
Nos encontramos con una mujer de mediana edad que lleva casi un año sin salir de casa por una fuerte agorafobia. Dedica todo su tiempo a medicarse, beber vino, a observar a sus vecinos y a ver películas antiguas. Está separada y tiene una hija que vive con su marido. Los echa de menos y los llama casi todos los días, pero ellos no vienen nunca a visitarla, bueno, nadie viene nunca a visitarla, salvo su psiquiatra y una fisioterapeuta. Antes de su problema, el que causó su enfermedad y que no sabemos cuál es, era psicóloga de niños. Se llama Ana, Doctora Fox:
“Como doctora, yo digo que quien la sufre busca un entorno que pueda controlar. Es el punto de vista clínico. Como sufridora (y ese es el sustantivo exacto), digo que la agorafobia no solo ha devastado mi vida, sino que se ha convertido en ella”.
Le gusta la fotografía y por eso su estricta vigilancia del barrio la hace a través de su cámara. Esta es su teoría: “La observación es como la fotografía de naturaleza: no hay que interferir en la actividad de la fauna”.
La trama de La mujer en la ventana nos va envolviendo cada vez más en su locura, en la oscuridad de su casa, pues apenas enciende las luces, en sus borracheras, en el embotamiento que nos producen las pastillas que toma sin orden, la profunda soledad que cada vez se hace más dolorosa.
Pero lo verdaderamente terrible empieza cuando incumple su teoría y empieza a interferir en la vida de los vecinos y ve o cree ver cosas que nadie ve y que nadie cree: “No estoy loca, no estoy inventándome nada de esto. -Señalo con un dedo trémulo a Alistair y a Ethan-No estoy viendo cosas que no existen”.
Poco a poco, va entretejiendo su historia con las cosas que observa en las películas y poco a poco empieza a entrar gente en su casa: los vecinos, la policía, más vecinos, más policía. Demasiada interacción, dice ella.
Las circunstancias la obligan a salir a la calle en un par de ocasiones:
“Todo da vueltas a mi alrededor, el rojo intenso de las hojas que da paso a la oscuridad; las luces que apuntan a una mujer de negro; mi visión se encala, se destiñe, hasta que un blanco fundido anega mis ojos y forma sobre ellos un charco, denso y profundo. Quiero gritar, mis labios rozan la grava. Noto el sabor del cemento. De la sangre. Los brazos y las piernas dibujan molinillos en el suelo. El suelo se contrae al contacto con mi cuerpo. Mi cuerpo se contrae al contacto con el aire.”
Cada vez dudamos con ella más de lo que cuenta y de lo que piensa, porque toda la narración la hace la Doctora Fox en primera persona, así que solo sabemos lo que ella nos cuenta y lo que dicen los demás en sus diálogos con ella.
Hay que leer La mujer en la ventana para llegar al fondo de la cuestión. Sencillamente intrigante, maravillosa, excitante.
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