Así plantean al inspector Ernesto Trevejo su nuevo caso.
Luis Roso vuelve a los años 50 con Primavera cruel. En esta
investigación el inspector Trevejo es el encargado de investigar la muerte de
un joven comunista que, suponen, ha intentado asesinar a Franco y cuyo cuerpo
aparece en los montes del Pardo. A partir de ahí, la historia se enreda y un
crimen que, a simple vista no requiere
demasiada atención (a quién le importa un rojo más o menos) se convierte en una
trepidante historia en la que las víctimas se multiplican.
En esta ocasión el inspector tiene que salir de Madrid
(inolvidable el viaje en tren) para investigar las alcantarillas de la sociedad
y el mundo clandestino del partido comunista.
La novela está perfectamente ambientada. El autor refleja
cómo el aparato de la dictadura se defiende de los elementos contrarios a él.
Las torturas policiales son aceptadas por todos, incluso por los torturados. También
se describen los vaivenes sin sentido del partido comunista. Uno de ellos
explica cómo los dirigentes del partido
se pierden en discusiones teóricas fuera de España mientras esperan
tranquilamente la muerte de Franco. España está poblada por una sociedad que
sólo aspira a la poca estabilidad que el franquismo da, haciendo caso omiso de
las injusticias que esa misma estabilidad provoca. El inspector Trevejo
también. Él forma parte del Régimen y no se plantea nada más allá. Quizás a
veces le asaltan las dudas, pero como casi todos, acepta la situación como es y
mira para otro lado. En los años 50 ya hay una generación de jóvenes que
nacieron después de la guerra y que no se conforman con tan poco. Los hijos de
los vencedores, algunos, se rebelan contra el sistema establecido. Este es el
ambiente en el que transcurre Primavera cruel. Al desarrollar la investigación
tanto en el medio rural como en el urbano la imagen de aquella España queda
fielmente retratada. Las dos Españas siguen presentes aunque una de ellas casi
dormida.
La saga del inspector Trevejo, que comenzó hace dos años con
Aguacero, tiene el mismo ambiente en blanco y negro que las sagas de Mascarell
y de Hilario Soler de Jordi Sierra i Fabra. Los protagonistas sólo tienen en
común su origen humilde, pero todos ellos viven en una España en la que la
policía representa al régimen y a su represión y que, sin embargo, son verdugos
y víctimas, ya que ellos tampoco escapaban del férreo control del Estado.
La narración es muy rápida. Está narrado en primera persona y los abundantes diálogos le dan a la trama una agilidad tremenda. Los
personajes, así, se definen por medio de las apreciaciones de Trevejo y por
medio de las conversaciones que tienen entre ellos. También la acción es muy
rápida. La investigación tratada en Primavera cruel ocurre en pocos días y los cuerpos se
multiplican por momentos.
Con Aguacero (2016) y
con Primavera cruel, Luis Roso se consagra como un joven referente de la novela
negra española al que no habrá que perder de vista.