, 1950 – Madrid, 2012) lo tenía fichado por leer su nombre en los títulos de crédito de películas que me apasionan y reviso sin cansancio. Sobre todo por encontrármelo como coguionista de Amantes (Vicente Aranda, 1991), para mí la mejor película de la historia del cine español, pero también en otras quizá no tan redondas pero donde asimismo brilla. Destaco entre estas películas con guion de Pérez Merinero una bastante buena y ganadora de varios goya, La buena estrella (Ricardo Franco, 1997), y otra que si bien pasó casi desapercibida atesora un encanto inmarchitable: Cuando todo esté en orden (César Martínez Herrada, 2002).
Para la serie de televisión
«La huella del crimen» a Pérez Merinero encargaron varios guiones. En la reseña de Un episodio nacional que recientemente he publicado en Cita en la Glorieta hago referencia al del capítulo
El crimen de la calle Fuencarral, que dirigió Angelino Fons.
Pérez Merinero escribió esta joya.
Estos eran mis someros conocimientos sobre alguien a quien otorgaba un papel nada desdeñable en nuestro cine. Pero al reseñar La mano armada para Salamandra Negra –en lo que supone mi contribución inaugural a esta influyente revista– me entero de cómo esa novela forma parte del copioso, y desconocido por mí, corpus narrativo del sevillano. Escorado hacia el género negro Pérez Merinero publica entre 1981 y 2011 un total de 12 novelas, algunas para la mítica «Colección Negra» de Editorial Bruguera (El ángel triste; Días de guardar) y otras para editoriales de renombre como Júcar (La mano armada) o Laia (El papel de la víctima; Llamando a las puertas del infierno).
Tras su prematuro fallecimiento, David Pérez Merinero, hermano de Carlos, crea «La colección Carlos Pérez Merinero» que abarca una obra inédita no menos escasa. Poemarios, novelas, guiones cinematográficos y hasta textos dramáticos que quedaron sin editar empiezan a ser exhumados desde entonces con el interés creciente de crítica y público.
A la par de esta avalancha de títulos, editoriales independientes –siempre atentas a lo literariamente más valioso– han comenzado a reeditar antiguas novelas de Pérez Merinero. Es el caso de Días de guardar (Ediciones Reino de Cordelia, 2014), Las reglas del juego (El Garaje ediciones, 2018) o El ángel triste (Ediciones Vernacci, 2019).
A este revival «merinerista», todo un boom, se suma ahora –marzo de 2020– el Grupo Tierra Trivium en lo que supone un ejercicio de anticipación a la que nos ha venido encima con el coronavirus. Y es que la reedición de la novela que nos ocupa, La mano armada, por su temática porno-noir está llamada a convertirse en un imparable éxito durante estos meses de obligado confinamiento doméstico. En papel, y también ya en EPUB, pueden hacerse con ella aquí:
Grupo Tierra Trivium
Contrario a la novela enteramente pornográfica, Mario Vargas Llosa afirma:
«Mi idea de la novela, sí, es totalizadora, porque debe recoger la experiencia global de la vida humana. Si solo hay amor o erotismo, da una sensación de irrealidad, y yo soy un escritor realista». No sé qué pensarán otros pero para mí lo que realmente representa a La mano armada son sus lances pornográficos, lances de un hiperrealismo y crudeza que yo no degustaba desde que, allá en mi inquieta juventud, caté al marqués de Sade.
Pero ya no soy aquel que celebraba la presencia de la obscenidad (y aún menos ese erotismo cosmopolita, light, de «altos vuelos», al que recurren presentadoras de televisión que se sienten reencarnaciones de Anaïs Nin). A estas alturas del partido me sobran coitos en todo tipo de acrobáticas posturas, libidinosos calambrazos corporales provocados a golpe de látigo o por equinos fustazos, intensos cunnilingus perpetrados por amantes con adiestradísima lengua, desencantados onanismos de mesa camilla y hasta emotivos –y quizá justificados– besos enamorados. Encuentro mecánicas, faltas de vida en general, esas ortopédicas páginas que no tardo en saltarme.
