
Justo
Ledesma narra en primera persona su pasado y su presente, sus misiones pasadas
y presentes.
Su madre, judía holandesa, le contó que Dios elije en cada
generación a treinta y seis Justos, los tzadik, hombres que mantienen el
equilibrio entre el Bien y el Mal, Ledesma es uno de ellos. Ahora Justo tiene
más de setenta años, ahora está en la última etapa de su vida, el tiempo se acaba
pero Justo va a seguir cumpliendo su misión vengándose de los hombres que
rompieron el equilibrio en su pasado.
Paseando
por las calles del Born, ahora convertidas en un barrio lleno de turistas en el
que las franquicias han ocupado el lugar de los bares y las tiendas de siempre,
Justo deambula planeando el futuro, recordando el pasado y despreciando a la
Barcelona en la que se ha convertido la ciudad en la que vivió. Sólo tiene dos
amigos, Damián y Julián, y una amiga, Remedios, que le ayuda a mitigar la
soledad con los lunares de su espalda. Ellos y sus muertos, con los que habla, porque a ellos sí les interesa lo que cuenta, no hace falta más, Justo es el
eje alrededor del que gira esta historia. Él es un hombre con la misión que
Dios, o su madre, le encomendó, es un ser invisible al que no teme nadie, al
que no ve nadie y que ya no tiene nada que perder.
Esta no
es una historia trepidante, Justo se toma su tiempo, no tiene prisa, pero como
él mismo dice “Matar no es una cuestión
de rapidez, es una cuestión de calma”.
Con
frases cortas, con los verbos adecuados, sin adjetivos redundantes y con
flashbacks en los que nos explica el origen de esta historia, sus incisos, Justo
Ledesma nos empuja a su pasado.
Justo
es una novela en la que se rinde un homenaje a la Barcelona que ya no existe
porque los turistas la han invadido, es un homenaje a todos los desheredados
que aún tienen cuentas que saldar, es un homenaje a lo pequeño, a lo vivo, a lo
real…
Pero
Carlos Bassas del Rey, en esta historia, no habla sólo de recuerdos y de buenas
intenciones. Habla de las veces en las que hay que golpear para ganar, de las
veces en las que hay que ser fuerte y no dejarse llevar por la compasión,
tiros, navajazos y café con copa.
En esta
generación quizás necesitemos más de treinta y seis hombres justos.
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