Respecto al marqués de Sade, leído con imberbe turbación, apenas si queda ya el poco convincente recuento de sus patológicas guarrerías, convertidas hoy en un homogéneo cargamontón de sexo preferentemente anal y en sesión continua. Algo que, como bien ha dejado dicho el Nobel hispanoperuano (autor de la estimable novela erótica Elogio de la madrastra), acaba por crear en el lector esa sensación de irrealidad que, pronto acostumbrado a ella, desemboca en su inevitable hastío.
Y hete aquí, en mi enésima lectura de un noir, que topo con algo imprevisto porque gracias a la habilidad de Pérez Merinero me es dado participar, –y de lleno–, en las escaramuzas sexuales que su innominado protagonista (un esmirriado agente de policía de 26 años que en aquel Madrid franquista de 1962 actúa y «razona» como un varón de 52) lleva a cabo con cuanta mujer se cruza: prostitutas sobre todo, a las que suele beneficiarse sin pagar, pero también actrices de tercera fila, virginales madames de burdel, o incluso viudas (no respeta nada este tío, todo le sirve). Es el suyo un desmadrado carrusel del vicio que casi siempre hace girar, el muy caradura, durante el cumplimiento de sus servicios de «orden público».
La evolución del sexo en la literatura: del marqués de Sade a Vargas Llosa
La crudeza es total, el sexo se ventila sin concesiones a la menor elipsis. No quedan fuera excesos de violencia verbal ni física. El capítulo XIV, por ejemplo, resulta inconcebible de asumir incluso para mentes partidarias del «todo vale»: nadie que lo acabe vivirá después su sexualidad de igual manera, el que avisa no es traidor. En paralelo a tanta acción degradada, el despliegue léxico aportado por Merinero a la hora de llevar a buen puerto los orgasmos de su insaciable protagonista resulta abrumador: ese inabarcable registro en el que predomina el lado más canalla del lenguaje da paso, a veces, a alguna exquisita perla que nos deja no menos noqueados. Espigo unas líneas que se lean sin que nadie nos acuse de impúdicos, rastreo que me ha costado lo suyo:
«Las domingas de Berta Ramos eran tan gordezuelas y estaban tan atocinadas que por mucho que las plegó el día continuó siendo feriado y el escaparate mostraba un aspecto de lo más presentable».
«El dolor hizo que aumentase la intensidad de mi mordida sobre el papote de la mofletuda y la muy lasciva se retorció de gusto como si le hubiese dado unas hogazas de pan candeal».
Y me pasa que no puedo parar, que nada me salto: agoto hasta el último resuello sexual de este desquiciado agente del Cuerpo General de Policía «nacido para follar» mientras me transformo en un degradado voyeur que comparte su obsesión y disfruto endiabladamente –reconozco, algo alarmado– con cada desviación suya… Las cartas que Nora remitía a James Joyce eran sexualmente explícitas pero anárquicas sintácticamente. No sucede así con el estilo de Pérez Merinero porque su extraordinaria sexualidad cerebral, ese fervor corporal que él se empeña en emporcar minuciosamente, viene servido por una prosa elegantemente armada, dueña de peculiares sabores y aromas (algo tan difícil de lograr) la cual, desde luego, a la hora de definir y adjetivar los diversos trances sexuales resulta adecuadísima.
Estamos ante una novela pornográfica pero, no conviene olvidarlo, también negra. En las fuentes de este género no falta material de derribo para que Merinero extraiga unos respiraderos que puedan tomarse como los necesarios «descansos», entre mujer y mujer, de su policía (al contrario de lo que sucedía en Justine, la celebrada obra del monotemático marqués). Esos lapsos noir amplían el interés por una obra que de tan sucia, por muy «artísticamente» que se sepa mostrar, corría el riesgo de convertirse, como las de Sade, en repetitivamente monótona. La temática policial salva a La mano armada.
Para ella el autor no idea una trama de investigación criminal; lo que muestra es algo que, si bien no resulta del todo original, por lo menos cabe celebrar en estos tiempos en que a cualquier lumbrera le da por planificar asesinatos. Carlos Pérez Merinero opta por desgranar sucesos de una vida en teoría dedicada al servicio ciudadano pero que, lejos de cualquier ejemplaridad, y se mire por donde se mire, resulta arrastrada. El agente, siempre sin un duro, se siente un mamporrero al servicio de los grandes capitostes del dinero:
«A cambio de matar, torturar y violar con impunidad nos hacen currar a su servicio para evitar que la gente se desmande y les expulse del palacete de invierno en el que se dan la gran vida».
Este policía sin nombre (por edad sería Agente de 1ª o Inspector de 3ª, algo que tampoco se desvela) refiere en primera persona (En La mano armada narrador y protagonista coinciden) el torrente de sus más bajos y desolados pensamientos:
«A mis veintiséis años mi hoja de ruta no era muy presentable que digamos y me hundí más de lo que ya estaba, dándole vueltas al vacío y a la soledad que presidían mi vida. Y aunque no tenía ninguna bola de cristal, me barrunté con un fatalismo de lo más humillante que el futuro no iba a ser mejor. Nunca llegaría a comisario ni me harían reportajes en El Caso».
Para vengar la muerte del policía Santiago Carreño, el comisario Peralta propone a nuestro agente escarmentar a un tal Escamilla, que es quien, ante su amenaza de desvelar una información relacionada con el contrabando, se ha cargado al compañero. Al comisario y el agente pronto se añade Olite, hombre de confianza del jefe, y dos «cazarrojos» de la Brigada Político-Social, Linares y Martínez. Tras un atroz «interrogatorio» coronado por un disparo del comisario en la tripa de Escamilla, el inspirado Peralta deja sobre la espalda del finado una nota que avisa: «Esto es lo que hacemos a los que nos pierden el respeto». Acaba de nacer el «Escuadrón Santiago Carreño».
Posteriores actuaciones de este grupo parapolicial, siempre al margen de un aparato judicial que demandaba al Régimen más mano dura, vertebran buena parte de la trama. Otra actuación del escuadrón va dirigida contra un abogado monárquico, quien, tras ser conminado a no molestar más «a esos generales que él ya sabe», recibe una soberana paliza. La nota sobre el desfallecido disidente anuncia:
«Esto es lo que hacemos con los traidores».
En la DGS al comisario Peralta le dan la enhorabuena por su escuadrón, que llega allá donde no pueden sociales ni grises (la Policía Armada). Pero una noche un norteamericano de nombre Evans sodomiza al agente durante una orgía, y éste, herido en su orgullo a pesar de que la experiencia en absoluto le haya disgustado, da con su violador en la Casa de Campo y lo pasaporta de un tiro en la nuca. Convencido de haber hecho justicia el agente asume el nombre del escuadrón y deja sobre la víctima su habitual firma en forma de nota. Redactada por él, avisa: «Esto es lo que hacemos a los maricones que vienen a España a pervertir a nuestros hijos».
Que el agente haya procedido por su cuenta indigna –más que el crimen en sí–a Peralta, que comunica al usurpador cómo el escuadrón ha sido desmantelado. Evans ha resultado ser el secretario de la Embajada americana, con lo que eso supone. Semejante rosario de desatinos motiva que el comisario destine a su responsable a servir en provincias. Nuestro héroe prefiere ir solo al destierro a hacerlo acompañado por una prostituta –Amelia– con la que mantiene una larga «relación». La barata pensión y la abulia provinciana apenas mitigada por los encuentros con una insaciable viuda (heredera de una fábrica de galletas) van creando el caldo de cultivo necesario para el retorno del agente a Madrid, donde firmará ya sus desmanes en solitario como
«La mano armada».
Bret Easton Ellis.
Este cínico creado por
Carlos Pérez Merinero, el recalcitrante misógino especialista en interrogatorios a base de bofetadas, puntapiés, puñetazos y quemaduras de cigarrillo, de gatillo fácil y nula empatía hacia nadie, con un cerebro cuarteado en el que la patología sexual no deja lugar a otros sentimientos –y a quien cuesta olvidar–, anticipa en cinco años los desmanes de aquel otro monstruo parido por
Bret Easton Ellis para protagonizar su American psycho. Nos referimos al broker Patrick Bateman al que nuestro agente iguala –sino supera– en maldad y perturbación.
Nº de páginas: 290
Editorial:GRUPO TIERRA TRIVIUM
Idioma:CASTELLANO
Encuadernación:Tapa blanda
ISBN: 9788412099881
Año de edición: 2020
ENTREVISTA CON DAVID PÉREZ MERINERO:
A pesar de su innegable calidad, muchos lectores desconocen la faceta literaria de Carlos Pérez Merinero, mayoritariamente recordado por haber sido uno de los mejores guionistas que ha dado este país. Desde hace unos años no pocas editoriales independientes reeditan novelas de tu hermano y tú mismo, a raíz de su fallecimiento en 2012, creas la «Colección Carlos Pérez Merinero», con un fondo extenso de obras terminadas que quedaron sin editar. ¿Qué repercusión tiene lo que vas publicando y cuál está siendo su valoración crítica?
Si te refieres a la Colección Carlos Pérez Merinero la respuesta no tiene dudas: Ninguna (así con mayúscula y negrita). No podía ser de otra manera, su edición es no venal y no pasa de unas (pocas) docenas de ejemplares. ¿Para qué tanto esfuerzo? Porque estaban ahí, los libros estaban ahí.
El interés por las «cosas» de Carlos es creciente y no es infrecuente que se publiquen artículos y reportajes de altura. Recuerdo ahora este de David Benedicte, el del joven escritor Carlos Rodríguez Crespo en Jot Down, el magnífico reportaje de Silvia Cruz en Vanity Fair… La constante atención que le han dedicado María Ángeles Robles, Paco Gómez Escribano y Alejandro Luque también me gustaría destacarla aquí.
¿Estas obras póstumas, según tu criterio, están a la altura de lo que Carlos publicó en vida?
Me veo obligado a recurrir a la fórmula Lola Flores: «Eso lo tiene que decí mi público y vozotro los críticos».
¿En cuánto tiempo tienes previsto agotar este fondo de publicaciones?
Si todo va según lo provisto y Undibé me da salud (y jurdó) en enero de 2026, coincidiendo con el decimocuarto aniversario de la muerte de Carlos.
Las novelas, e incluso los guiones, viniendo firmados por Pérez Merinero parecen de favorable distribución. Pero con poemarios y obras dramáticas, géneros más difíciles para encontrar acomodo (aunque sean de un autor conocido), ¿cómo te mueves en el mercado editorial español?
Durante mi juventud tuve mucha relación con el mundo editorial, afortunadamente pude alejarme de él. Las circunstancias (¿?) me han obligado a volver a la carretera, bien que lo lamento. Lo afortunado es que en algunos casos (no todos) hay una relación previa de amistad con los editores (no con todos); en estos casos, el proceso va muy rodado y la complicidad es total. ¿En los otros? De momento, me callo.
En editoriales convencionales solamente he conseguido que se editen o reediten sus novelas. Ah, hace un rato me han comunicado que un poemario de Carlos (Sesión continua) lo va a publicar Mandala Ediciones. ¿Guiones y obras dramáticas? La única posibilidad de darlas a conocer (¿?) es la Colección CPM, no veo otra.
Como he resaltado, los inolvidables episodios sexuales del protagonista de La mano armada logran dejar en segundo plano la, por otra parte, potente y bien trazada trama policial. ¿En la obra narrativa de Carlos Merinero el sexo tiene la importancia y el desarrollo que he encontrado en esta novela o se trata de una excepción?
La respuesta la tienes a tu alcance, (re)lee las novelas de Carlos Pérez Merinero.
¿Crees que el autor era consciente al pergeñar episodios sexuales desbocados, como los que se cuentan en el capítulo XIV de La mano armada, de haber alcanzado la cumbre de la literatura pornográfica española?
Desconozco cómo andará el escalafón de la literatura pornográfica española.
Para alguien como yo, que ha leído y visto de todo, quedarse estupefacto en pleno 2020 con escenas de cama es un dato a tener en cuenta… En los años ochenta llevábamos ya unos cuantos de democracia, pero supongo que al editar Júcar esta novela habría reacciones virulentas porque cuesta suponer que un texto de semejante procacidad pasara desapercibido. ¿Recuerdas alguna anécdota de cuando La mano armada llegó a las librerías?
Carlos me comentó en su día que algunos lectores escribieron cartas furibundas a la editorial reclamando el dinero que habían pagado por ella.
¿Hubo algún colectivo social o eclesial que pusiera el grito en el cielo ante las abundantes tropelías sexuales (que incluyen alguna violación) del protagonista?
En aquellos años no había tanto «ofendidito» (que dicen en Cádiz) como ahora. Quizá a tus lectores les pueda interesar estos comentarios que hizo un joven Federico Jiménez Losantos en la revista Época.
Para la trama noir de la novela Carlos no recurre al topicazo de crear un policía que esclarezca crímenes, sino que opta por un camino diferente muy de agradecer, ya que se propone contar el día a día de este agente del franquista Cuerpo General de Policía. Esto, de entrada, supone una novedad notable dentro del monocorde panorama del noir ibérico, para el que no parece existir hoy cosa más importante que las pesquisas de un asesinato. Pero es que además La mano armada aporta una erudición de primerísima mano sobre el nivel de corrupción social y policial durante aquella época central de la dictadura. Así, la existencia de ese cuerpo parapolicial (el «Escuadrón Santiago Carreño») que en 1962 se pasa por el forro la ley (una ley, hay que recordar, más que tolerante con los desmanes de un Estado policial) y que en sus acciones punitivas llega donde no pueden la Brigada Político-Social ni la Policía Armada, es una de las grandes revelaciones de La mano armada. ¿Crees que pueda haber otras novelas que pongan al descubierto de forma tan descarnada los entresijos policiales que se daban cuando el Régimen de Franco estaba en su plenitud represora?
En una entrevista que Javier Rebollo y Andrés Peláez le hicieron a Carlos en la revista Ni hablar (julio/agosto 1996) éste manifestaba: «Yo al señor que escribe La mano armada voy y lo fusilo porque no se puede consentir, aunque como lector necesito leer ese libro una vez al año... por perversión o lo que sea. Y como no hay otros lo tengo que escribir yo. Hay mucha intencionalidad en La mano armada: Ya había muchas novelas no policiales que tenían el antifranquismo como referente pero no conozco ninguna novela policiaca antifranquista. Que me citen novelas. Yo solo conozco ésta».
Qué más puedo añadir.
El personaje principal (narrador en primera persona) de La mano armada es un psicópata que pone los pelos de punta a cualquiera. Que tu hermano fuera capaz de hacer empatizar a sus lectores con semejante bestia aclara muchísimo sobre sus capacidades creadoras. Tanto por su patología sexual como por darse a una violencia fuera de todo control durante el ejercicio de su servicio, este agente sin nombre me recuerda a otro feroz psicópata, más famoso y ya con película: el protagonista de American psycho. ¿Estás de acuerdo con esta comparación y, si no, con qué otro personaje de la literatura mundial establecerías tú relación?
Hace muchísimo tiempo que leí la novela que citas, no le encuentro relación con los personajes de Carlos.
Me atrevo a sugerir que si se quieren buscar influencias en su narrativa que se busque en Camus, Onetti, Bernhard…
Es una pena no podérselo preguntar a él, pero quizá puedas tú contestar a estas preguntas: ¿Qué autores, noir y de cualquier otro tipo, eran los favoritos de Carlos Pérez Merinero? ¿Cuáles fueron sus novelas de cabecera? ¿Hubo alguna que le dejara mayor influencia? ¿Conoces algún proyecto de tu hermano que se haya quedado truncado por su prematura desaparición?
La respuesta a las tres primeras cuestiones puede estar aquí.
¿Proyectos truncados? Miles, sus carpetas están llenas de notas, ideas para novelas, argumentos… Como cualquier escritor, vamos.